Hoy sabemos que La Liga de la Justicia 2017 fue apenas el tráiler del Snyders Cut, la película de súper héroes del 2021 y una de las grandes proezas del género en la historia.
Un filme alabado por los fanáticos y los críticos al unísono, porque respetó la visión de uno de los pocos autores con los que cuenta la tendencia en Hollywood.
Al principio, confieso, me encontraba escéptico del acabado de la nueva película, desde el lanzamiento de sus avances, como algo que semejaba un mero ardid publicitario.
A los comentaristas se nos escapa una liebre, de vez en cuando, y solemos cometer errores de percepción a la hora de analizar teasers.
Puede pasar que nos excitemos y que a la postre la cinta no sea para tanto. O que nos molestemos y que debamos admitir que el largometraje tenía la suyo, después de todo.
En el caso de la pieza coral de la DC, no es exagerado emplear el calificativo de obra maestra. Lo es porque resume una década de trabajo excelso en la construcción de una catedral, de un panteón roto y remozado de los ídolos del milenio, a la usanza de un vitral de una iglesia nada ortodoxa.
En nuestra época sería equivalente de una capilla Sixtina, de un Guernica, de un mural de Diego de Rivera, dedicado a los mitos influyentes de la generación contemporánea.
Visualmente nos encontramos ante un prodigio técnico y estético, que no solo bebe de las fuentes de origen, plasmándolas como corresponde, sino además reinventa el lenguaje de los cómics, bajo la inspiración de los grandes maestros de la vanguardia y del video arte, como el caso de los ralentis extremos de Bill Viola y Douglas Gordon.
Como crítico y productor de documentales, he logrado visitar exposiciones en medio mundo, desde Berlín a Buenos Aires, cruzando Dominicana, Miami, Nueva York y París.
Por ende, las set pieces que arman el rompecabezas de Zack Snyder’s Justice League, me evocan una síntesis curatorial que redimensiona al movimiento Pop a través del montaje de un poderoso lienzo expresionista de cortes salvajes, de hachazos disruptivos, de puntos de fuga experimentales y radicales, cual corto de Flash salvando a una mujer de ser atropellada delante de una tienda de mascotas. El instante puede lucir arbitrario e inútil a efectos de la narración.
Sin embargo, ahí radica la belleza singular y anómala de la celebración pictórica del realizador, junto con sus cómplices del reparto.
Ezra Miller, dejémonos de cuentos porque estamos entre panas, es el primer héroe gay de la franquicia en el siglo XXI, en una película declaradamente homeorótica, sin que por ello represente un panfleto de inclusividad LGBTI.
Lo que separa a “Justice Ligue 2021” de otro folletín Netflix de la corrección política como “Prom”, es que prescinde del tono victimista de los chicos de cristal, de los clásicos discursitos buenistas de salir del clóset.
Flash cumple con su acción del día, tras pedir empleo en una Pet Shop, evitando el arrollamiento de una mujer en la calle.
El milagro ocurre en una fracción de segundo, imperceptible al ojo de los mortales, que se articula con el placer y el gusto de un Brian De Palma desquiciado por su amor al mago del suspenso y a Sergei Einseintein en la escena de la escalinata de Odesa, revistada en la Grand Central Station de “Los Intocables”.
Flash concluye la intervención surrealista con el guiño fálico de atajar una salchicha, que ofrece a uno de los cachorros en señal de ironía.
Así conocemos mejor quién es él, su contexto, su forma de moverse y comportarse. Son detalles que habían sido borrados o directamente eliminados del corte de Joss Whedon.
Aquí los personajes engranan un relato interesante en plan “Watchmen”.
Ni qué decir de la necesaria elongación dramática del conflicto de Cyborg, al que entendemos como arquetipo de una juventud huérfana y en crisis, mutilada por el accidente y reconvertida en un hombre de hojalata, en un robot demasiado humano, en un ícono de la inteligencia artificial.
Cyborg es, como afirma la profesora Malena Ferrer, un centeniall nativo digital que no sabe expresar afecto, que está enojado como Greta con la generación de sus padres, que sufre de una incomunicación y un aislamiento tremendo, a consecuencia de haberlo diseñado como un Robocop o un Terminator con cerebro.
La paternidad encapsula, por cierto, uno de los asuntos capitales del guion.
Por supuesto, que la mujer Maravilla extiende su arco de caídas y ascensos, así como Aquaman con la música desgarrada de Nick Cave, Superman con el torso desnudo exhibiendo el vello tupido en el pecho, y un Batman que es pura melancolía, nostalgia, despecho, soledad, pero ganas de redimirse liderando un equipo de vengadores anónimos que pueda competir con los Avengers.
Si “Endgame” se tomó su tiempo de 3 horas, “Zack Snyder’s Justice League” no escatima en recursos de producción y edición, para explicarnos por qué el planeta requiere de un gesto de unidad, de limar las asperezas y diferencias, en pro de contener a la amenaza de un terror abstracto que supone un llamado de advertencia al plan de destruir a la civilización occidental, por medio de una operación encubierta y secreta del Darkside.
Nótese que el objetivo de los villanos radica en robar unos tesoros de la antigüedad, con forma de cubos, donde reposan energías ancestrales y trascedentes.
Como en “2001” de Kubrick, distinguimos una especie de monolitos que hay que proteger de las manos de los saqueadores y conquistadores foráneos, con la pinta de los Orcos islámicos de “300”.
Por ende, observamos relaciones con las batallas épicas y milenaristas de “El Señor de los Anillos” y “Dune”, en un presente postapocalíptico y distópico.
El globo se encuentra perdido entre polarizaciones y desencuentros, tal como sucede actualmente en nuestros países de la crisis de la democracia, amenazados por el odio de los populistas y antisistema que derriban estatuas, que aspiran a demoler nuestros valores y nuestros hitos de integración.
Steppenwolf encarna al demonio de la cizaña, la envidia, el resentimiento y la colonización negativa del espacio.
A su favor juegan los corruptos bolichicos como Lex Luthor y los rencores ficticios que avivan las guerras.
El caballero oscuro ha comprendido, entonces, que su misión es buscar aliados, que su ego debe ceder en la consecución de un frente común con Superman, Wonder Woman, Flash, Cyborg, Aquaman y los que hagan falta.
Juntos recomponen la imagen de unas esculturas, de unos modelos aspiracionales, de unas columnas que reciben las iras de la cultura de la cancelación.
Fíjense que Twitter y el big Tech no han podido ensombrecer la propuesta noble de Zack Snyder’s Justice League, al contar con el respaldo de las audiencias de manera orgánica, gracias a su contenido gestado como un movimiento de abajo hacia arriba.
Por consiguiente, no todo está perdido. Las masas aprecian la calidad de un desfile de columnas, de pilares que sostienen a una industria creativa y humana, desde la diversidad de orientaciones.
Con su división seriada por capítulos, la película reserva un desenlace ambiguo, magnético e inquietante, como un presagio de un futuro ruinoso que le roba el sueño a Batman.
Joker conversa con él en un plano polvoriento de un escuadrón suicida, a las puertas de una ciudad sumida en el infierno.
La cara de Batman rezuma culpa, desagrado y preocupación al escuchar el relato del Guasón, que viste como un mercenario salido de algún rally redneck de Trump.
Jared Letto se reivindica como actor del método, en una secuencia coppolliana del tipo de Marlon Brando, pronunciando frases misteriosas e incómodas, pequeñas reflexiones filosóficas y psicoanalíticas de un paciente freudiano.
El final no es tan dulce como esperábamos. Capaz refuerza aquella tesis de la extraña hermandad que asocia a Batman con Joker en el espíritu de una tragedia jungiana y borgeana.
¿Qué es el bien sin el mal?
Descúbranlo en una ópera que cierra el ciclo maldito y virtuoso del new Hollywood de los setenta. Un filme como de Mallick en clave de ampliación de David Lynch de “Twin Peaks” y “Mullholland Drive”, de corrección de Ridley Scott de “Blade Runner”, de versión redux de “Apocalipsis Now”.
Una demencia hipnótica e imprescindible como un video game de Konami a lo “Silent Hill”.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.