En noviembre del año pasado, la empresa SpaceX, a través de su proyecto Starlink, envió 60 satélites al espacio con una sola intención: subirle el ego a Elon Musk. Mentira, estoy bromeando, la compañía fundada por Musk tiene el interesante y ambicioso objetivo de crear una constelación de satélites capaces de surtir de internet banda ancha y a bajo costo a la mayoría de la población mundial. Y por constelación no nos referimos a que nacerá una nueva camada de astrólogos cibernéticos que te leerán las cartas en megabytes, sino de una red satelital perfectamente estructurada que llevará al mundo a una nueva era: la era del internet universal.
Entendamos internet universal como un concepto que describe la situación idílica donde cada habitante de este planeta podrá tener acceso a la red y no como un concepto que describe a una conexión que llegue a todas las partes del universo. Esta última asumimos que ya fue inventada por alienígenas superiores a nosotros, pero no gozamos de ella porque aún no nos han dado la clave de ese WiFi. Clave que veo poco probable obtener, si seguimos confinando a los extraterrestres en el Área 51, encerrándolos en una cocina como hicimos con Alf o si seguimos usando su nombre como seudónimos para Wisin y Yandel.
La preocupación por darle a todo el mundo la oportunidad de conectarse a un mundo de vastos conocimientos y videos cómicos de gatitos ha aumentado en los últimos años. SpaceX es una muestra de ello. Pero existen otras iniciativas, como el reciente estudio de la Universidad de Birminghan que concluyó que el internet debe ser, más que un servicio, un derecho humano. Así como se lee, deberíamos darle al derecho a internet la misma importancia que tienen el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a quedarte con un libro cuando a tu amigo se le olvidó que te lo prestó.
No hace falta que nos convenzan del importante rol que internet juega en nuestras vidas. Basta con revisar en nuestra memoria la última vez que nos atrevimos a ir al baño sin el celular en la mano. Reconozcámoslo, aquella sesión biológica sobre la poceta careció de sentido y nos hizo reflexionar sobre qué hacíamos antes de poder navegar en las agitadas aguas cibernéticas mientras estábamos, digamos, “sentados en el trono”. Tan vital se ha vuelto para algunos, que conozco casos de quienes fingen tener que ir al baño, solamente para revisar Twitter.
Cuán equivocadas están todas las madres del mundo criticando a nuestros hijos que dejan de comer por estar zambullidos todo el día en la pantalla del ordenador o del celular tratando de superar el nivel más difícil del último juego online de moda. Estos niños no tienen ningún problema, todo lo contrario, bien podrían dejar a un lado los controles, o lo que sea que tengan en la mano, y colocarse una corbata y unos zapatos absurdamente costosos para sentarse en una mesa de gobierno a llevar las riendas de nuestra especie, porque, al parecer, nuestro futuro se inclina por alimentarnos con el ciberespacio.
En los últimos tres años los niveles de hambre en el mundo han aumentado, según datos aportados por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, mientras que la tasa de penetración de internet aumentó casi en un 10% interanual desde el 2015. Esto quiere decir que la humanidad va encaminada a toda prisa y sin freno a erradicar la desconexión a internet antes que la hambruna.
Asumimos entonces que en medio de la incesante búsqueda de la solución a la hambruna, algún brillante político millennial llegó a la conclusión de que los desnutridos no consiguen el camino a la comida y, por ello, lo que necesitan es acceso a la web para encontrarla por Google Maps. A este argumento también lo llamo el “razonamiento Tasty”, que expresa que es más importante tener los megas para ver el video de una receta increíblemente deliciosa, que tener los ingredientes para prepararla.
Nuestro mundo se transformará cada vez más en algo parecido al apartamento de un estudiante universitario. No habrá comida en la nevera, ni un buen plato nutritivo sobre la mesa, pero sí una conexión a la red que nos permita conocer instantáneamente qué meme está de moda para entender el último sticker del Whatsapp.
Pero, tranquilos, no es para tanto. Los peligros del internet ya están siendo seriamente tratados desde los cuarteles de la Iglesia. El papa Francisco dice que las empresas que brindan el servicio a internet deben tener responsabilidades tangibles y morales con respecto al uso que nosotros le damos a este medio. Lo que quiere decir entonces, si seguimos la lógica argumental del Vaticano, que Dios debería responsabilizarse por todos y cada uno de los hechos cometidos por ISIS, los casos de pedofilia de la Iglesia católica o el hecho de que ahora tengamos que soportar a Kanye West cantando Gospel y lanzándose a la presidencia de los Estados Unidos.
Con Kanye West o no, el internet universal permitirá continuar con la revolución tecnológica que estamos experimentado desde inicios de este siglo y su llegada es más que inminente. Pero esto no debería asustarnos, se supone que nadie nos está pidiendo que escojamos entre comer o divertirnos con internet. Todos los derechos son igual de válidos, ¿o es que está prohibido ver una serie en Netflix mientras nos hartamos con un bol de cotufas? Así que apoyemos este nuevo paso en el desarrollo humano, preparémonos y, si algo sale mal con la conexión, podríamos pedirle la clave del WiFi a los extraterrestres o al vecino de al lado.
Pablo Alas
Twitter: @Pablo_Alas