Una reflexión a propósito del estreno del filme “Resistencia” en el marco del Festival de cine Francés. Disponible en el Trasnocho Cultural, desde el 14 de mayo.
Jonathan Jackubowicz pertenece a una familia de sobrevivientes del holocausto. El tema siempre lo preocupó y marcó desde la infancia en Venezuela, al punto de definir su carrera cinematográfica.
“Los barcos de la esperanza”, el primer documental del director, logra reconstruir la historia de un grupo de judíos condenados a migrar, producto de la cacería de brujas del nazismo.
Con fotografías, imágenes de archivo y testimonios, el largometraje narraba una tragedia con final feliz, pues los protagonistas llegaron al país con la posibilidad de establecerse. Pero lamentablemente no fue por mucho tiempo.
La instauración del régimen chavista rompe con el clima de armonía imperante, desatando una inquisición antisemita.
El estreno de “Los barcos de la esperanza”, durante el año 2000, sería premonitorio del ascenso del fascismo en la república bolivariana.
El realizador, formado en la UCV y la academia de Nueva York, pronto sufrirá los embates inclementes de la intolerancia roja, tras el éxito de taquilla de “Secuestro Express”.
Los esbirros mediáticos del proceso fustigaron al creador en diversos programas de VTV, tildándolo de “traidor a la patria” por contar un relato de rapto y rescate de una manera políticamente incorrecta.
Tuve la suerte de trabajar en el detrás de cámaras de aquel proyecto con Gustavo Rondón.
Acto seguido, el clima de hostilidad se acentúa, al extremo de motivar el exilio del conductor de “Manos de Piedra”, uno de sus títulos metafóricos de lucha y combate ante rivales de peso.
En tal sentido, no resulta casual la impronta del nuevo filme del autor, “Resistencia”, dedicado al origen de Marcel Marceau cuando lideró una misión suicida de salvar a 300 niños judíos, cuyas vidas corrían peligro de muerte bajo el asedio de los carniceros de la Gestapo en la era de la ocupación alemana de Francia y Europa.
Literalmente, el mimo surge de entre las extrañas de un monstruo de tortura y limpieza étnica, para salir airoso de la operación épica de liberar a cientos de infantes perseguidos.
La pieza supone la obra de madurez de Jonathan Jackubowicz, quien asume el compromiso y la responsabilidad de la paternidad a través del realce de la gesta heroica del protagonista de las acciones.
Otras afinidades saltan a la vista de los amigos y estudiosos del colega, por ejemplo, la relación de la pareja estelar del guion con la complicidad natural del matrimonio promotor de la cinta.
Así, Jesse Eisenberg y Clémence Poésy tejen un vínculo de afecto, humor y solidaridad, que traduce la mística compartida por Claudine y Jonathan Jackobuwicz en el set del rodaje. Descubrirán, además, una relación con el desenlace de la ópera prima del director, en el instante de resolverse el conflicto de huida y escape.
Varias cuestiones elevan el listón para la trayectoria del demiurgo.
Klaus Barbie es uno de sus personajes más ricos en capas, matices y conceptos, abrazando la tridimensionalidad de un villano contemporáneo y seductor, a la altura de “Los bastardos sin gloria” de Tarantino y de la banalidad del mal de “El pianista”.
En efecto, el funcionario se muestra como un hombre exquisito y refinado, sensible al influjo de la música.
La película expone la máscara del elitismo cultural de los verdugos del Tercer Reich, frente al despojamiento silente de la víctima de la guerra.
Preguntó Adorno si era posible la poesía después de la barbarie de la shoah.
“Resistencia” contesta con un gesto de gracia que reivindica el acto de hacer el bien, de proponer con hechos concretos, en lugar de desgastarse en palabras vacías, propuestas falsas y promesas huecas de populistas baratos.
Cine de una singular abstracción chaplinesca que reta a la modernidad, que supera prejuicios y que inspira nuestra última batalla por la independencia.
Una película que es una alternativa a los problemas que plantea la contemporaneidad del confinamiento.