sábado, noviembre 23, 2024
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Silenzio, haters!

Por Malena Ferrer.

Tener 10 años y ser señalado frente a otros por ser digamos, poco agraciada o regordeta, dientón o huesuda, pobre o afeminado -o varias de las anteriores-, se parece bastante a ser tragado por un sumidero, excepto que no puedes volverte agua, sino que toda tu rara humanidad permanece allí, torpe, tangible y susceptible a la mirada de los otros.  

Pasan 20, 30 años más y lo recuerdas minuciosamente. Tu cuerpo, ese cuerpo que ahora es aún más raro recuerda perfectamente la sensación de ser escrutado. No solo el cuerpo se somete diariamente a la evaluación, sino también las acciones, los gustos, la personalidad.

Pixar Studios ha construido parte de su legado sobre la idea de que ser diferente es una oportunidad más que un impedimento.  Ser diferente está bueno, nos dicen. Ser único es lo que nos convertirá en pioneros. Hoy día, todos quieren ser la diferencia; al menos en el papel. Pero diariamente nos exigimos muchísimo para encajar y no desentonar.

No hay nada como la mirada preocupada de una mamá cuando intuye que hay algo fuera de lo ordinario en su pequeñ@. Así como el esfuerzo del padre para que ciertas cosas mejor no se noten. Eso va desde la ortodoncia temprana hasta la negación de la orientación sexual.

Silenzio, haters!

Y, qué es el “monstruo” en la narrativa tradicional de todas las culturas sino la variante que tratamos de evitar a toda costa, no porque no nos atraiga sino porque está fuera de la norma. Aquí entra Luca (2021), el recién estrenado largometraje animado de Pixar que puede verse (sin ningún pago extra) en la plataforma de Disney + ; en donde un pequeño monstruo marino conoce a otro de su especie y juntos se aventuran a conocer la superficie, el territorio prohibido.

El título es corto, fácil de recordar y contundente. La historia, lo propio. Sencilla, con apenas una trama por resolver y un puñado de personajes entrañables. El estudio no crea uno sino dos mundos perfectamente funcionales en estética e idiosincrasia.

El mundo submarino con un espectro de azules, lilas y turquesas ¡y peces ovejas! (que en nada se parece al de Buscando a Nemo, por cierto); y Portorosso en la costa italiana: terracota, amarilla y naranja que se parece a cada postal y a la vez a ninguna. En el mar incluso hay un sitio aún más lejano, un nowhere donde vive aislado el tío Ugo, solo con sus pensamientos que declama a oscuras y por horas, tal como uno envía largas notas de voz.

Es un delirio de detalles, esta peli. Pero no de esos medio vacíos que no aportan nada narrativamente y que por años llenaban las notas de prensa del estudio, tipo: -Es maravilloso cómo pudimos lograr que la pelusa de la chemise de Mr. Increíble se viera real-. Impresionante, sí, pero qué nos cuenta eso. En cambio, acá en el pequeño pueblo hay un cine con pasillo externo y columnas que dejan ver los carteles pegados directamente a la pared. Uno de ellos es un homenaje a El Monstruo de la Laguna Negra (1954), que no es otro por supuesto, que el mismísimo tío Ugo.

Silenzio, haters!

El otro niño monstruo que conoce Luca, se llama Alberto. Todos conocimos a Alberto a alguna vez en la vida. Si no, es porque lo fueron ustedes mismos. Alberto es solo un poco más grande pero parece que le ha dado la vuelta al mundo un par de veces. Aparenta ser seguro de sí mismo y te contagia el entusiasmo por las aventuras. Aunque todo lo anterior signifique romper las reglas que cuidadosamente te han enseñado para que sobrevivas y pases desapercibido.

El triángulo lo completa Giulia, Giulietta; otra misfit intensa que no para de hablar de las cosas que le gustan y quiere acabar con el reino del mal de un adolescente bigotón que está muy grande para la gracia. Luca está amenazado, Alberto abandonado y Giulia vive en dos casas como buena hija de padres divorciados. A ellos no los olvidaremos más, se los prometo, tampoco al papá de Giulia, por cierto.

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Lo otro que ha ocurrido con Pixar, paralelamente a la abundante técnica inocua, es el “contenidismo” excesivo. Las tramas han verbalizado y dejado grabados en diálogos y monólogos, preocupaciones existenciales, sociales, familiares. Nemo y Dory y las discapacidades, Forky y el cuestionamiento de la futilidad de la existencia, Inside Out y su explicación de cómo la alegría (Joy) y la tristeza (Sadness) generan la melancolía; Coco y el valor de la tradición, Soul y el propósito vs. la vocación, y así un largo etcétera.

Pero el asunto muy específico con la animación y que lo diferencia de manera clave de la acción real es que la forma ES el contenido. Y aunque no vamos a meternos en esa discusión larga, universitaria y fastidiosa entre ambos conceptos, que es como discutir entre lo cóncavo y lo convexo, la verdad es que Luca vuelve a esa idea básica, primitiva y deliciosa de la animación y ¡oh sorpresa!, del cine mismo.

En Luca la narración empieza con el contundente y diáfano diseño de personajes creado por un talentoso equipo liderado por Deanna Marsigliese, una auténtica genia.

La silueta es sólida, diferenciada entre cada personaje principal y llena de ideas. La altivez de Alberto se materializa en lo alto de su peinado; los ojos de Luca son enormes y curiosos como él, su peinado (incluido el croissant de su pollina) es más bajo y redondo como absolutamente todas sus facciones; el cabello de Giulia -que es como un milagro-, no solo es rojo intenso (como su personalidad, ya les dije arriba) sino que tiene forma triangular: el equilibrio entre Luca y Alberto. Los tres vértices: el triatlón: la tercera rueda: la lamparita (como se decía en el colegio).

Silenzio, haters!

Y con esta idea del triángulo -amistoso- tiro el anzuelo al primer párrafo. La niñez es el raro periodo de domesticación (socialización) en el que todo va de la ternura a la crueldad y por ello es el momento de la vida en el que muchos cuentos y fantasías se han inspirado: Caperucita, Hansel y Gretel, Pinochio, Alicia… Si algo tiene Luca es que le responde a los fervorosos que se fastidiaron con Soul (2020) y se preguntaban hasta cuándo Pixar iba a seguir haciendo películas para adultos.

Pues aquí tienen una gran película para niñ@s. Porque justamente es lo suficientemente sencilla para ser disfrutada varias veces (mil veces), y -aquí lo importante-, para ser interpretada libremente. O incluso, no ser interpretada en absoluto. Vamos a ganarnos esa Vespa hermosa, comer trenette al pesto e ir al cole. Pixar no cae en las estrategias de marketing de su padre adoptivo (Mickey Mouse) y presenta “al primer personaje abiertamente gay de bla bla” hace algo mejor; lo dibuja, lo modela y lo anima.

Le da los colores del arcoíris para diferenciarlo (orgullosamente) de los personajes de la superficie, le da una morada para compartir con alguien las estrellas, le da un temeroso camuflaje para esconderse, pero lo mismo le da el cobijo de un padre sustito que también se diferencia de la norma aunque por otros motivos.

La genialidad de marketing es estrenarla durante el pride month y decirnos en la nota de prensa que los actores grabaron las voces en el clóset de sus casas durante la pandemia, y en todo caso nos deja a nosotros sacar aproximaciones alocadas como esta que están leyendo.

Silenzio, haters!

Enrico Casarosa, su director, pudo recoger la esencia del clásico italiano de Carlo Collodi en esa pareja de niños traviesos: Pinocchio y Lucignolo, uno con más ganas de estudiar que el otro. Así como el espíritu del estudio japonés Ghibli y sus secuencias de slices of life, como se les llama a las tramas que se desarrollan no sobre vueltas de tuerca excesivas sino sobre la vida diaria, rutinaria y por ello trascendente.

De ahí que la secuencia de la cena con la preparación de una salsa pesto casera sea memorable. Influencia que Casarosa ha expresado en su admiración y deseo por conocer al animador Hayao Miyazaki. De la propia herencia americana de los últimos años, lo que destaca es el bully; que se ha convertido en villano regular (y cansino) de las películas y series animadas norteamericanas. De todo no se podía zafar Casarosa, después de todo.

Si bien Pixar nos sigue aupando a vivir en la diferencia, lo cierto es que esa es una cuesta similar a la de Liguria en bicicleta cuando recién has comido pasta. El mundo no quiere que seamos diferentes, ni siquiera nuestras comunidades diferenciadas quieren que seamos distintos. Pero si me permiten, dentro de este cierre un poco pesimista y existencial como del Tío Ugo, les comparto: hay que reconocer la diferencia para alcanzar la igualdad. Todos nos merecemos dormir seguros a cielo abierto y si queremos, poder compartir con alguien las estrellas. Los peces fluorescentes, quise decir.  

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