Porque fuimos potencia mundial, somos pobres, nos manejan mal.
Así decía, paradójicamente, una canción del grupo azteca “Molotov”, cuya letra describe nuestra situación actual en el Miss Universo, donde la venezolana ni si quiera entró al cuadro de las 21 finalistas, mientras la representante del país de Luis Miguel se quedó con la corona, gracias a su desempeño en la pasarela, antes y después de la sección de preguntas.
La ganadora contestó correctamente, siendo una candidata perfecta para consagrar en Florida Hollywood, un estado realmente imposible de aproximar a la causa de Mariángel Villasmil, dado el prejuicio de su origen, desde una ex patria cuasi cancelada por el concurso.
La chica criolla es hermosa, bien preparada, pero su pasaporte la marca, como cualquier exiliado o deportado de Miami.
Si quería avanzar ahí, en un terreno adverso, su campaña debió ser menos evasiva de su contexto, más próxima al compromiso de una chica como la de Myanmar, pidiendo oraciones por su pueblo reprimido.
La mejicana, sin duda, supo manejar mejor su condición de pertenecer a un nación polémica, comandada por el demagogo y populista AMLO.
Estados Unidos, como el Miss Universo, quiere reestablecer relaciones con su vecino, al enviar un mensaje de cercanía y respeto por su inmensa minoría radicada en USA, una de las principales en densidad demográfica.
De tal modo, se puede aventurar una justificación o una opinión política sobre el veredicto de anoche en la ceremonia moderada por un Mario López, quien desafía al tiempo con su rostro cincelado por el botox, el bronceado artificial y una conservación de clon en cámara hiperbárica.
De modo que la ceremonia lucía como una secuela o un programa especial de “Salvado por la campana”.
Respecto del show, varias cuestiones. Su puesta en escena, por igual, parece negada a evolucionar, aferrándose a una mecánica de efectos predecibles y agotados en su demagogia publicitaria de responsabilidad social.
Al menos ofrece una vistosidad de la que carece hoy el Oscar, conjugando clips de alta factura de producción con imágenes envolventes de las protagonistas, a través de una edición dinámica y pregnante.
No obstante, el guion peca de los mismos problemas de la velada de la academia: imponernos un código progre de censura, para suavizar una evidente operación de cosificación de cuerpos, auras y estrellas.
El libreto fuerza, por ende, una obvia doble moral, en la que verso de una chica jamás se condice con su realidad.
Todo resulta discursivamente manipulado, según el ideal de un cuento clásico de la Disney, modernizado con el barniz de las causas contemporáneas, como si a una joven consumista de maquillaje y cirugías plásticas, le implantaran el chip de la resistencia ecológica de Greta Thunberg.
De hecho, entre las virtudes del cuadro de honor, destacó la conciencia verde por el presente y el futuro del planeta.
El argumento suena bien en el papel de las relaciones públicas, de cara al interés de mover el corazón del jurado.
Pero los “facts” no mienten, los datos hablan de largos viajes en aviones, quemando combustibles fósiles, de una cultura del derroche de recursos, enamorada de su etnocentrismo faraónico de hospedarse en grandes hoteles de lujo, capaces de generar un impacto por sus toneladas de concentración de energía eléctrica, calórica y orgánica.
Nada más en alimentación del ejército de las aspirantes, se calculan los índices de desechos sólidos.
Por supuesto, hay excepciones a la regla, dentro del esquema narrativo. Es el caso de relatos como el de la joven australiana, renacida tras sufrir acoso por su look racializado en un país con fuertes deudas coloniales.
Conté, al menos, unas siete mujeres con un importante ascendente étnico en la lista de las últimas diez.
No olvidemos a la reina saliente, una poderosa diosa de ébano, sin complejo alguno de exhibir su cabello corto y ensortijado por la naturaleza, evitando el cliché de usar un alisado “catiónico”, como le dicen en las peluquerías de Caracas.
Vamos llegando al desenlace y al quid de la cuestión.
Con toda y su experiencia en las tablas, que ellos saben más que nosotros, los promotores venezolanos no están siendo hábiles para leer el momento de lo que acontece en los concursos de belleza.
La hermosa Mariángel Villasmil tiene múltiples atributos, a su favor, en físico e inteligencia.
Por desgracia, su molde pertenece a una era pasada del Miss Venezuela, que conquistó nuestra fama de país de reinas, pero que ahora es el lugar común, dejando de arrastrar a la opinión pública, hasta el punto de convertirse en un fenómeno de consenso.
Vean que Perú, Dominicana y Brazil nos adelantaron ayer, cuando antes iban a nuestra zaga. Están aprovechándose de nuestra tecnología, mejor que nosotros.
Aciertan los expertos, como la editora Glam, que aseguran que nos falta el desparpajado mostrado por una Alicia Machado, contoneándose como una diosa en tarima.
Aquellas chicas venezolanas de antes, metían verdadero medio a la competencia, porque se tragaban al mundo con su espontaneidad, su vivacidad, su mezcla de colores y sabores, sus localismos(Maricaaaaa), sus historias convincentes de patitos feos, de niñas mártires y hambreadas, de hijas naturales y díscolas de las condiciones de marginación, devenidas en princesas que redimen a un país en decadencia.
Ahora Venezuela debe apelar al recurso de la nostalgia, para soñar con una gloria que nos es esquiva, hasta en el Miss Universo.
Anoche hubo una ruptura con la estética Osmel, con la tendencia de mandar a jóvenes de Sifrizuela, capaces de pagarse su campaña, o algo así.
En el medio, las afortunadas y bendecidas se robaron el show nacional, por el ascenso distópico de una boliburguesía de mal gusto, o de un anclaje desfasado de mamis en busca de sugars patrocinantes.
La prensa las crucificó, las cuentas de Twitter las señalaron de Tussis y de ingenuas replicantes del credo de Coca Tan Blanca, mandibuleando frases construidas por los asesores.
Luego, Prince Julio César fracturó el estándar moral, vendiéndose al postor de la fundación Gorrín, en su proyecto de lavarse la imagen con un concurso trucho de belleza.
La noche tan Souza perdió el encanto, como la Cenicienta, ante el derrumbe de la economía y el aumento de las denuncias por explotación y trata de blancas, nunca aclaradas.
Osmel refrenda su caída de las últimas horas, por la eliminación de su asesorada candidata argentina, una de las peores vestidas con su horrendo traje típico al servicio del populismo izquierdista de un personaje aborrecido, como Maradona, por su pésimo ejemplo para la juventud.
La chica argentina debió rebelarse frente a su vestido típico y romperlo en pedacitos, públicamente.
Le hicieron una cama, le montaron una trampa, típica de dobles y triples agentes. Como cuando duermes con el enemigo.
Siempre confíe en su instinto, no en el criterio de alguien que le recomienda seguir adelante con una franela de un cocainómano mafioso en un concurso de belleza.
Es como si la venezolana hubiese salido con una camisa de Chávez o el Che Guevara. La hundirían en las redes.
Para concluir, una reflexión al cierre. El patrón de 90, 60 y 90 ya no es garantía de éxito.
Tampoco la melena secada y platinada de una Barbie endógena. Borren los trajes típicos con motivos alegóricos que dan cringe, un rayo del Catatumbo es como demasiada concesión con el “kistch veneco” que nos descalifica, como un país premoderno y arcaico, ante el mundo. Un país atado a su naturaleza y a sus postales de la geografía elemental.
¿Para qué tanto matarse de hambre, tanto bodybilding, tanta plasticidad de diseño?
Confunden a la audiencia, cayendo presa de la contradicción.
Precisamente, la naturaleza nos enseña que ella es imperfecta, errática, accidentada, aunque auténtica.
Auténtica como Dayana Mendoza, como la cabellera negra de Bárbara Palacios, como las locuras de Alicia y su reconocimiento en una talla grande, como el refinamiento pictórico de Irene Saenz, como el ángel millenial de Stefanía Fernández.
Son cuerpos como verdades incontestables.
Es lo que gana concursos, no el acartonamiento y la pose de maniquí eterna con sonrisa pepsodent, mientras el país se va a la porra.
El Miss Universo, con todo y su rígido corsé, da muestras de apostar por los cambios.
Los de anoche, en rigor, fueron bastante discretos y tímidos, si vemos a nuestro alrededor, cuando las chicas afirman su identidad al margen de cualquier clasificación ortodoxa.
El Miss Universo tendrá que romper esquemas, lo mismo que el Miss Venezuela. Es una cuestión de supervivencia.
Admitan, entonces, las diferencias y las alteridades, a las altas y las bajitas, a las delgadas y las llamadas “reñenitas”, a las melenudas y a las de cabeza rapada, a las tataudas y las disidentes.
Hay un paisaje inmenso por descubrir y coronar, siendo creativos y abiertos.
Imaginen a una Miss Universo mutilada, a una candidata declaradamente LGBTI(como la uruguaya), a una verdadera luchadora por los derechos humanos.
Piénsenlo con calma, sin odio y lo conversamos en el foro.
Muy buen artículo, salvo la referencia a la vestimemta de la joven argentina, que como todos los argentinos deben adorar al Pelusa, y muchos de los presentes, presenciales y virtuales, no necesitaron explicación alguna en relación con su traje tipico, en especial los fanaticos del deporte, y nada mas tipico en Argentina que un uniforme de fútbol. Seguramente, el que lo pensó tuvo una mejor idea que el traje tipico del huevo.