Sobre el abuso de autoridad de una fuerza represora y bully.
En los libros de historia de la comunicación, el 14 de mayo de 2021 será recordado como un día en la infamia del régimen contra la libertad de expresión, al concretarse el asalto y el robo de la sede de los Cortijos de El Nacional, cuyo complejo no es solo el recinto de uno de los medios más importantes de Venezuela, sino un centro de investigación, estudios y usos múltiples, entre el desarrollo cultural y la actividad política del país de oposición.
Ahí se celebraron conciertos, encuentros de saberes, foros, proyecciones de películas, mítines, eventos y festivales de Rock.
Mi relación con el periódico es de larga data, primero como lector, segundo como colaborador, tercero como estudiante y finalmente como columnista residente de sus páginas.
Empecé a escribir en el año 2000 gracias a la sección Nuevas Firmas, cuando apenas cursaba la carrera de comunicación social de la UCV.
Así El Nacional brindada espacio y respaldo a la generación de relevo.
Mi pareja de aquel entonces y también compañera de salón en la universidad, Vanessa Vargas, terminaría siendo editora en Papel Literario.
Luego, tuve el gusto de formarme en la maestría de estudios avanzados de periodismo, dentro de los salones de la sede de los Cortijos, recibiendo clases de gente admiradísima como Milagros Socorro, Marcelino Bisbal, Pablo Antillano, Marianela Balbi y Elías Pino Iturrieta, quienes nos enseñaron secretos y lecciones indelebles de ética profesional.
Fue aquella una generosa iniciativa organizada por el equipo de Miguel Henrique Otero, cuya presencia era recurrente y frecuente en los salones de clase, escuchando las propuestas y las ideas de los estudiantes.
El Nacional es, por tanto, una escuela, una universidad, un semillero de reporteros y redactores, contando con el asesoramiento de expertos sensibles y empáticos.
Recuerdo las mañanas de alumno emocionado, desayunando arepas y batidos con mis compañeros de clase, frente a la sede de los cortijos de El Nacional, donde Miguel Henrique Otero solía recibirnos en la puerta con Marcelino Bisbal.
Uno se sentía estimado y atendido.
Después conocí a Hilda Lugo Conde, una hada madrina y mentora de la vida. Ella me invitó a participar en los consejos editoriales de cultura, para monitorear el trabajo de la fuente y aportarle conceptos desde el campo del cine.
Desde entonces, se me dio la oportunidad de encargarme de la columna de cine, impresa todos los días viernes. Ayer catorce de mayo publiqué la columna número 456.
Por tal motivo, sufro como propio el mal llamado “embargo” de El Nacional, el último capítulo de un asedio sufrido por el periódico desde hace 20 años, en una acción cobarde de noche de cuchillos largos, de golpe informativo, de burocrático operativo de la guardia nacional, instrumentando las horas de inicio del fin de semana, un viernes al final de la jornada laboral, para perpetrar tamaño y grosero saqueo pirata.
Es la bravuconada arrogante de una facción despótica, cual 4 de febrero en pleno contexto del ambiente negociador reclamado por Juan Guaidó como un “acuerdo de salvación”.
A las inocentes pretensiones del interinato, absurdas por demás en su desfasada condescendencia, la dictadura respondió con un sablazo, con un acto de horror, con el secuestro de uno de los últimos bastiones mediáticos de la oposición en Venezuela.
¿Ha entendido usted el mensaje presidente Juan Guaidó o necesita de una agresión mayor para entender que con terroristas no se negocia?
No se puede ser tan ingenuo en la vida. Ya cualquiera empieza a sospechar de las facultades de la dirigencia opositora, incluso de su infiltración, al ponernos en semejante ridículo.
Aquí parece que solo se aprende a los trancazos en política.
Esperemos que no vuelva a repetirse el error de cálculo de sentarse con quienes se burlan de nosotros y nos humillan, mandándonos unas patrullas para que nos cierren una ventana indispensable del pensamiento disidente.
Menos mal que El Nacional no está atado a su planta física y puede sobrevivir en la red.
Desde ahí continuaremos resistiendo.
Pero sin olvidar o ser complacientes con la impunidad.
El reto, a corto plazo, es recuperar la sede de El Nacional, así como la democracia del país.
A tal efecto, la única salvación pasa no por la convocatoria de unas elecciones amañadas y fraudulentas con un CNE comprado. Tampoco por una ronda de diálogo con Zapatero. Menos por un disparate de acuerdo romántico con tu violador de derechos, en plan de síndrome de Estocolmo.
Habrá que organizar un nuevo plan, a la altura de un enemigo sin piedad.
Sergio Monsalve es Director Editorial de Globomiami.