domingo, noviembre 24, 2024
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Paisajes de la antimodernidad caraqueña

Cuando había plata, el chavismo desplegó una estrategia de edificación de bloques en Caracas. Los edificios chinos de Misión Vivienda cubrieron las principales avenidas de la ciudad, repartiendo negocios a una clientela de bolichicos, quienes imitaron la manía constructora del siglo XX, durante las tiranías de Gómez y Pérez Jiménez.

Al menos antes, los dictadores del país se rodeaban de verdaderos planificadores como Carlos Raúl Villanueva.

Por el contrario, el régimen secó la poca creatividad de Fruto Vivas y Farruco Sesto, utilizándolos de excusa para instalar proyectos de una modernidad fallida y frágil.

El socialismo pintó de rojo al antiguo Nuevo Circo, entregándoselo a los hippies trasnochados y orgánicos de la zona.

Desde la alcaldía de la capital, Jorge Rodríguez dispuso de los recursos públicos en una tarea de limpieza y ornato, cuyo objetivo real fue colonizar los espacios del oeste, diseñándoles una mascarada de gestos populistas.

Pronto vaciaron las arcas del estado, pero siguieron raspando la olla a costa del show de la humanización urbana, una vulgar tapadera de conflictos de interés, de comisiones y de arreglos florales inútiles.

Aparte de delinear una cartografía de simulacros, las supuestas obras no ofrecen amores, sino dolores de cabeza para los habitantes conscientes.

Caminando por el centro, descubro una lista de despropósitos hirientes de la cordura y el buen gusto.

Frente al Congreso de Antonio Guzmán Blanco, expropiaron una residencia en la esquina caliente, al lado de la Plaza Bolívar, con el fin de emplearla de sede provisional de la Asamblea Constituyente, donde anidan alacranes y sapos de toda calaña.

También la pintaron de rosadito por decreto, sin consultar a nadie, como la infausta Ley Antibloqueo, un arma de la opacidad. De ahora en adelante, nadie podrá investigarlos si rematan a PDVSA a precio vil.

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Tremenda resistencia indígena la de Maduro y sus amigos, empeñados en regalar la soberanía a grupos irregulares.

La falta de transparencia ya se palpa en la arbitrariedad estética de los últimos adefesios navideños y decorativos que arropan al municipio Libertador.

El Colectivo Catedral Combativa impide el paso de la oposición en las adyacencias de la casa natal de Simón Bolívar, el Teatro Ayacucho y Puente Llaguno.

Los colectivos se conectan por radio, dirigen la circulación como improvisados fiscales de tránsito, coordinan un trabajo incomprensible de calle, un ejercicio táctico a nivel de la acera.

Arriba los tanques rodean a Miraflores, cortando la ruta y el acceso al palacio del régimen.

La flexibilización se impone para crear el ambiente de las elecciones, las personas corren por desespero a hacer sus diligencias, la política desaparece a merced del adelanto del ambiente decembrino.

Escucho gaitas a cada rato, le gente busca el pan de jamón, empezamos a comer hallacas en octubre.

Pero hablando de gastronomía, veo una cosa absurda en el café de la izquierda bohemia y burguesa, ubicado al lado de la Plaza Bolívar. Para ser cacofónicos y redundantes, venden la hamburguesa Simón Bolívar a 7 dólares.

La pasta Manuela Saenz cuesta 8 billetes verdes. No entiendo por qué. Debe ser un invento demagógico para complacer a las primeras combatientes y a las camaradas supuestamente empoderadas.

En la calle rematan la misma hamburguesa por menos de dos dólares. El precio es prohibitivo para los indigentes y pensionados del PSUV.

Los Constituyentes sí piden la hamburguesa Simón Bolívar, a manos llenas. Así hacen revolución.

De igual modo, decidieron restaurar el hotel Humboldt. Los lugares emblemáticos los convierten en sitios secretos de la oligarquía del dinero, el materialismo histérico y la cultura del derroche de los hijos de la nomenclatura. 

Recientemente, Jacqueline Farías quiso justificar su puesto, bueno para nada, de Jefa del Gobierno del Distrito Capital, al instalar un paisajismo botánico el día de 12 octubre, como un tributo incoherente a los ancestros de las tribus originarias.

¿Indios sifrinos que van de compras al vivero de Altamira?  

Ella se cree la reencarnación de Burle Marx, el auténtico genio brasileño detrás de los hermosos planos ecológicos de El Parque del Este, llamado originalmente Rómulo Betancourt y después cambiado al nombre militar de Generalísimo Francisco Miranda, priorizando la épica independista por encima de la imagen de lo civil.

En el mismo sentido, Jacqueline Farías ordena colocar unas matas de colores en forma de círculo del terror, bajo el pedestal donde figuran las esculturas de comiquita de los caciques Tiuna y Guaicapuro, dos adefesios que imitan la corpulencia de la estatua de María Lionza, a cargo de Alejandro Colina.

Unos obreros llevaron el sol parejo, a efecto de limpiar el entorno y ajustarlo para la conmemoración de la fecha.

La cuadrilla de jornaleros hacen la chamba, sin distanciamiento social, que eluden los ahora planificadores de juegos de espejitos.

Dice Jacqueline que la suya es una obra maestra que evoca a una culebra y a una tortuga, que no veo por ningún traza del prescindible parapeto enroscado.

Como crítico le pongo cero en capacidad de comunicación social.

La pieza, en realidad, devela la banalidad del mal, el grado cero, la pereza creativa de una señora que parece que no tiene oficio, que pusieron de jarrón chino, que permite que la encasillen en el estereotipo de la mujer encargada de las labores domésticas del hogar.

Alrededor, los policías matraquean a diestra y siniestra, burlándose de la ley, de la memoria, del Seniat que los flanquea.

En vez de estar quemando fuegos artificiales, Farías debería pararse en la calle para impedir que cobren vacunas a los transeúntes.

Voy más lejos. Los euros que dilapidaron en la serpiente y la morrocoya de Chávez, se pudieron invertir en la restauración de la polimicrocía de Carlos Cruz Diez, que luce castigada, oxidada y afectada por la desidia.

El mensaje es obvio. A los hitos del pasado republicano los condenan a una dieta de pan y agua, a un futuro de ruina.

Aun así hay una diferencia abismal entre los monumentos originales de Plaza Venezuela, como el Abra Solar de Alejandro Otero, y las futilidades de Jacqueline.

Conviene recuperar la historia y salir de la suspensión de la democracia. De lo contrario, la destrucción de la ciudad continuará su curso dantesco, bajo la administración de Nicolás.

Es el urbicidio lo que ha sido flexibilizado.

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