En el universo literario de Carlos Dorado, Manolo El Gallego emerge como un personaje entrañable que ofrece una mirada singular sobre la vida, las relaciones y los valores humanos. En esta ocasión, Manolo reflexiona sobre la complejidad de la amistad, una temática recurrente en los escritos del autor.

La amistad, amigo mío, es como esos campos verdes que vemos al pasar: a veces ofrecen sombra fresca, otras te dejan expuesto al sol. Hay de todo, claro está. Es como esa marea que sube y baja, que en ocasiones te abraza con fuerza y otras te arrastra sin piedad.

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Los amigos, es verdad, no todos tienen el mismo valor. Están aquellos de la farándula, que van y vienen con el viento, llenándose la boca de palabras vacías. Luego, están los de conveniencia, que cuando necesitan algo, te buscan, pero cuando están satisfechos, desaparecen como polvo en el viento.

Pero los verdaderos, amigo, esos son como el oro en las manos. Son los que están cerca cuando los demás se ausentan, los que ríen con tus alegrías y sostienen tus penas con sus hombros. No siempre están en la fiesta, pero nunca faltan en la tristeza.

No son los que proclaman a los cuatro vientos su amistad, sino aquellos que actúan con silencio y hechos. Los que te miran al alma, amigo, y entienden más de ti que aquellos que comparten un vaso pero desconocen tu ser.

La verdadera amistad, es como esas perlas que se encuentran entre las conchas, raras y valiosas. Y yo, desde mi rincón gallego, te digo, amigo, que si tienes siquiera un puñado de esos amigos verdaderos, ya posees un tesoro más grande que el oro de un reino.