La ciudades están en constante cambio.
Inexorablemente, durante la historia y el devenir de las sociedades, aunado a las nuevas formas de construcción, a un casi desmesurado desarrollo de la tecnología y nuevas maneras de entender y percibir el espacio público, entre otras; vemos cómo día a día existe más convivencia entre los valores de la ciudad clásica y las nuevas formas de convivir en la ciudad y los espacios que la misma nos brinda.
Son pocas las grandes ciudades que conservan y cuidan con celo aquello que alguna vez las hizo y mantiene como referentes invalorables de otras épocas.
Se muestran estoicas frente a los constantes embates de una sociedad que avasallantemente trafica y convive con una conducta muy distinta frente a sus grandes espacios.
¿Por qué ciudades como Paris, Roma, New York, Erbil, Barcelona, (por solo nombrar a unas pocas), se sostienen como baluartes, pilares y referentes en todo el mundo? La respuesta es compleja, y va más allá de solo comprender que sin importar en qué era se desarrollaron, que estructura formal poseen, su tamaño y densidad, o, quién concibió los planes rectores.
La respuesta más sencilla, es que estas ciudades y muchas otras han contando con ciudadanos y dirigentes respetuosos de los valores primigenios de estos grandes asentamientos, en donde el espacio público, los grandes recorridos, los monumentos, los parques, las plazas, el respeto por el peatón, se mantienen como elementos inalterables.
Estas ciudades, pese a los constantes cambios, luchan por mantener sus espacios públicos y procuran la inclusión de otros.
La metamorfosis de la ciudad no deja de ser una realidad. Sin embargo, los grandes entendidos aceptan que el espacio público es lo que hace de la ciudad, una gran ciudad. No sólo la ciudad clásica como la concibió la antigua Grecia es capaz de brindarnos espacios como el Ágora, también en las ciudades del siglo XXI hay nuevos ágoras. Es solo cuestión de interpretación, concepción y respeto por nuestro espacio. El espacio público es de todos.
Ahora bien, como no abordar el tema de pandemia mundial y las consecuencias de una realidad que nos hace cambiar nuestra manera de entender la ciudad y nuestras vidas.
La expansión del Covid-19 así como las necesarias medidas de confinamiento y distanciamiento social para hacer frente a esta amenaza, definitivamente nos ha privado de recorrer las ciudades como solíamos hacerlo, nos prohíbe permanecer en estancias, visitar plazas, parques, caminar por alamedas.
Si nos adentramos en el espacio cerrado, entendido como el centro comercial, por demás, un gran contenedor de formas de consumo, alimentado casi exclusivamente por el uso comercial y escasamente algún otro uso complementario, es relevante aclarar, que las limitantes son aun mayores.
Definitivamente, esos grandes receptáculos de comercios, negados a compartir sus espacios con la ciudad, están condenados por la pandemia. En realidad, no dejan de ser una forma precaria y limitada para sustituir al espacio público.
La vuelta al espacio público en sustitución de los grandes contenedores de usos mixtos, es una alternativa frente a la pandemia. El espacio público es enemigo del COVID-19, mientras que los espacios cerrados son su cómplice.
Por es que este virus no enferma a la ciudad. La circunstancia presente es propicia para poner en marcha una estrategia que permitirá valernos de la amenaza presente, y convertirla en una oportunidad, eso con el ánimo de recuperar nuestros espacios públicos.
Luis Alberto Terife Rotundo es Arquitecto y Diseñador Urbano.
Cuenta con más de 23 años de experiencia en el área de desarrollo y construcción de proyectos orientados principalmente a arquitectura, diseño urbano, planificación e ingeniería. Ha trabajado para clientes corporativos privados y públicos como, IBM, Bigott, Sodexho, Eurest, Grupo Trigal, Invibolívar, Inviobras, Instituto de Desarrollo Social del Edo. Zulia (IDES), CONAVI, Funda Común, Cameba, Alcaldía de Chacao, Digitel, BNP Paribas, Mercado Libre, entre otros.