En la segunda temporada, Luis Miguel desciende al infierno del narcisismo posmoderno, como un híbrido arquetipal de las pesadillas y sueños contemporáneos, dentro del llamado capitalismo de las emociones. Un mercado de sentimientos encontrados, al alcance de una suscripción de Netflix. ¿Del ocaso al eclipse?
Por tanto, la serie conjuga y exorciza los terrores de la estrella y su fandom: el miedo a la enfermedad, el pánico a cualquier compromiso estable, el temor a pasar de moda y ser pasto del consumo nostálgico de decadencias, de ídolos intercambiables.
Detrás de su escudo de seguridad y control, el “Sol” de México sospecha ya no calentar como antes, dar vueltas estériles sobre su propio eje creativo, sufrir por las traiciones y decepciones de todos, caer en el laberinto irreversible de la soledad y la tragedia.
A diferencia de la primera, la segunda temporada es menos condescendiente con el protagonista, más comprometida con el desarrollo de un melodrama desatado, a la mexicana, sin retorno, como si fuese sido escrito por Alicia Paz Garciadiego para un filme oscuro de Michel Franco, quien recientemente rodaría la asfixiante “Nuevo Orden”, con el mismo Diego Boneta, en una metáfora paralela del calvario, el dolor y el sacrificio azteca.
Así, Diego Boneta es el mejor actor de su generación, el de más proyección internacional, capaz de tomarle el relevo a Gael García Bernal, tras su debut explosivo en “Amores Perros”, concediéndole un primer ídolo del milenio a los chavos amantes de las películas y los combos de cotufas.
Diego Boneta coge el testigo, a partir del 2020, en plena irrupción del contenido de la curantena, al calor de los servicios de streaming, pasando de Amazon Prime a Netflix.
Ahí usted puede disfrutarlo en “Nuevo Orden” y “Luis Miguel”.
Viéndolo, entenderán mi punto.
Boneta ofrece una imagen del clásico “güero” chilango. Es guapo, inteligente, sarcástico cuando le corresponde, dotado de una naturaleza corporal envidiable de semidios apolíneo del mainstream, pero matizado con el chile o el picante de un dionisio nihilista.
En tal sentido, propongo una teoría como recorrido de lectura. Se me antoja que la película “Nuevo Orden”, de Diego Boneta, transcurre en el multiverso de la serie “Luis Miguel”.
En “Nuevo Orden”, un Diego Boneta que no cambia su look de Luis Miguel observa y personifica el desmoronamiento de la sociedad mejicana, por sus conflictos eternos de poder, por sus problemas sociales irresolutos.
La serie “Luis Miguel” cuenta una narrativa similar, salvando las distancias, desde la perspectiva de un simbólico “Sol”, que interpreta Diego Boneta, como el emblema de la corrupción de un ángel, lleno de privilegios ganados con el sudor de frente.
Por ende, la segunda temporada nos confronta con el viaje de un villano, no de un héroe rosa de Televisa, sino con la versión musical de un personaje tridimensional como de “Juego de Tronos”, “House of Cards” o “Breaking Bad”.
Gran mérito del cuarto de escritores, donde figura la criolla Karin Valecillos, no por casualidad.
Karin, como buena venezolana, sabe escribir de realidades y vidas signadas por el desamparo, la crisis, la muerte, el existencialismo, el fin de los relatos y las promesas de redención.
De ahí que el Luis Miguel de Netflix sea una síntesis de una masculinidad tóxica que nos lidera y embelesa con sus tonadas de Flautista de Hamelin, tal como lo afirmó Don Carlos Monsivais.
Ha sido valiente y oportuno que el propio Luis Miguel permita que le saquen los trapitos al sol, para elaborar sus duelos y trabajar sus culpas, de cara a la revisión de su pasado oscuro de Anakin Sywlaker y de su rentabilidad en el futuro.
Por ahora, una segunda temporada de tres previstas, habla de la vigencia de la dramaturgia que creó Shakespeare y que consolidaron plumas como las de Cabrujas en América Latina, para un medio satanizado por la izquierda, como la televisión.
Mi otra teoría incómoda, que con gusto puedo defender si me lo piden, es que el melodrama de Luis Miguel refrenda el compromiso liberal del género, al plantear un marco de reflexión íntimo para las bondades y vicios, virtudes y defectos, de las sociedades democráticas.
Me explico. La ventana de la segunda temporada abre una seria discusión de temas que merecen una conversación por redes, como el manejo doloso de los negocios, la relación de amor y odio con la fama, el lado oscuro del emprendimiento musical, la tortura que conlleva el éxito, y el dejo de populismo que permea a la infatigable rueda de producción de hits.
Por igual, se reivindica el esfuerzo humano de un ser extraordinario, que labró su carrera, por encima de los límites de un mundo demasiado ordinario.
Una idea constante del biopic surgido en el reconocimiento del mito del self made man, en la propuesta de inspirarnos con el ejemplo ajeno de un hombre excepcional, pero a la vez terrenal.
De tales ambivalencias se nutre una serie que expone a un Luis Miguel atormentado y sufrido, víctima quizás de su ego, de su lucha por el poder eterno, de sus complejos de Edipo, de su apariencia y de su necesidad de mantenerse arriba, al costo de perder esencia con colaboraciones y canciones al estilo de un balada prescindible de navidad.
Luis Miguel manipula y es manipulado, abusa y es abusado, traiciona y es traicionado, hiere y es herido.
Ha terminado en un círculo de anillos del averno, que lo equipara con el seductor inmortal de Drácula, con el fausto de los pactos del demonio, con el destructor de su propio legado amenazado por toda suerte de parásitos y Judas.
No acaba de conseguir el amor ideal, como un Orfeo que busca reencontrar a su madre en el espejo de la pretendiente de turno, a la cual abandona por su narcisismo.
Pelea con su familia por la potestad de Sergio, a quien castra y mutila para que no le haga sombra.
Riñe con los managers que lo quieren instrumentar como marioneta de un circo.
Busca una reconciliación con su hija, que se le escurre de las manos, por falta de comunicación, por el cumplimiento de un romance imposible de la chica con el manager del Sol.
Es en tarima y en la grabación de obras maestras que perduran, donde Luis Miguel consigue la paz y la justificación que se le escapa en el montaje de la segunda temporada.
Ahí lloramos, reímos, hacemos karaoke y recordamos por qué Luis Miguel trasciende, con su obra, a las manchas y lunares de su memoria.
Una de las lecciones de la estupenda segunda temporada, que nos enseña a ser menos maniqueos y binarios, a entender que una cosa es el artista y otra la vida.
Aunque de su alquimia no se puede desprender Luis Miguel y menos nosotros, cómplices secretos y testigos de la corrupción del ángel, que también es demonio, obviamente.
Estimo que luego del abismo y del espiral dramático de la segunda temporada, la tercera nos proporcionará un arco que redimirá a Luis Miguel, después de todo.
Es lo que corresponde al hombre que nos ha hecho felices con su música, y con la oportunidad de abrir su armario, sin tantas concesiones en la serie de Netflix.
Si el escándalo vende, quien mejor que Luismi para administrarlo, disculpándose mientras recibe las regalías.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.