Nicolás Maduro mandó a hacerle un documental de encargo a José Vicente Rangel, desde su capilla ardiente en el Palacio Federal Legislativo, iniciando el período de la nueva usurpación del congreso nacional.
En la misma semana, Jorge Rodríguez bautiza un libro de poemas, titulado irónicamente “Papeles de la Demencia”, editado por el Ministro Freddy Ñáñez, quien encabezó el acto con las palabras de un alcahuete, de un mujiquita de la era del terror de Gómez, de un adulador y lamebotas de la revolución.
Como soy contemporáneo, puedo tutear al encargado del despacho de Comunicación e Información, nacido en Petare y fundador de un grupo de Punk Rock, según se extrae de su perfil de Wikipedia, donde también alardea por presidir VTV, el canal de todos los venezolanos chavistas.
Mira Freddy, ponte a trabajar en serio. Habla con Ernesto y dile que el sector cine y cultura se está muriendo, por culpa de ustedes.
Explícale que, con medidas de bioseguridad, se pueden abrir las salas, para proyectar películas y permitirles un pequeño desahogo a los caraqueños en tiempos de dictadura.
He visto que tus años de jalar mecate han rendido frutos.
Sabemos que eres protegido de Jorge, que le rindes cuentas y que, por tal motivo, perteneces a la rosca dulce de la nomenclatura del poder rojo.
Por ello, a nadie extraña que utilices los fondos del estado, para imprimirle un libro a tu jefe, con sus versos demagógicos y sus poses de Neruda.
El aburguesado Jorge puede darse el lujo de mandar a los hijos a estudiar al exterior.
Desde el comienzo de la degradación, los conflictos de interés marcaron a la patria de los sapos socialistas.
Farruco Sesto ordenó filmar una versión de su noveleta de quinta, “La Clase”, un filme de la Villa del Cine, apenas visto por cuatro gatos.
El arquitecto gallego era otro amante de las clientelas y de los tráficos de influencia.
Así construyó obras, concedidas a dedo, porque “el tipo hacía la chamba”. Era lo que se escuchaba por los pasillos del Teresa Carreño y la Torre Simón Bolívar.
Un día, por los predios de Uneartes que es la antigua sede del Ateneo, un punketo hizo una pinta de protesta: “Farruco, la cultura no es tu conuco”.
Salvando las distancias, cabe repetir la frase, en esténcil, para Villeguitas, Freddy, Jorge y el orden nepótico de Maduro, cuyas sanciones y tropelías no serán limpiadas, en el expediente de Bachelet, con un millón de copias de sus estériles ejercicios por imitar a Cadenas, Ramos Sucre y Gerbasi.
De igual modo, Hitler imaginó que la pintura lo redimiría de sus crímenes de lesa humanidad.
Además, el genocida Adolfo acumuló parte de una fortuna personal, de una riqueza corrompida, al decretar la comercialización de su autobiografía, “Mi Lucha”. Con ella el Fuhrer soñó con garantizar el futuro de su retiro. Pero la historia canceló los planes del déspota alemán.
Benito Mussolini, como José Vicente, escribía y trabajaba como reportero, justificando siempre la censura y la doble moral del periodismo oficialista. Terminó repelido, odiado y colgado por el pueblo.
La generación de relevo explotó en las calles, con el grito de liberación de la vanguardia neorrealista, destinada a hablar sin tapujos de los problemas comunes.
Hugo tuvo la pésima costumbre de meter sus manos en la cultura, imponiendo la producción de series, telenovelas y piezas de propaganda. Encima permitió que Tarek y sus amigos publicarán sus poemas selectos con las fundaciones y sellos fondeados por los impuestos de la renta pública.
Aquellos empeños cayeron en saco roto, fueron en vano.
Hoy William Sab aparece en el documental “La República que Tortura” como un vulgar jarrón chino, como un funcionario inútil e incapaz de condenar la sistemática violación de derechos en el país.
Mi conclusión es que los alienados del arte comunista han decidido vivir una fantasía, una mentira que aúpan los medios oficiales, aprovechando recursos ajenos.
Vamos a tomarlos como documentos de un pasado narcisista e indulgente, que debemos superar en lo inmediato, cuando Venezuela se enrumbe de una vez por la senda de la democracia y la independencia.
Chávez que, era bocón, lo sentenció con su palabra.
El 2021 es el deadline para cambiar los papeles de la demencia, por los protocolos de la decencia racional.