Como con el país, tenemos una relación de amor y odio con la Vinotinto.
Un día, antes del comienzo de la Copa América, la selección nacional vuelve a defraudar a todos, al destaparse la olla de los entre 12 y 16 casos de miembros infectados de la delegación criolla, producto de un manejo laxo y en modo “coronaparty” de la burbuja del equipo.
Consecuencia de la irresponsabilidad de la Federación, para empezar.
Después, consideramos “digno” el desempeño de la escuadra de Peseiro, en la jornada inaugural, obteniendo un empate con el anfitrión, una Brasil que asiste a la oficina, hace la chamba sin despeinarse, como Owen Wilson en Loki, serie sobre la que prometemos una disección pronto.
A pesar del esfuerzo y el maquillaje narrativo de los influencers, perdemos por tres goles y sumamos cero puntos. Ergo, no nos alcanza para disimular el escándalo pandémico de la Vinotinto.
Finalmente ayer conseguimos un empate milagroso, ante la difícil Colombia, gracias a que Wiulker Fariñez nos salvó, desde su defensa heroica de los tres palos.
En adelante, hablaré varias cuestiones sobre él, Venezuela, la oposición y mi vínculo con el balompié.
A Wuilker tuve la suerte de conocerlo en el 2017, cuando me encomendaron la misión de dedicarle un documental de 30 minutos. Venía de realizar un trabajo del mismo estilo con Salomón Rondón y el mérito me permitió evolucionar en la investigación con Faríñez, bajo la producción de Vale TV con empresas Polar.
De Wuilker y su entorno aprendí muchas lecciones. Una de ellas la escuché por boca de su tío, quien ha sido inspiración para el portero y que siempre le recomendó: “no regalarle nada a nadie”.
En efecto, ayer Faríñez llevó aquella teoría a la práctica, negándose a ceder un milímetro de su espacio en la arquería, como ejemplo de resistencia y crecimiento ante la adversidad.
Recuerdo mi primera entrevista con Wuilker, donde de hecho me regaló poco de su sabiduría y lo valoré plenamente como un reto, como uno de los mensajes que envía sin desgastarse innecesariamente con la retórica vacía, con el relato.
Nunca me había topado con un chico tan sereno, seguro y preciso con la palabra en el contexto del fútbol rentado, siempre acostumbrado a la venta de humo o a la autopromoción de falsas esperanzas.
Entendí que Wuilker solo quería hablar en la cancha, reservarse sus secretos más íntimos y guardarse las reflexiones sesudas para un futuro que se ha trazado como uno de los líderes positivos de la nación.
No en balde, Wuilker engloba la virtud de la paciencia y la perseverancia, evitando caer en los dramas bulliciosos de algunos de sus colegas, que arman radionovelas por Instagram, cuando no los convocan o los meten en la cancha.
No se les olvide que al gigante Faríñez lo sentaron en el juego contra Brasil, y que más de uno piensa que de haber jugado el resultado sería distinto.
Pero él es generoso, entiende que hay un equipo y un técnico por encima, y que su momento de probarse siempre lo aguarda por el peso de su oficio, de su efectividad, de su manera de erigirse en un muro de contención, en una valla infranqueable, hasta para la Colombia de los monstruos de Mina, Cuadrado, Cardona, Muriel y Zapata, parte de la élite de los clubes millonarios de Europa.
En uno de los duelos electrizantes del partido de anoche, Wuilker secó al coloso de Duwán Zapata, uno de los artilleros letales del conjunto cafetero, un súper atleta que cruza la cancha en dos zancadas y dispara unos riflazos mortales, desde cualquier ángulo de la ofensiva.
Pues bien, Zapata se acostó con insomnio, sufriendo pesadillas en las que aparece Wuilker como un pulpo con ocho tentáculos, como un Kraken que le corta las secuencias de gol, una y otra vez.
Obviamente, tras meses de malas noticias, lo de Wuilker nos brinda un fresquito, nos emociona, nos invita a pensar que hay futuro en manos de chicos como él, menos interesados en la foto pose y el exhibicionismo selfie de la red porno de Tik Tok, más atentos a servir de modelos para la reconstrucción de la identidad, del tejido social roto.
Wuilker, que viene del barrio, le habla a los chicos de Petare, de Catia, de la Cota 905, diciéndoles que el camino de la delincuencia no es el correcto, que nadie te va a regalar nada en la vida, que no te quedes esperando obsequios y dádivas de un estado mágico, que la ruta fácil de quitarle al prójimo no suma.
En días recientes, la querida Mari Montes hizo una propuesta en el portal amigo de La Gran Aldea, afirmando que María Corina, Leopoldo y Henrique deben cesar en sus búsquedas paralelas, para aglutinarse como un proyecto que nos ilusione y nos motive, porque separados somos débiles.
Solo agregaría a Juan Guaidó en el grupo, así como a los demás sectores importantes y legítimos de la oposición mal llamada radical, la oposición del exilio que nos respalda críticamente, viendo las cosas que no logramos comprender a la corta distancia. Desde afuera, el cuadro se mira con una perspectiva de analista, ofreciendo el diagnóstico y la prescripción adecuada, aquella de quien señala el tumor antes de que explote en metástasis.
De modo que estamos a tiempo de ser resilientes, democráticos e incluyentes en la oposición.
Pensemos juntos si nos conviene una negociación, una elección u otra alternativa.
Pero evitemos seguir atomizándonos en islas y pequeños feudos de poder.
Veámonos en el espejo de una vinotinto que avanza y evoluciona, afinando una estrategia común de defensa.
Sin duda, nos falta pulir mucho en ataque y terminar de ser contundentes, para alcanzar el objetivo de la clasificación.
Wuilker no puede solo.
Tampoco los líderes de la oposición por separado.
Los dejo con el link de mi docu.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.