Recientemente vi “Beautiful boy”, la película del director belga Felix van Groeningen, que protagoniza magistralmente Steve Carrell y Timothée Chalamet. Desde hace muchos años un film no me despertaba tantas emociones y considero que, en gran parte, además de la extraordinaria actuación de los involucrados, la historia, más allá de narrar una vivencia familiar, nos brinda una visión completa sobre la humanidad, la familia, el rol de los padres, psicología y filosofía de vida. Perdón por los spoilers.
Chalamet (Nic Sheff) interpreta a un adolescente drogadicto que intenta mantenerse sobrio, pero fracasa en el intento; Carrell (David Sheff), a su padre, que desesperadamente trata de ayudarlo una y otra vez, pese a las continuadas recaídas de su hijo.
En la película, David Sheff —en cuyo libro está basada la película—, muestra de mil formas posibles el amor infinito que tiene por su hijo, pasa horas, días, meses, investigando, visitando especialistas, pagando los mejores tratamientos para su hijo, e incluso, probando las drogas para tratar de entender lo que sucede en el cerebro de Nic; no importa lo que haga su hijo, David siempre está allí para apoyarlo, pese a que esa dinámica además de destruir a Nic, también está destruyendo a su padre.
Finalmente, tras tanto luchar, David desconsolado descubre que él no puede salvar a su hijo, que él no puede obligar a Nic a estar sobrio, a estar sano, y que, en definitiva, solamente Nic puede salvarse. Luego de años de sufrimiento, Nic llama una noche a su padre pidiéndole ayuda, pero David en lugar de decirle que sí y salir corriendo a socorrerle, le dice que lo siente, pero que no puede hacer nada por él.
Al final de la película aparece una leyenda que aclara que Nic ahora lleva 8 años sobrio, ha escrito novelas y trabajado en producciones de Netflix, está vivo, aunque paradójicamente, y pese a hacerlo con todo el amor del mundo, la desfasada ayuda de su padre estuvo a punto de matarlo, pues no le permitía a Nic tomar las riendas sobre su vida.
Si extrapolamos la historia de David y Nic a un plano político, vemos la misma historia repetirse en Estados paternalistas. Vamos a asumir por un momento que los políticos no son malos, que tan solo quieren ayudar a todas las personas, sin embargo, para ayudar a los demás, deben apropiarse de la producción de los privados con el propósito de tener recursos para facilitar sus “ayudas”; ante esta situación los políticos no solo están desestimulando la innovación y producción al castigar a las personas que trabajan, sino que además, por otra parte, están estimulando la dependencia de otro grupo de seres humanos que jamás podrá salir de la trampa de la pobreza porque el sistema los mantiene “protegidos”.
Lo más difícil de criar a un hijo seguramente es determinar el límite entre protegerlos y no sobreprotegerlos; pues si los proteges muy poco corres el riesgo de que se desvíen, y si los proteges demasiado, corres el riesgo de que se vuelvan personas incapaces de valerse por sí mismas, acomplejadas, asustadas, y sin futuro. Algo similar ocurre ante el rol del Estado en las sociedades.
Filosófica y existencialmente, los seres humanos necesitan mucho más que un techo para dormir y comida para saciar el hambre; los hombres y mujeres necesitan una razón para vivir, algo que los motive a despertarse cada mañana, y eso es algo que el dinero no puede brindar. Unos padres con mucho dinero pueden darles a sus hijos todo lo que necesiten —en términos económicos—, pero si los sobreprotegen demasiado, lo más seguro es que esos niños se convertirán en adultos parásitos, sin talentos, sin utilidad, sin comprensión de la realidad y el mundo, lo que indudablemente los transformará en personas confundidas, incapacitadas y depresivas, que difícilmente encontrarán una razón para vivir y que muy probablemente ingresarán en procesos autodestructivos sin saber cómo salir de ellos.
En todo esto, los Estados son muy parecidos a los padres, ninguna sociedad puede mantenerse en pie a través de subsidios, no solo porque económicamente sea inviable —que también es una de las razones—, sino porque además, una sociedad en esas condiciones no tendría jamás la motivación, ni mucho menos la voluntad para enfrentar al mundo y resolver sus problemas existenciales; lo más probable es que ante esa absurda realidad, en la que el Estado de alguna forma logre subsidiar a todos los ciudadanos sin destruir las riquezas privadas —lo cual insisto, es imposible—, tendríamos una sociedad llena de enfermedades, adicciones, una alta tasa de criminalidad y completamente disfuncional, ante la falta de propósitos y mano de obra capacitada para por lo menos prestar servicios básicos.
Nic se había convertido en un adicto a las drogas que cada vez que recaía esperaba la ayuda de su padre, en distintas partes del mundo los ciudadanos se han convertido en adictos a las ayudas del Gobierno, sin comprender que esa misma “ayuda” los está matando. El Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, lo explica de manera fantástica en el cuarto capítulo de su documental “Free to Chose”, en el que analiza y explica como las ayudas del Gobierno de Estados Unidos, en lugar de resolver problemas, los crea, pues incentiva a un grupo poblacional a abandonar sus trabajos con el propósito de recibir dichas ayudas, mientras sabotea sus propios esfuerzos por salir adelante y penaliza al otro grupo que se encuentra trabajando para lograr sus metas; todo esto genera una serie de contradicciones sociales y existenciales que fomenta el parasitismo y en últimas, también la corrupción.
La naturaleza es bastante sabia, si trasladamos todo esto al reino animal, vemos que los más fuertes se comen a los más débiles, y por ello, todos los animales deben trabajar en fortalecer sus virtudes con el propósito de defenderse del agresor y a su vez, proveer para sí mismo y sus crías; aquellos que no logren ser lo suficientemente fuertes, rápidos o inteligentes, están destinados a morir; pero lo más increíble de todo, es que este es un proceso perfecto que permite que el mundo se mantenga en pie, el equilibrio del sistema ecológico depende de que toda la cadena alimenticia se cumpla, pues cada animal cumple una labor en la naturaleza.
En el reino humano, en las junglas de concreto, esto no es muy diferente, los seres humanos deben entrenar desde pequeños diversas capacidades y desarrollar talentos, con la intención de ser autosuficientes, crecer, convertirse en seres atractivos para una posible pareja, procrear y traer al mundo nuevos criaturas; más allá de la filosofía, es un hábito casi biológico e innato.
Los Estados no pueden convertirse en entidades sobreprotectoras que busquen resolver todos los problemas de las sociedades, por la misma razón por la que los padres no pueden sobreproteger a sus hijos: los dañan, los disminuyen y los dejan incapacitados para sobrevivir. Es por ello por lo que nunca se deben juzgar las políticas públicas por las intenciones de sus ejecutores, sino por los resultados que brindan las mismas. El asistencialismo no solo no resuelve los problemas que busca resolver, sino que, como ha mostrado la historia, los termina agravando.
Los hombres no deberían jugar a ser Dios, cada miembro de la sociedad es una partícula individual que merece y debe hacer su propio camino, lo contrario no solo es antinatural, es destructivo.
Nota del editor: Este texto forma parte del libro de Emmanuel Rincón: «El hombre jugando a ser Dios«, puede adquirirlo en las librerías de España y a través de Amazon.