Por Aglaia Berlutti.
Las primeras secuencias de la película Promising Young Woman (2020) de Emerald Fennell, resumen quizás, la mayoría de los debates actuales sobre sexo, consentimiento y algo más elaborado, relacionado con la sensibilidad sobre la identidad femenina.
Cassi (Carey Mulligan) encarna la culpabilidad invisible que se le achaca a la víctima, cuando un desconocido (interpretado por un siniestro Adam Brody), podría — o no — obligarla a tener sexo a pesar que ella está ebria y no puede negarse. Fennell plantea la situación desde el punto de vista de una cultura en la que se debate la responsabilidad de la víctima sobre la violencia que sufre.
Cassi accedió a acompañar a un hombre a quien no conoce, estando en exceso borracha y en medio de una situación confusa. ¿No es acaso parte del problema? parece cuestionarse el argumento, con una dureza y cinismo que produce escalofríos. ¿No es una necesaria versión de la realidad acerca de las cosas de la que una mujer debe protegerse?
La película no ofrece respuestas sencillas, pero sí confronta a esa cualidad imprecisa del estigma que sostiene en la imagen de la víctima perfecta con una pulcritud que desconcierta. Cassie no es un personaje pulcro, que se enfrenta a la violencia sexual desde la incertidumbre. En realidad, es una mujer con un pasado denso a cuestas, traumatizada por un hecho que la involucró de manera indirecta y que la convirtió en una especie de justiciera moral, que analiza sus propias acciones desde el sufrimiento colectivo. La propuesta de Fennell no está dirigida a pontificar o a sermonear. En realidad es un diálogo incómodo sobre los privilegios, la angustia colectiva y el miedo, todo en medio de la sensación perenne que en la película, cada acción está sometida al escrutinio de una cultura agresiva y que justifica la violencia.
Por supuesto, se trata de una forma controversial de hacer hincapié en el hecho de que la violación aun es un crimen en el que la víctima lidia con el escrutinio directo. ¿Qué hacías? ¿qué estabas haciendo? A diferencia de otros crímenes, una mujer — hombre, niño — que sufre una agresión sexual, debe ser el epítome de cierto tipo de pureza que permita que la sociedad le mire con amabilidad y compasión.
La Cassie de Fennell representa esa perversión de condición del bien y del mal en una cultura hipócrita, ambigua y llena del escrutinio sobre una verdad borrosa. ¿Qué hace que una mujer sea considerada digna de la justicia y otra, que deba asumir la culpa expeditiva de un tipo de sufrimiento violento? La película no se prodiga en respuestas, pero sí ofrece la posibilidad del cuestionamiento, lo que la hace una combinación de ritmo y tono que asombra por su precisión e inteligencia.
Por supuesto, es un hecho que la era #MeeToo llegó para cambiar la forma en que nuestra cultura asume y reflexiona sobre el abuso sexual. Y quizás, el mundo del entretenimiento sea el reflejo más claro de esa definitiva transformación.
Desde propuestas como el controversial documental Leaving Neverland de Dan Reed, la dolorosa y realista versión sobre la violación de la miniserie Unbelievable de Susannah Grant, la poderosa, intuitiva y provocadora I May Destroy You de Michaela Coel e incluso, intentos menos afortunados, como a nueva docuserie de Netflix Jeffrey Epstein: Filthy Rich de Lisa Bryant, demuestran que el lenguaje pop construye una nueva mirada compasiva acerca de la víctima y el contexto que le rodea, en un intento de convertir cada propuesta en un símbolo de la nueva sensibilidad contemporánea sobre la agresión sexual.
Aunque lo parezca, no es una mera tendencia alimentada por el debate sobre el género o al menos, no únicamente una expresión concreta que rodea una inédita inquietud sobre la identidad y la percepción de lo sexual.
Luego de la sentencia condenatoria contra el magnate del cine Harvey Weinstein, la interpretación sobre el consentimiento, el sexo y la noción de la agresión contra la mujer cambiaron para siempre. No sólo se trata de un sacudón definitivo a la forma en que nuestra época comprende el abuso sexual, sino que también, una renovada mirada sobre el incómodo núcleo de lo que puede ser la violencia de género, lo que además puso en tela de juicio el concepto mismo de la violación tal y como lo comprendíamos hasta entonces y la culpa social atribuida la víctima, algo que hasta hace poco tiempo había sido parte de un agrio e interminable debate.
No obstante, el movimiento #MeToo y similares, lograron remover las bases de viejos e incómodos prejuicios, hasta llevar a un primer plano la concepción sobre la agresión, el abuso y el acoso desde una perspectiva mucho más humana y compasiva.
Todo lo anterior, es sin duda consecuencia directa de lo que ha sido una visión históricamente confusa sobre lo que es el abuso sexual, de sus implicaciones y la identidad sexual de la mujer.
Durante siglos, la violación no fue considerado delito, a menos que cumpliera especialisimas condiciones: en la edad Media, solo una doncella podía ser violada. Las víctimas de guerreros y la violencia masculina casadas y viudas, eran ignoradas e incluso presionadas para ocultar “por decoro” la agresión que habían sufrido.
En multitud de tribus y sociedades primitivas, la mujer menor de edad era considerada propiedad de los varones y su desfloración, un premio en disputa. Incluso ese delito confuso llamado “estupro”, nunca fue otra cosa que una manera de asegurar la virginidad de la mujer casadera, de la hija que sería entregada en prenda y en ofrenda al futuro marido. La mujer — y su sexualidad — estaban bajo el tutelaje del hombre: del hogar paterno la mujer pasaba a la del marido y en el en tránsito de ambas cosas, el sexo quedaba prohibido.
De manera que lo que en realidad protegía la ley no era a la mujer de la violencia sino el hombre de la vergüenza de sufrir el peor bochorno imaginable: Una mujer desobediente.
La consecuencia más clara de toda esta visión histórica sea una percepción de la violencia sexual como accesoria e incluso justificable.
Durante los años ’70 se acuñó el concepto que define la llamada “Cultura de la violación” y que relaciona la violación y la violencia sexual a la cultura de una sociedad, que normaliza, excusa, tolera y además, culpabiliza a la víctima e incluso perdonar la violación.
Una idea que se extiende más allá del parámetro legal e incluye a la sociedad que la admite hasta hacerla casi imperceptible, una sutileza que incluye el rol social de la mujer y la percepción social que se tiene sobre su sexualidad. Inquieta la idea que tal vez esa percepción de atenuar, justificar, interpretar la violación sea debido al miedo. La cultura, que asume el sexo como acto intimo y sacralizado, asume la violación como una ruptura del esquema del valor de lo sexual como simbólico.
Pero más allá de esa mera interpretación, la violación es poder, es una declaración de intenciones evidentes sobre lo que la sociedad juzga es lo femenino y la cultura asume como normal y evidente. Por ese motivo que Cultura de la Violación quizás siempre se encuentre en debate: sobre su existencia, sobre la posibilidad del extremo, la exageración.
El escepticismo sobre la posibilidad que la violencia sexual como acto ilícito y de agresión, sea tamizada bajo el velo de una mirada complaciente hacia el agresor. Pero, aún se continúa insistiendo sobre la responsabilidad de la víctima, sobre lo que pudo hacer — o no — para evitar el acto de violencia que padeció.
¿Alguna vez se hace los mismos cuestionamientos al analizar los hechos que propiciaron un asesinato? ¿Se pregunta en voz alta el juez de la cultura si la víctima tuvo oportunidad de evitar ser asesinada o torturada? ¿Por qué la violación si admite el cuestionamiento? O tal vez, sea mucho más inquietante pensar el motivo por el cual la sociedad considera necesario analizar la violación como un juego de poderes y de culpas, en lugar de una agresión directa y frontal
La nueva mirada de los medios masivos sobre la violencia sexual, permite no sólo una elucubración cuidadosa sobre todos los temas anteriores, sino que además, profundiza a nivel público sobre ideas tan diversas acerca como el derecho sobre el cuerpo, la sexualidad como forma de libertad y la transgresión del consentimiento, que hasta hace pocos años, eran considerados temas de ámbito privado o incluso, un mero tabú del que nadie quería reflexionar más allá del límite legal y la confrontación moral.
Para bien o para mal, la cuestión sobre la decisión sexual, la comprensión del ámbito de la violencia dentro de parámetros por completo nuevo y una inédita comprensión del hecho cierto sobre cómo la violencia sexual puede tomar formas inesperadas, se encuentra en la actualidad en medio del debate público y en especial, en una mirada cultural que se nutre a partir de esa concepción cada vez más directa sobre la necesidad de asumir la violación como un delito sin matices.
Desde la óptica de lo femenino.
La serie Unbelievable de Netflix, quizás es uno de los primeros y más contundentes intentos en el mundo de la televisión de reflejar la nueva sensibilidad sobre el tema de la violación y además, de convertir el miedo, el dolor y la angustia de la víctima en tema de discusión colectiva.
Con su aire sincero, directo y compasivo, la serie reflexiona sobre el abuso sexual desde un punto de vista inteligente y profundo. Pero, además, el show evita los clichés habituales de programas semejantes, sobre todo el llamado Rape Porno y los estereotipos acerca de los personajes femeninos en dramas en las que la violencia sexual tiene un especial peso.
Por supuesto, se trata de una inevitable consecuencia de su época: a la serie Unbelievable se le considera el programa más feminista estrenado durante los últimos años, pero no por las razones obvias que pudieran merecerle semejante denominación. Toca desde un punto de vista sensible el tema del abuso sexual y reflexiona sobre el feminismo de una forma muy distinta a como suele hacerlo Hollywood.
Tiene un rasgo reivindicativo que no se considera agresivo, malvado o violento, sino que en realidad se relaciona mucho más con la capacidad de los personajes para comprender la equidad desde un punto de vista equilibrado y ajeno al canon más agresivo sobre la mujer que debe defender sus derechos y su identidad, frente a situaciones que le sobrepasan y le son por completo incontrolables.
Se trata de toda una evolución en lenguaje televisivo que hace de Unbelievable una nueva dimensión sobre cómo se comprende lo femenino (y lo que se relaciona con el ámbito de la mujer) en la televisión.
Creada por Susannah Grant y basada en el artículo ganador del Pulitzer escrito por T. Christian Miller de ProPublica y Ken Armstrong del Proyecto Marshall, la historia sigue los intentos de dos policías por atrapar a un violador en serie, después de que su primera víctima fuera considerada poco confiable. Pero en medio de ese amplio arco argumental, la serie analiza la forma en cómo la violencia sexual se percibe en el contexto moderno.
Además, Grant hace un recorrido por el papel femenino contemporáneo que mira desde una óptica subversiva. Las mujeres de la serie son protagonistas activas sobre situaciones complejas contra las que luchan con inteligencia y una refinada sensibilidad. No obstante, Unbelievable no intenta enviar mensajes políticos: su reflexión se basa sobre las relaciones de poder que presionan y juzgan a las mujeres y pone en relevancia la necesidad de visibilizar sus voces, su importancia y trascendencia.
Unbelievable rompe con los estereotipos más frecuentes en programas que analizan como las mujeres se mueven por el mundo, ya sean víctimas, detectives o en cargos de poder: no hay escenas sexuales gratuitas, la romantización de la violencia sexual con tintes eróticos o usar los estereotipos habituales para describir a mujeres poderosas. Los personajes tienen una enorme fuerza e independencia, lo que confiere al show una identidad muy definida. Sobre todo, el guion evita masculinizarles y crea una concepción sobre la identidad más bien neutra, centrada en el talento y capacidad intelectual. Con su aire personal y empático, Unbelievable elabora un discurso respetuoso de la mujer como individuo.
Además, Grant y su equipo de guionistas tuvieron especial cuidado en la forma de mostrar a la víctima de abuso sexual, un tema controvertido que en más de una ocasión ha provocado un incómodo debate en el mundo del entretenimiento.
Unbelievable no hace hincapié en el aspecto físico de las mujeres agredidas, una salvedad que brinda peso al argumento de la serie sobre el hecho de la violencia sexual es ajena a cualquier justificación. De la misma manera que en el artículo que inspiró la serie (que ocultó la identidad de las víctimas), la serie asume que la violencia debe analizarse como un hecho externo independiente, lo que sugiere que la violación no depende de cómo luce, lo que hace o el comportamiento general de la víctima. Se trata de un paso adelante en la manera de plasmar la agresión sexual en pantalla, que suele ser un solapado juicio moral.
Al final, Unbelievable es una reflexión sobre la compasión y el respeto hacia quienes han sufrido agresiones sexuales y que deben lidiar, además, con un sistema que acentúa los peores rasgos de la experiencia que debieron soportar.
Desde una perspectiva original, un argumento brillante, pero, sobre todo, una conexión profunda con la posibilidad de humanizar los procesos que tienen por objetivo la búsqueda de justicia para las víctimas de agresión sexual, la serie cambia la percepción sobre un tema controvertido en un momento necesario para su comprensión más profunda. Quizás, su mayor logro.
El poder en manos de la víctima:
La violación y el consentimiento son temas frecuentes en la televisión actual y de hecho, la propuesta del ícono del movimiento #MeToo, Michaela Coel, para la serie I May Destroy You, no intenta agregar nada novedoso a la idea sobre un tipo de violencia difícil de explicar y mucho menos de mostrar.
No obstante, de la misma manera que Susannah Grant, la guionista del BATFA toma la acertada decisión de construir un recorrido incómodo por la pérdida del control y los dolores inclasificables que las víctimas deben afrontar, en medio de una percepción sobre la violencia sexual que aun está sujeta al cuestionamiento inevitable sobre la conducta y la moral.
El personaje de Arabella (que también interpreta Coel) es una mujer que dejó de reconocerse y más allá de eso, transita por un territorio hostil en el que su cuerpo y su mente son espacios sometidos al miedo.
Los delicados matices sobre la vulnerabilidad que Coel incorpora a la narración, no solo sostienen un diálogo fluido y audaz sobre la cuestión del consentimiento, sino que ponen en tela de juicio la forma en que la víctima puede comprender o juzgar la agresión que sufrió.
Una mirada general que además, proporciona al argumento el necesario escenario atemporal que permite comprender que la culpa de la víctima, el cuestionamiento al consentimiento y la violencia de la revictimización, no son ideas asociadas solo a una cultura o un país en especifico.
I May Destroy You transcurre en la cosmopolita Londres, pero podría ocurrir en cualquier lugar del mundo. Para Coel, lo realmente importante de la trama es la forma en que Arabella debe lidiar con el peso cultural de la culpa, una herida que además, hace más duro el trayecto hacia comprender a cabalidad lo que ha vivido. Frente a un plato de comida que le lleva esfuerzos terminar, con una herida que no puede explicar, intenta responder las preguntas de una de sus amigas y de pronto, es notorio que el personaje se enfrenta a la irrealidad de un suceso que le sobrepasa, le golpea y le deja sin las armas para sostener una percepción sobre el peligro, el dolor y la amenaza.
La cámara sigue al personaje a través de la ciudad y la imagen parece moverse de un lado a otro, hacerse incómoda, angustiosa. Un vértigo inquietante que Arabella no logra superar, aturdida y sin fuerzas.
Michaela Coel crea una versión sobre la violencia sexual, el consentimiento y la supervivencia de la víctima, que no se atiene a la imagen incómoda de la “víctima perfecta”. Y lo hace, porque Arabella no es sólo una mujer que sufre, sino una que descubre que los límites del miedo son mucho más borrosos y temibles de lo que jamás imaginó.
Con pequeñas escenas coloridas, llenas de una vitalidad casi abrumadora, el personaje comienza un recorrido imprevisible hacia la concepción de la violación — o la posibilidad de una — mucho más profunda de la que pudo haber supuesto, algo que el argumento deja claro casi de inmediato. Y es el hecho de perder el control sobre un punto de enorme importancia en su vida, lo que convierte a la agresión en una herida sobre otra y también, en una mirada nueva acerca de la naturaleza del abuso y la sexualidad.
La serie carece medias tintas: franca, frontal y directa, recorre todos las regiones que Arabella debe atravesar para asumir el sufrimiento y el desamparo de la violencia, como una parte de su vida. Pero no le será sencillo: el personaje no sermonea ni moraliza, sino que muestra en toda su descarnada crudeza, el peso irremediable de la violencia como una circunstancia imposible de comprender de manera sencilla.
Arabella trata de continuar su vida cotidiana, de sobrellevar el peso de lo que se oculta en algún lugar de su mente, pero no lo logra y a medida que los capítulos transcurren, es evidente que antes o después, perderá el impulso casi desesperado por olvidar — ¿o recordar? — e incluso, aceptar lo que ha ocurrido.
Por supuesto, Coel sabe ordenar las piezas de información con la suficiente inteligencia como para que sea la víctima y no la agresión como hecho, el centro de la acción. Y mientras otras series intentan mostrar las agresiones sexuales desde un punto de vista poco sutil e incluso, doloroso, I May Destroy You toma la acertada decisión de no mirar a otra cosa que al que la sufre.
Arabella se desmorona poco a poco y a medida que el sufrimiento le sobrepasa, la serie se hace cada vez más consciente de ese peso argumental. Luego de años de historias que asumieron la violencia sexual como un elemento para recrudecer giros de guion y alimentar de forma venenosa a personajes, I May Destroy You tiene la libertad de mostrar a la víctima y su circunstancia desde la intimidad del trauma, de incorporar piezas de información cuidadosa que hacen más sentido, evidente y angustiosa la sensación de pérdida, de miedo y búsqueda de respuestas.
La lenta transformación del personaje también se muestra a través de un acertadísimo apartado visual, que acentúa esa percepción de recorrido vital de enorme complejidad y belleza, que el guion analiza.
Desde que la paleta sobresaturada de colores, cambia y se transforma en algo más elaborado, se hace más rica y complicada.
La cámara nunca deja de moverse y mientras en Euphoria, la sensación errante y onírica de la realidad supuso una ruptura narrativa, en I May Destroy You es una búsqueda de significado, de peso y consciencia que se hace cada vez más elaborada.
Hay una sofisticada belleza en los primeros planos que siguen el rostro tenso y triste de Coel, la forma en que el personaje evade una explicación sencilla y se vuelve algo más que un símbolo del dolor. Una y otra vez, el argumento remonta con inteligencia los clichés, los debates innecesarios, para concentrarse en forma directa en su personaje central, como motor e impulso de algo más elaborado.
Quizás el mayor logro inmediato de I May Destroy You sea cómo el argumento se enfoca con inteligencia en la forma en que su protagonista, maneja la esperanza y miedo. También, hay una sutil evolución sobre la percepción del romance, la sexualidad femenina y la búsqueda del placer de la mujer, todo bajo el complicado empaque de una mirada hacia una idea novedosa sobre el poder sobre el cuerpo y la capacidad para decidir.
Aglaia Berlutti es una firma invitada en Globomiami.
La pueden seguir en @Aglaia_Berlutti
En Twitter ella se define como “bruja y hereje. A veces grosera y quizá demente. Fotógrafa por pasión, amante de las palabras por convicción. Firme creyente en el poder del pensamiento libre”.