domingo, noviembre 24, 2024
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La Venganza de Jonathan Jakubowicz

“La Venganza de Juan Planchard” ratifica a Jonathan Jakubowicz como uno de los creadores más solventes y rentables del país.

El director hizo “Secuestro Express” en el 2005, cambiando las reglas del juego de la industria criolla, al provocar un cisma en la taquilla, la representación social y política del venezolano. Aquella película fue uno de los éxitos comerciales del milenio, sentando las bases para una generación de relevo, cuya impronta dominó las marquesinas y los titulares por los próximos años.

Bajo la influencia de la ópera prima del realizador, el box office nacional contabilizó una verdadera revolución financiera, al margen de los códigos narrativos del chavismo.

En tal sentido, “La Hora Cero”, “Hermano”, “Papita, maní, Tostón”, “La Casa del Fin de los tiempos” y “Azul y no tan rosa” explotaron de igual modo en las boleterías de los multiplex, dejando en ridículo los vanos intentos de la Villa roja del Cine por instaurar un Hollywood a la sombra del gobierno del Comediante en jefe.

Mientras las cintas de Chalbaud y Carlos Azpurúa morían en las salas, junto a las de su escuela de la censura y la colaboración, los chicos preferían gastar su dinero en un ticket de cualquier franquicia de la Marvel o la DC, brindando respaldo a los fenómenos incipientes del mercado local.

A Jonathan Jakubowicz le salieron imitadores de todo tipo y origen, como el caso de Jackson Gutiérrez y Carlos Daniel Malavé, quienes descaradamente plagiaban sus argumentos, señas de identidad y actores en diversas propuestas.

La originalidad expresiva del joven autor fue clonada, pero nunca asimilada por el sistema del PSUV.

En las tribunas de inquisición de VTV condenaron el arte del colega, a la manera cubana, considerándole un mal ejemplo y un caso digno de judicialización.

Así criminalizaron al cineasta en las horas de odio de Mario Silva y José Vicente Rangel, dos de los Torquemadas de la cacería de brujas contra “Secuestro Express”.

Por tal motivo, Jonathan Jakubowicz sale del país, siendo el primer director exiliado del cine nacional. Una injusta y artera persecución que marcará su devenir, que logrará superar con resiliencia, que afectará su destino laboral en nuestra tierra, que impactará a su comunidad judía, que logrará revertir con trabajo y creatividad en Norteamérica, erigiéndose en uno de nuestros talentos para la exportación audiovisual.

Su ascendente en la meca se refrendará en las producciones internacionales de “Mano de Piedra” y “Resistencia”, ambas tituladas con palabras que no son casuales, que afirman un talante y un gentilicio de no doblegarse ante las peores circunstancias, de plantar cara en el ring, de identificarse con la cultura de los disidentes.

Actualmente, ha llegado a una madurez que, como amigo y crítico, he palpado en el 2020, primero por el largometraje dedicado a Marcel Marceu y luego a través de las páginas que cruzan “La Venganza de Juan Planchard”, su retadora y provocadora continuación de las aventuras de un arquetipo de nuestra picaresca del siglo XXI, por derecho propio.

Víctima y victimario de un fraude, de una estafa, de un robo a la nación, a mano armada.

No quiero arruinarles la experiencia del libro con un análisis aburrido de un académico trasnochado y resentido.

Tampoco me interesa comentar lo evidente que no necesita traducción: es el best seller venezolano del año, en un país que ha regresado al analfabetismo inducido por las terribles condiciones del sector.

En dos platos, Maduro destruyó las casas editoriales, no se imprimen ejemplares que no sean biografías edulcoradas de Fidel Castro y el Che Guevara, la escritura oficial se cubanizó para adaptarse al rito de jalar bolas, el premio Rómulo Gallegos carece de legitimidad, y para rematar, la gestión de Nicolás quema bibliotecas en las Universidades públicas.

Se los asevero desde Caracas, cuando aparte desaparecieron las imprentas de periódicos que digan la verdad. Los que publican mentiras, como El Universal y Últimas Noticias, protegen a la nomenclatura bolchevique y tienen prohibido hablar de “La Venganza de Juan Planchard”, porque la novela desnuda la corrupción de tirios y troyanos, de testaferros y opositores, de los bolichicos y muderos, sin contemplaciones, en un gran salto sin malla protectora, donde el relator se emplea a fondo en un género que domina a la perfección, el de narrar una crónica negra del desastre vernáculo, echando mano de las técnicas del Pulp Fiction, las redes sociales, y sobre todo, la descripción tragicómica, surrealista y maldita de una telaraña de espías, de dobles agentes.

Les prometí no espoilear la sesión, ni pinchar el globo. Solo insistiré en celebrar la revancha de Jonathan Jakubowicz, al poder armar el rompecabezas de lo que sentimos como decepción, fragmentación, exilio y descomposición.

“La Venganza de Juan Planchard” destila pesimismo e incorrección política por sus cuatro costados, además confiaré que es divertida y está beneficiada por la gracia de algo que nos define, que es el humor y la capacidad de reír para sobrevivir al guayabo del derrumbe.

Entiendo que, por ello, no le gustará a tu papá que es viudo del Teniente Coronel y a tu tía del Cafetal que es fanática de las bellas letras de Rafael Cadenas.

No importa. Piensa que los hipócritas siempre existieron, que son legión en la provincia ultramarina, desde la época de la colonia, y que es seguro que un mantuano conectado con las altas esferas de la pudrición, tendrá guardada su copia de “La Venganza de Juan Planchard” en una gaveta de su mesita de noche.

Por algo es tema de conversación en las coronarumbas más vaporosas y chic de la capital, del Country a la Lagunita, pasando por el Hatillo y los Palos Grandes.

Imagínate que citan a medio país, con el clásico toque de Truman Capote del autor, y que nadie se quiere perder saber quién forma parte del “who is who” de la historia.

De tal modo, la novela ha recuperado una tradición nuestra que es la de leernos, a través del filtro y el espejo de la literatura, a la cual habíamos abandonado al rincón del vago de Twitter y Facebook.

Nada cómo sentirse interpelado, picado, estimulado, alterado y subvertido por una trama que nos engloba en su escatología, en su redacción demencial, en su resumen de un inconsciente colectivo afectado por la crisis, la depresión, la depravación, la tortura, la explotación de recursos, las olas migratorias de caminantes que atraviesan la frontera a pie, y hasta un homenaje a Oscar Pérez, uno de los antihéroes escondidos entre las ramas del hipertexto.

De Don Carlos Monsivais aprendí a disfrutar de los híbridos monstruosos que surgieron en LATAM, para desvestirnos y confrontarnos. 

En tal sentido, la experiencia de deglutir “La Venganza de Juan Planchard” resulta una mezcla catártica de dolor y gozo, como la pornográfica escena de poner a su protagonista a tener relaciones sexuales en un avión, con una pistola en la jeta.

De la tumba del Sebin a una posibilidad de escape, el arco dramático circula por cada uno de nuestros anillos del infierno, cual Divina Comedia del hundimiento venezolano.

El retrato dantesco abriga una luz de esperanza, hacia el final del túnel narrativo, amén de una búsqueda de redención y de toma de conciencia del personaje principal.

Aquí veo el crecimiento de un brother que conocí en las aulas de comunicación social de la UCV, que ahora es padre, y que cuenta con una roca llamada Claudine, su esposa y su partner in crime.

Asumo que mis haters querrán desahogarse en el foro, cuestionando mi parcialidad, mi aire de familia.

Chicos, a estas horas del partido y de la cuarentena, aprecio cualquier muestra de cariño, así sean las de las réplicas insidiosas y ofendidas.

He aprendido a observar las cosas a la distancia, con mira satelital de dron, para que las cuestiones de peso caigan en su respectivo lugar de merecimiento.

Por tanto, viendo el panorama en perspectiva, ha sido un honor compartir el viaje de la vida con hombres honestos y disruptivos como Jonathan.

Puede que mis amigos ya no estén conmigo en Caracas, que las despedidas se los hayan llevado a todos.

Que algunos hayan muerto por el Covid, que no haya tenido tiempo de velarlos y tributarlos.

Permítanme celebrar a los compañeros tercos que continúan poniendo el pecho por sus familias, por sus valores, por sus principios. 

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