domingo, noviembre 24, 2024
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La Revolución de Trump no será televisada

Donald Trump subestimó la influencia del complejo mediático industrial. El error de cálculo puede costarle la presidencia.

Mientras los tribunales deciden, los grandes conglomerados audiovisuales proclamaron a Biden, cortaron y editorializaron una de las últimas alocuciones del inquilino de la Casa Blanca, generando un escenario de golpe suave, altamente discutible y conocido en el resto del mundo, sobre todo el de los países del tercer mundo.

Escribo desde Caracas, Venezuela, donde hubo un patrón similar, cuando los canales de televisión dividieron la pantalla en la transmisión de una cadena de Hugo Chávez, durante los incidentes del once de abril.

El fenómeno estímulo la salida intempestiva del Comediante en Jefe, mediante la ejecución de un plan militar.

Pero el pésimo manejo de la transición, a cargo de Pedro Carmona Estanga, trajo de vuelta al gorila y le permitió lavar sus culpas con  el infausto documental “La Revolución no será transmitida”, una sarta de manipulaciones gestionadas para romantizar la narrativa destructiva del tirano socialista. 

Por supuesto, hay enormes diferencias entre Caracas y Washington. Pero salvando las distancias, el líder republicano fue víctima de una obvia conspiración del cibertech global, cuyo algoritmo censura la opinión digital de Donald Trump, a diestra y siniestra.

Irónicamente, Twitter, Youtube y Facebook favorecieron el ascenso del nuevo líder de la derecha. Por lo visto en muchos reportajes, la primera avalancha roja del “Make America Great Again” contó con el apoyo de miles de simpatizantes alternativos del acuario de la web, así como de un ejército de hackers y bots, quienes caldeaban el ambiente con anuncios pagados de microtargeting, para orientar la participación de los electores indignados ante noticias amarillistas de complot.

El asunto ciertamente sucedió, en el desarrollo de la campaña sucia contra Hillary, pero el propio estamento del Hollywood progre se encargó de inflarlo tóxica y maniqueamente, sentando las bases de instalación de un pánico moral exagerado, pues Trump gana la presidencia por otras razones, bien diferentes a las esgrimidas por las películas de moda en las compañías enemigas del candidato republicano: Netflix, HBO y Amazon.

En efecto, el lanzamiento paranoico del largometraje “The Social Dilemma” avivó la flama y creó el escenario para despachar una cacería de brujas, una purga, una limpieza étnica de cada mensaje sospechoso de contener “llamados de intolerancia”.

De un plumazo, cancelaron el derecho a la libre expresión, borraron el código ético de la primera enmienda, a cuenta de la protección de los usuarios.

Por ende, la corrección política del marxismo cultural logró imponerse en el discurso de los jóvenes, al postear, escribir y dar likes.

El proteccionismo paraestatal impide ofender a tales causas, filtra tu pantalla, como un código parental de Black Mirror.

Es una distopía peligrosa, actualmente en control del sistema informático. El medio condiciona así el mensaje, decidiendo por nosotros cómo modelar la opinión.

Hay zonas de resistencia, de igual manera, recursos para eludir el cortafuegos chino, sin embargo, el macartismo de la cancelación de las tribus buenistas, llegó para quedarse. 

De tal modo, Twitter, Youtube y Facebook copiaron el formato de la ley antiodio de la dictadura bolivariana, prohibiendo cualquier disenso ideológico frente a la hegemonía de Maduro.

En Venezuela, la discrecionalidad de los funcionarios reprime la voz de los opositores. En Estados Unidos “banean” al considerado propagador de “posverdades”.

¿Pero qué es una fake news? ¿Tiene sentido el concepto en el 2020?

Por experiencia sabemos que no hay nada más contraproducente que interferir en la producción de los medios de comunicación, obligándolos a seguir un protocolo partidista.

Por tal motivo, los medios cubanos y venezolanos carecen de credibilidad, solo sirven para difundir la propaganda negra de los boliburgueses.

De siempre, las redes sociales brindaron respaldo a un concepto disruptivo de la comunicación, que combina la emoción del diseño, con los logos de la publicidad y la sensibilidad irónica del milenio, al límite de un titular de “The Onion” o de “El Chiguire Bipolar”.

En Globomiami compartimos bromas, chistes e imágenes de humor, entendiendo la inteligencia del público y asumiendo la capacidad de discernimiento de la audiencia.

No olvidemos el caso de Saturday Night Live.

Por tanto, mal puede una compañía abrogarse el derecho de bloquear la interacción de un candidato con su audiencia, cualquiera sea su tono.

Precisamente, Trump ascendió como fenómeno, al ser censurado y subestimado por los medios tradicionales. Por ahí viene el divorcio con ellos.

La revolución de Donald ocurre por la viralización de sus memes, de sus ocurrencias, de sus bromas pesadas, de su carisma, de su aura políticamente incorrecta.

Luego partisanos como Alex Jones lo acompañaron en su juego de desmitificación y subversión, bajo la asesoría de Steve Bannon, uno de los arquitectos de la victoria de Trump.

Pero el egocentrismo de Trump lo llevó a creerse su personaje en demasía, al punto de prescindir de su base de apoyo estratégico.

Despidió a sus asesores naturales, pensó que no los necesitaba, que le bastaba con mandar tuits desde la Casa Blanca, para que le dieran tribuna en Fox News.

Me atrevo a pensar que con un Steve Bannon por detrás, hoy Trump no estaría peleando su relección en la corte.

Trump tuvo un destino trágico en lo mediático, como CAP, al ser objeto del complot de los notables y de la prensa de la época.

Los estudiosos de Carlos Andrés llevan años analizando por qué el “gocho” se hundió a consecuencia de su ingenuidad mediática, o de su confianza.

El Gocho pensaba que era suficiente con el apoyo tácito de Gustavo Cisneros, uno de sus arquitectos en Venevisión. Aquello no le alcanzó para tener la muerte que él hubiese deseado.

Trump contaba con Fox News y poco más. El magnate se concentró siempre en el sector de la construcción y la inversión inmobiliaria, dejando que fuese su imagen la que acaparara titulares y planos de espacios de televisión.

Su magnetismo lo hizo protagonista de películas, series, libros y el reality show de su presidencia, transmitida 24 por 7, mientras la máquina de ilusiones explotaba su perfil vampírico. 

Lastimosamente, el sistema mediático que lo encumbró, decidió sacrificarlo como chivo expiatorio de la pésima gestión del Covid 19 en Estados Unidos.

Otra vez, sin Coranavirus, Trump estaría cantando victoria en la Casa Blanca, sobre los restos fósiles del mediocre Joe Biden.

Al conductor de “The Apprentice” lo han botado, específicamente, los electores que canalizan el voto castigo, hartos de las malas noticias.

En cuanto al tema que nos convoca, Rupert Murdoch de Time Warner y Randal Stephenson de AT&T cocinaron el Watergate de Donald Trump, desde Fox News y CNN.

Time Warner es propiedad de Disney que detesta a Donal Trump y que montó la burbuja de la NBA, nada más para hacer campaña por Joe Biden a través de la bandera del Black Lives Matter.

Randal Stephenson es un enemigo de larga data de Donald Trump y lo aderezó a fuego lento en la parrilla de CNN, hasta verlo arder en llamas.

Randal Stephenson abandona su cargo de CEO de AT&T en enero, cosa que celebró Donald Trump, pero que a la postre le permite despedirse con un trofeo preciado por los periodistas de la principal cadena de oposición en Norteamérica. Es decir, darle la estocada, servir la cabeza de Donald en un plato, en un set lacrimógeno de CNN.

Coincido con Daniel Lara Farías en que Trump se equivocó al depositar su confianza en tantos loquitos de Youtube, que antes le funcionaron. Afirma Daniel que Trump nunca se deslindó de ellos, y que por consiguiente, su discurso se empantanó en un fango problemático que lo alejó de potenciales electores indecisos.

Trump tuvo que crear una mejor torre de defensa mediática, empleando un término de “Gambito de Dama”, una de las serie de moda.

Sus peones eran, sobre todo, muchachos inexpertos que lo aupaban pero que no tenían la contundencia para repetir la gesta del 2016 en el mundo de terror del 2020.

A Trump le propinaron un jaque mate como a Nixon. Lo sucederá otro Jimmy Carter gris, de incierto destino y breve duración, en virtud de su anuncio de no ir a una relección.

Veremos si refrenda su posición en tribunales.

Por lo pronto, el complejo mediático industrial ha consumado uno de sus rituales favoritos, el de poner y quitar caciques en un altar de suspenso.

Los Mayas cortaban cabezas para evitar regresos inesperados.

Los medios cortan pantallas y finales, dando oportunidad de resucitar y retornar con la señal omitida, si las condiciones lo exigen y demandan.

Me temo que estamos en presencia del desenlace de una temporada.   

Y que el drama shakesperiano de Donald Trump tiene suficiente carne en el asador, como para volver en el futuro inmediato.

No sabemos en qué forma.

Pero esta historia continuará.

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