Dicen que las buenas noticias no venden, no pagan. Pero llevándole la contraria al lugar común, escribiré una columna de arte más positiva que las últimas crónicas que he compartido sobre el desastre de los museos, bajo el control de los militares.
No se lo quiero dedicar a los malos gestores del Museo de Arte Contemporáneo (MAC), al saqueo de las arcas de la Galería de Arte Nacional (GAN), al descuido de Bellas Artes.
Hoy quiero relatar mi experiencia en un espacio maravilloso al que todavía podemos ir en Caracas y que se llama “Los Galpones”, donde lo mejor de la cultura nacional resiste, siendo un oasis para la expresión en libertad.
Hay galerías de arte, un tarantín de café y refrigerios, una plaza con un jardín perfectamente mantenido, una librería con textos censurados por la dictadura, salas alternativas de experimentación con las formas y los contenidos disruptivos.
Para ilustrar a los amigos de la diáspora, algo se parece al ambiente mágico del distrito Wynwood en Miami, salvando las distancias.
Regresé a los Galpones, después de la larga cuarentena, con una emoción y una nostalgia que me desbordaban.
Imaginaba lo peor, por el efecto Covid, pero encontré su planta física, tal como la había dejado el año pasado, es decir, impecable, intacta y limpia, sin los malos olores que circundan a las instituciones públicas del gremio, digitadas por el estado fallido.
¿Por qué ocurre semejante milagro en la Caracas distópica y apocalíptica del 2021?
Por una sencilla razón. La administración es independiente, no le rinde cuentas a la burocracia roja, y se conserva como un negocio privado, abierto a todo público.
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Los chicos hacen ejercicios, pasean, conversan y ven clases de yoga.
Es un ejemplo de cómo se comporta el mercado, cuando la oferta y la demanda se articulan para desarrollar un emprendimiento exitoso, a pesar de las múltiples adversidades.
No es el único caso, por fortuna, pues también existen otros referentes por el estilo, como el caso de Hacienda La Trinidad, Galería Freites, Galería ABRA, Espacio Monitor, Awa Cultura, la Cuadra Gastronómica de los Palos Grandes, el nuevo Ateneo de Caracas, Casa 22 del Hatillo y Siete al Cubo, por no hablar de locales, marcas y aplicaciones que han surgido en pleno confinamiento, desafiando el pesimismo que siembra la revolución.
Tendremos que evaluar, en tal sentido, el impacto de los repartidores y de sus múltiples vertientes en el país.
Actualmente muchos jóvenes no caen en la red de la delincuencia y el narcotráfico, porque los logra sostener la malla protectora del delivery.
Y nada de esto es posible por el régimen, sino por la aplicación de los métodos y las lógicas del capitalismo, del liberalismo.
Me gustaría pensar que, en el futuro, los ciudadanos civiles que decidieron apostar y quedarse, así como las personas nobles del exilio, tengan la oportunidad de cosechar en su tierra lo que aprendieron y ejecutaron con resiliencia, para sobrevivir al tiempo del coronavirus y superar la hora menguada del chavismo.
No estoy seguro si lo veré. Ojalá que sí. Pero estimo que el esfuerzo habrá valido la pena.
Frente a la pobre gestión de los políticos y populistas, conviene recordar que abunda gente maravillosa en áreas como la cultura y las artes, con las cuales debemos contar para reconstruir a la nación.
Recomiendo que se pasen o se lleguen a los Galpones, a modo de terapia y de proyección de lo que podemos ser, una ciudad educada, pacífica, colorida, creativa y llena de gracia.
Vayan a “Flores para mi tierra” de Galería D Museo. Una muestra que resume lo que hemos argumentado en la columna.
Sergio Monsalve Director Editorial de Globomiami.