viernes, noviembre 22, 2024
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Joker: Un villano para todas las épocas

The more successful the villain, the more successful the picture.” 
Alfred Hitchcock a Francois Truffaut, en una de las entrevistas que forman parte del libro “Hitchcock/Truffaut”.

En una de las más recientes fotografías promocionales de Justice League Snyder Cut de Zack Snyder, el mítico Joker aparece de pie en una celda. De nuevo encarnado por Jared Leto, lleva lo que parece un traje blanco de aspecto indefinido – podría ser una toga – y lleva en la cabeza, una corona de espinas. En el blanco y negro de alto contraste de la imagen, lo único visible en el rostro del actor, es la mirada.

La expresión malévola, contenida. Los ojos que brillan detrás del icónico maquillaje.  Cuando se le preguntó a Snyder por la nueva encarnación del enemigo de ilustre de Gotham, se negó a explicar el significado de su singular aspecto. “Todo se trata de símbolo” dijo a Variety hace unas semanas. “El Joker, es una metáfora demoledora”.

El realizador no es el único con esa opinión. En una ocasión, Alan Moore comentó que cuando comenzó a escribir la historia de la novela gráfica The Killing Joke, se preguntó si había una manera de definir al Guasón, más allá de la habitual percepción de un criminal violento. Lo pensó, mientras intentaba comprender un universo donde Batman era un héroe y la caótica Gotham, la ciudad más importante del mundo, quizás después de la brillante y limpia Metrópolis.

Por último, Moore encontró una definición que, según sus palabras, construyó a un personaje nuevo y cimentó el mito del hombre más peligroso de Arkham de una manera que no había hecho hasta entonces: “El Joker es el caos. Salvaje, sin medida. No hay medias tintas en su percepción del horror como belleza. Del miedo como herramienta moral. El Guasón está convencido que la locura y la cordura sólo son partes de un mismo día”.

No resulta casual que Moore analizara la figura de uno de los villanos más emblemáticos del cómic desde ese punto de vista: el autor la escribió casi inmediatamente después de finalizar su conocida y fundacional Watchmen (1986–1987), lo que hizo utilizara el mismo estilo de narración y sobre todo, esa percepción del mal necesario y la mayoría de las veces, mucho más justificable y concepto que el bien moral.

De manera que el Joker, con toda su carga simbólica, se convirtió en el vehículo ideal para que Moore no solo expresara sus habituales obsesiones, sino que las llevara a una nueva dimensión. Para Moore, la percepción sobre el bien y el mal y sobre todo, las expresiones y construcciones de la memoria colectiva sobre el terror y la locura se convirtieron no solo en el contexto de una obra conocida por su crueldad sino en el elemento más reconocible de un personaje controvertido.


El Joker: de la metáfora del miedo a otras ideas contradictorias

El personaje del Guasón hizo su primera aparición en el Universo del Batman en 1940, cuando ya la figura de Batman era reconocida y popular en el incipiente mundo de las novelas gráficas y el cómic gracias a la serie independiente Detective Comics. Su autoría aún se debate. Tanto Jerry Robinson como Bill Finger se atribuyen su creación e incluso hay versiones contradictorias sobre lo que inspiró a ambos dibujantes para la personalidad y aspecto físico del célebre villano.

Con todo, la versión más conocida insiste que el Joker — como figura terrorífica y, además, con fuertes vínculos con diversos personajes literarios — se basa la perversa sonrisa del actor Conrad Veidt en The Man Who Laughs (1928) del director Paul Leni. A su vez, se basa en el libro homónimo de Víctor Hugo.

No obstante, la figura del payaso terrorífico — o en todo caso, quien utiliza la apariencia del payaso como máscara para ocultar el horror — se remonta a un símbolo literario habitual, utilizado como metáfora del medio que subyace en la complejidad de la risa. Un recurso que de hecho, define al Guasón — como personaje y percepción del mal — mejor que cualquier otra cosa.

Quizás por ese motivo, Alan Moore decidió crear una historia espejo para el Joker y sobre todo, establecer un paralelismo inmediato entre el héroe de Gotham y su villano más temible. De la misma manera que Batman, el Guasón sufre una tragedia inimaginable, alineación y violencia, pero al contrario de su némesis, establece la idea del mal como contradicción al miedo y al horror con que debe enfrentarse.

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Para Moore, tanto Batman como el Guasón son expresiones del mismo horror, de la misma visión deformada sobre el miedo, pero, sobre todo, del heroísmo y la crueldad comprendidos como dos elementos alienados que crean algo mucho mayor: Un caos sin reglas o respuestas. El existencialismo absoluto.

Para Moore, Batman y el Guasón padecen del mismo tipo de locura, solo que una resulta “benigna” o al menos, aceptable para una sociedad ególatra y despiadada que admite al monstruo — cualquiera sea su rostro — como una percepción de sí misma.

¿Se trata de esa ruptura del bien moral y ético — que el Joker representa de manera- lo que convierte al Guasón es un icono del cómic contemporáneo? ¿Es el asombro y admiración que provoca el Joker un ejercicio catártico que expone las grietas y dolores de una cultura convencida de su propia ruptura histórica?

Se ha dicho que la popularidad del Guasón tiene su origen en fenómenos parecidos a los que convirtieron en héroes a personajes moralmente ambiguos como la Madame Bovary de Flaubert, o ese Dante penitente que recorrió los infiernos para después contarlos como un paisaje de pesadilla.

El Joker, indefinible por momentos y casi siempre, reconvertido en un símbolo de la moral contemporánea, parece convertirse con el paso del tiempo en un arquetipo, en una idea con la cual identificarse con enorme facilidad. Despreciable, astuto y en ocasiones directamente absurdo, la cualidad del Guasón para representar el desenfreno seduce al público no solo por el morbo que despierta sino por un elemento profundamente desconcertante: la posibilidad de un tiempo de libertad absoluta inimaginable.

El Joker, con su cara blanca y su sonrisa convertida en una mueca inquietante, no provoca tanto miedo como fascinación. A mitad de camino entre la ilusión borrosa sobre lo amoral y algo más perverso, el Guasón es quizás una de las figuras más tétricas de la cultura contemporánea.

No se trata de un fenómeno único y desconocido: Los monstruos han despertado asombro, fascinación e incluso amor durante buena parte de la historia. Durante el medioevo se hablaba sobre la “tentación de los demonios” para expresar la satisfacción casi erótica que provocaba la mención del demonio en hombres y mujeres.

Se insistía en posesiones diabólicas, en algo más parecido a la perdida de la moral, pero la explicación al éxtasis en supuestos aquelarres y a la devoción por figuras malditas y malvadas, tenía un origen mucho más complejo. De la misma manera que pueblos enteros de Europa del Este celebraban ritos para conmemorar la memoria del Vampiro y pagar tributo a su poder mortífero, el Diablo medieval se convirtió en una forma de representar, expiar e incluso justificar la violencia.

Ese instinto devastador, extrañamente sexual resulta casi paralelo al de nuestra cultura, asombrada por los asesinos seriales, los villanos, pero sobre todo por la maldad humana. Ese elemento incomprensible y la mayoría de las veces desconcertante. Porque el mal existe y casi siempre es humano.

Porque la era de la Ilustración enseñó al hombre que sus delirios y dolores provienen de su espíritu más que de cualquier límite sobrenatural, por lo que los monstruos dejaron de tener el rostro de criaturas fabulosas y comenzaron a parecerse más al del hombre corriente. Al misterio que guarda el espíritu del hombre.

Y sin duda, el Joker, con su extraña combinación de asesino y algo más parecido a una idea existencialista sobre el mal real, es algo mucho más complejo que la mera percepción del némesis del héroe. En un Universo tan complejo con el de Batman — que también bebe de cientos de fuentes literarias y se construye sobre un heroísmo distorsionado y en ocasiones directamente incomprensible — el Guasón representa la línea que separa lo que se asume comprensible hacia un límite del caos absoluto.

El Joker además con toda su carga referencial y metafórica, alcanzó su momento de mayor complejidad en una época de ruptura: En 1947, Estados Unidos comenzaba a recuperarse de la postguerra y se convierte en la primera potencia mundial, en el bien reconvertido en símbolo de la justicia e incluso de la paz. En lo económico, la nación avanza hacia una reconstrucción total e integral: el optimismo es parte de una cultura inocente y casi plena de un tipo de perfección utópica que resulta desconcertante.

El american way of life alcanza su punto más alto y de hecho, se convierte en una mirada sobre occidente. Una aparente “sociedad perfecta” que se refleja en sus medios culturales: El discurso cultural se hace maniqueo y extremo. Los buenos y malos forman una fauna reconocible y sobre todo evidente. Y en el discurso del cómic, ese medio sucedáneo que todavía resulta indefinible por entonces, lo es aún más: se habla de la “Paz Americana” y héroes virtuosos, que representan el bienestar social sobre el poder de evocación del mal como simple contradicción al orden.

Batman — como discurso y como elemento simbólico — se opone a toda esa visión milimétrica sobre el bien y el mal. Y el Joker, lo es aún más. Ya por entonces — y sobre todo en la primera década de los años cincuenta — Batman refleja un tipo de bondad inquietante: se trata de un personaje oscuro, complejo y violento, más parecido a un vigilante al margen de la ley que a la tradicional figura del hombre de moral extraordinaria que los cómics de la época popularizaron.

Poco a poco, Batman — como personaje — se hace no solo más complicado de comprender sino también, mucho más peligroso a ese concepto optimista sobre el bien y el mal. El personaje es un hombre con un pasado turbulento y viste capa y máscara no por un accidente, sino porque decidió convertirse en un tipo de héroe que sorprendió a los lectores de la época.

Porque Batman no era exactamente bueno o no lo era, al menos según los definidos cánones del bien y el mal. ¿Qué tipo de villano podía enfrentarse a una personalidad parecida? ¿Quién podía ser el némesis de un hombre que usaba de hecho la violencia para luchar contra el mal, que en ocasiones se parecía tanto a sus enemigos que resultaba confuso?

El dibujante Jerry Robinson dijo más de una vez que el Joker fue concebido para “destruir los valores de Gotham”. Pero más allá de eso, un hombre incomprensible, tanto como lo era Batman. El Guasón criminal y asesino, también formaba parte de cierta idea sobre el mal a mitad de camino de lo comprensible y lo repudiable.

Dos rostros de una misma idea que jamás llegan a completarse. Una y otra vez, el Guasón encarnó un tipo de visión sobre la sociedad tan cínica que resultaba incómoda: se habló de una arcaica contracultura para definirlo, de un discurso social que intentaba destruir la visión del héroe desde sus cimientos.

Para los años sesenta y ochenta, el Joker conserva parte de esa noción sarcástica sobre una sociedad optimista. Pero sería en los años noventa, cuando Bob Krane y Billy Finger (1998) reinventan al personaje y lo convierten en fetiche, en un canon obligatorio para definir al mal absoluto. Convertido en objeto de culto, el cómic consolidará la figura del villano más conocido de Gotham como origen de toda perversión y miedo.

En 1987, la historia The Dark Knight -inspiración de la película homónima del director Christopher Nolan — no solo renueva la historia de Batman, sino que, además, brinda al Joker una nueva importancia. Escrito y supervisado por Frank Miller — autor de 300 y la popular Sin City- el cómic analiza el bien y el mal de una manera completamente nueva y se convierte en un elemento de ruptura en el discurso habitual que hasta entonces había mantenido el universo de Batman.

De pronto, el Joker no es solo un criminal, sino también posee un discurso postmoderno de antivalores y de destrucción del sistema que lo convierten en un tipo de mal atípico. Mucho más calculador, perverso, pero sobre todo, mentalmente poderoso que los anteriores, el nuevo Guasón encarna no solo la maldad en estado puro — la supraconciencia de la anarquía y la amoralidad — sino algo más complicado y sugerente. El mal sin origen comprensible. La capacidad de destrucción del hombre como elemento cultural y sobre todo, el libre cuestionamiento a la estructura social.

Miller ha dicho con frecuencia que el Joker nacido de la perversidad sutil de una mirada moral ambigua tiene su origen en la época megalómana y sobre todo, esencialmente agresiva que nació luego de la guerra fría.

Con EE. UU. convertida en un “vigilante continental” y desaparecidos los inocentes villanos del pasado, de pronto el mal debía concebirse no como una ponderación moral y espiritual, sino como algo más elocuente del poder del ser humano para ser su peor enemigo.

Fue en medio de la crisis de valores y espíritu rebelde de una década que aún sobrevivía disyuntiva del mal y la conciencia social, que el Joker se erigió en un símbolo de lo absurdo y el sin sentido. “Destruir sin propuesta, acabar con todo” grita el Guasón en The Dark Knight. Y esa visión lo que de pronto, le convierte en algo más que la contraparte del héroe.

Mucho más grotesco y perverso que sus antecesores, pero sobre todo, mucho más complejo en lo psicológico, el nuevo Joker construyó un modelo del mal a la medida de una generación cínica que lo consideró un icono de la desesperanza.

The Dark Knight, además elaboró una visión sobre el mal que no tiene poca relación con la percepción espiritual de la transgresión legal, el “villano” que se expone a ser juzgado y encarcelado.

El nuevo Guasón está más interesado en algo más filosófico y de pronto, el personaje parece contener toda una visión existencialista que desconcierta. Porque el Guasón está loco y nadie lo duda — de hecho, es un paciente psiquiátrico — pero también, está bastante consciente de que su necesidad de romper paradigmas tiene poco o nada que ver con esa percepción distorsionada de la realidad. No le mueven el apetito por la destrucción sino algo más cercano a esa visión sobre la cultura como una ruptura elemental con la inocencia del bien.


El Joker Postmodernista

Hace poco, el crítico Oliver Lyttelton en su artículo Why Are So Many Modern Movie Villains So Bad And Boring? Ponderaba sobre el hecho que pocos villanos reflejaban el mal moderno. Que desde el imberbe Kylo Ren hasta el desigual Lex Luthor de Eissenberg, el mal parecía haberse convertido en una visión inherente a cierto grado de dolor existencial, como si la maldad fuera un vestigio de una angustia espiritual, más que una postura moral.

Tal vez, por eso el Guasón aún continúa asombrado, aunque su última aparición en pantalla — en la piel de un desigual y poco convincente Jared Leto — haya decepcionado. Y es que, como icono, el Guasón es algo más que un hombre atormentado o una visión del bien y el mal basado en la angustia espiritual.

El Guasón, como personaje y figura admira y comprende la maldad más allá de esa noción del sufrimiento como origen de la distorsión moral. Representa el mal destructor, algo más parecido a una noción sobre el horror que del dolor moral. Una representación elegante y elocuente sobre la maldad como elemento esencial del espíritu humano.

Visto así, el Guasón podría representar esa noción de la ruptura con la ética y los límites culturales que le llevan a convertirse en algo más que un villano. Inhumano, cruel, lascivo, pero, sobre todo, consciente del valor conceptual de la violencia, el Guasón sugiere ideas mucho más esenciales sobre la naturaleza humana que cualquier otro personaje.

Se antepone a todo lo bueno y convencional. Provoca el odio, pero también seduce en la medida que es capaz de simbolizar lo prohibido. Un antihéroe que se nutre no solo de esa percepción de la cultura como ilusoria — nada existe sino a través de la decisión de comprender la realidad como una serie de códigos del pacto social — sino también, de nuestra necesidad de rebelarnos contra una serie de aseveraciones sobre lo paradójico de la búsqueda del bien.

El metadiscurso del Guasón no es simple de comprender y quizás se deba a que resume toda una percepción sobre la fragilidad de la convicción del hombre su bondad que le desborda y le convierte en un arquetipo involuntario. Tal vez por eso, el Guasón pareciera expresar la frustración de la postmodernidad, esa búsqueda de un sistema de valores e ideas que sean capaz de expresar lo diferente, lo que se opone a lo obvio. Y de allí, su impacto a nivel cultural.

No se trata solo del mal como elemento circunstancial o un discurso de ideas inverosímiles que se entrecruzan unas a otras para sostener la rebeldía contra el patrón social. El Guasón es un ícono de esa admisión de la culpa de lo contemporáneo, del pesimismo cínico que elabora una un discurso complejo sobre nuestra cultura ególatra, superficial y obsesionada con sus propios valores difusos.

Una época deslumbrada por su prosperidad, dolores y pequeños terrores, en la que lo moral y la religión no son suficientes para asumir el lugar de la esperanza. Y es entonces, cuando el antihéroe, esa figura inquietante y dolorosa toma mayor relevancia. En la que criaturas complejas y moralmente incomprensibles, son mucho más cercanas que una visión elemental sobre la identidad cultural.

Por Aglaia Berlutti

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