Quien no lo ha hecho no sabe lo complicado que es publicar un libro en Venezuela en estos tiempos de infamia y tristeza. Todo se hace más difícil con tantos días de cuarentena, de matraca desbordada, de gente ida del país y de estrechez económica para los venezolanos de bien.
Para mí editar cada libro se ha vuelto el parto de los montes. Por ejemplo, tengo un libro listo para imprenta sobre el más importante fotógrafo de Caracas en el siglo XIX y cuya obra es poco conocida, pero no que fue él su autor porque decidió por su condición de masón no adosarse a comienzos del siglo XX la autoría de las fotografías, que se han publicado dispersas, algunas en la famosa revista El Cojo Ilustrado y quien retrato en su oficina al director José María Herrera Irigoyen siendo la primera foto revelada de tan ilustre personaje.
Ese fotógrafo sobre quien versa el libro falleció en 1924 pero hizo un registro pormenorizado del viejo país a lo cual se dedicó y esa obra me la lego su nieto Antonio Alcántara quien acaba de fallecer hace un par de meses y a quien agradeceré y honraré siempre por su generoso legado. Ahora el libro está listo en manos del editor pero faltan unas importantes imágenes que no tengo y que están reproducidas en algunas viejas revistas, lo cual no es la mejor manera para copiarlas.
Incluso tengo ofertas de distribución para América y Europa de ese libro pero necesito ir a la Biblioteca Nacional donde hay copias originales de esas fotografías impresas en un papel de época que ya no se fabrica y allí hay otro gran obstáculo por el cierre de las oficinas de la Biblioteca Nacional.
Si en Venezuela es difícil escribir libros de Historia, el conseguir las imágenes originales es el 90% del trabajo y así me sucede en otros temas. Por otro lado, darle imagen a nuestros libros se ha hecho muy complicado porque no fue la costumbre ilustrarlos, bien por el esfuerzo que significa conseguir las ilustraciones, como por el encarecimiento de los costos por la introducción de las imágenes en la publicación.
En razón de eso me he dedicado a coleccionar imágenes de Venezuela del pasado y algunas se muestran en esta columna, pero muchas de las viejas fotos que en la columna muestro son originales e inéditas y al poco tiempo después uno ve en las redes sociales a comentaristas en los espacios digitales sobre Caracas colocando sus marcas de agua en las imágenes lo cual es desde luego un abuso contra imágenes de mi propiedad, en especial lo hace un conocido simpatizante del gobierno que pulula en esas páginas sobre la vieja Caracas, quien tiene esa mala costumbre. Puedo decidir publicar mis libros digitalmente, pero eso me parece como el sexo a distancia y soy de los que me gusta acariciar a los libros que escribo.
Súmele a las dificultades económicas del país la salida de colecciones de fotógrafos importantes del pasado hacia otras naciones y verán la inopia cultural que se está apoderando de Venezuela.
En la foto las lavanderas de la quebrada Anauco con quienes José Antonio Mosquera, el donante a Caracas del Parque Los Caobos como un homenaje a Teresa Carreño tenía muchos conflictos, porque el agua del Anauco era utilizada para fabricar la cerveza marca El Águila en lo que hoy es San Bernardino y con la Cervecera Caracas ubicada en la esquina de Cervecería llamada así porque allí también estaba ubicada la fábrica de esa marca frente a lo que hoy es la Clínica Razetti. El Anauco venía a caer en el Guaire donde está hoy Parque Central y esta embaulada ahora bajo el rascacielos. Una quebrada con muchas historias sobre todo en la parte norte a nivel de la parroquia San José o en el puente de Ña Romualda y de donde Camille Pissarro nos dejó una excelente imagen que debe seguir estando en el Banco Central.