viernes, noviembre 22, 2024
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El otro Lovecraft

La imagen más frecuente y conocida de Howard Phillip Lovecraft, le muestra con el rostro serio, cabello repeinado y un traje pulcro, mientras mira a la cámara con fijeza. La viva estampa de una rigidez inquietante que trasciende la imagen y se convierte en un tótem siniestro sobre la capacidad del autor para imaginar el terror. Con su cara alargada, la figura encorvada, los hombros hundidos Lovecraft tiene el aspecto de uno de sus personajes perturbados; también la del hombre severo, sobrio y maniático que fue durante la mayor parte de su vida. Una figura inquietante incluso para sus contados amigos y los pocos con quienes mantuvo trato a lo largo de una vida austera y desgracia. La fotografía del escritor es la síntesis de los horrores que habitaban su mente y que también, le acosaban fuera de ella. Una puerta abierta al vacío.

El escritor era un hombre aislado y violentado por una infancia traumática, tanto como para refugiarse en sus extraños espacios interiores y crear una de las obras más singulares del género de terror moderno. Pero también, este genio incomprendido en su época, creador de universos imposibles, tenía un reverso oscuro y definitivamente más humano. Porque Lovecraft era racista. Un hombre tan aferrado a la idea de la supremacía blanca, que quizás ese fue el verdadero monstruo al que tuvo que enfrentarse durante buena parte de su vida.

En la actualidad, el juicio sobre la vida de grandes figuras históricas o artísticas, se ha convertido en un debate constante y a menudo, extemporáneo. Pero Lovecraft, siempre ha parecido mantenerse al margen, como si la dolorosa versión del hombre monstruo — tan efímera, tan vulgar y corriente — no pudiera opacar a su versión literaria, de incalculable valor. La huella de la obra Lovecraftiana está en todas partes, abarca muchas cosas. Está en el cine, en la que monstruos semejantes a los que intentó describir sin lograrlo, extienden sus tentáculos siniestros y violentos hacía un infinito inhumano. En la literatura, en donde los Mitos de Cthulhu se han convertido en subgénero por derecho propio. Pero también lo está en la cultura norteamericana, que el Lovecraft hombre siempre representó en sus peores aristas. El autor era un supremacista blanco, tanto como para cruzar la calle de toparse con un hombre negro, como para dejar claro a quien quisiera escucharle, que el color de la piel determinaba la importancia en la cultura. Una y otra vez, los vestigios de esa figura de aire retorcido y siniestro, se acercan a la superficie, están muy cerca de esa otra, la del creador de algo por completo desconocido y dio un necesario empujón al género del terror literario. No obstante, ni una otra se han mezclado nunca. Como si resultaran incompatibles o en el peor de los casos, una pudiera destruir a la otra.

La serie Lovecraft Country, producida por Jordan Peele y J.J Abrams, intenta conciliar ambas versiones del escritor y hacerlo, desde el golpe definitivo de asumir que el mundo de tentáculos y dioses sin nombre que imaginó, estaba escindido por dos espacios irreconciliables pero inevitables. La serie intenta unir las piezas invisibles del Lovecraft histórico y su obra, en una mezcla desconcertante que además, se nutre de todo tipo de referencias pop, pulp y cómics. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, la serie ensambla una cartografía oscura que se extiende por un país violento y grotesco, hogar de monstruos viscosos y también, de mujeres y hombres convertidos en bestias sedientas de sangre y poder.

Alan Moore — que ha sido fanático de la obra de Lovecraft la mayor parte de su vida — escribió en el prólogo del libro The New Annotated H.P. Lovecraft que “es posible percibir a Howard Lovecraft como un barómetro insoportablemente sensible del miedo en Estados Unidos”. Para Moore, que también ha manejado con inteligencia y habilidad los habituales símbolos del terror en EEUU y en especial, los que se esconde bajo sus heridas culturales, está convencido que Lovecraft creó los monstruos que habitaban en su vida y les dio forma, porque en realidad no podía nombrarlos de otra manera “Lejos de las excentricidades más extravagantes, los temores que generaron las historias y opiniones de Lovecraft eran precisamente los de los hombres blancos, de clase media, heterosexuales, descendientes de protestantes que se sentían amenazados por las cambiantes relaciones de poder y valores del mundo moderno”. Lovecraft Country toma la premisa y la hace más profunda y válida, pero además, le añade el peso de un momento histórico de ruptura como el actual. Aunque no es consecuencia del sacudón cultural provocado por las protestas ocasionadas por la muerte de George Floyd, es notorio que la serie no pudo llegar en un momento más significativo, no sólo para encarar los horrores de un prejuicio sistémico que no logra ser consolado, sino para abrir espacio al debate en todos los lugares posibles.

En la oscuridad:

“La emoción más fuerte y antigua de la humanidad es el miedo, y el más fuerte y antiguo tipo de miedo es el miedo a lo desconocido” escribió en una oportunidad Lovecraft, que prácticamente, le temía a todo. En el Nueva York de 1920 en el que vivió el autor durante algunos años, todos sus terrores parecían encarnarse en la interminable afluencia de inmigrantes, que llegaban desde todas partes de Europa en interminables oleadas. Eso a pesar que Lovecraft vivió una de las primeras leyes restrictivas sobre el tema emigratorio de EEUU: En 1924, el presidente republicano Calvin Coolidge llevó a debate y logró imponer la Ley de Inmigración, un estamento legal que exigía que quienes desearan llegar al territorio estadounidense debían tener una habilidad especial o bien, dinero. Lo estipulado dejó fuera de la selección a campesinos, agricultores, analfabetas y también, buena parte de la emigración mexicana, japonesa y algunos países de Europa como Polonia y Rumanía.

Se trató de un golpe de efecto que transformó a la ciudad en un hervidero del comercio ilícito de hombres y mujeres, la trata de seres humanos, el esclavismo semi legal y por supuesto, el racismo. Un acendrado y violento, relacionado de manera directa con los temores del norteamericano promedio, que ya por entonces, sentía profundo temor hacia la diferencia. Lovecraft no era la intención: creció en un ambiente opresivo y castrante que alimentó ideas retorcidas sobre la discriminación, el miedo y el prejuicio.

Para cuando contrajo matrimonio con Sonia Greene y se hizo colaborador de la revista Weird Tales, la ley estaba en pleno apogeo y Brooklyn, era el lugar en que la mayoría de los inmigrantes ilegales iban a parar. La pareja Lovecraft se alojó en un pequeño y claustrofóbico apartamento, en la que el escritor pasaba la mayor parte del tiempo escribiendo, con la ventana abierta hacia la calle y siendo testigo, de las peleas, borracheras y comportamiento violento de un grupo humano cada vez más multitudinario. Y es entonces cuando la vena de salvaje segregacionismo en Lovecraft llega a extremos preocupantes. No se trata sólo que el escritor pareciera cada vez más desligado de la realidad, abrumado por traumas de sus largos años de reclusión infantil y su percepción sobre el otro como un enemigo, sino que comenzó a escribir sobre el tema desde el ámbito del terror. El cuento The Horror at Red Hook, está lleno de referencias y alegorías sobre la discriminación, la deshumanización y la caricaturización de su vida cotidiana. Tan directo es su desprecio por la marea humana de sobrevivientes en busca de esperanza en un país extraño, que el barrio de inmigrantes que describe, es de hecho la puerta al infierno. Un espacio de infinita podredumbre y horror rodeado de criaturas malignas, venidas “de allende al mar”.

¿Parece exagerado interpretar las metáforas de un escritor de terror a partir de la sensibilidad contemporánea? No parece serlo tanto, al leer sus cartas personales, recopiladas por el propio autor en su autobiografía Lord of a Visible World: An Autobiography in Letters, en la que insiste en los peligros del mestizaje y habla sin tapujos sobre los horrores de la mezcla de razas. Lovecraft era la viva imagen del norteamericano de su época, desbordado por la crisis del final de la primera Guerra Mundial, de la pobreza cada vez más acentuada en el país y las grandes migraciones de granjeros aterrorizados por el hambre, que marcaron por años el rostro de la nación. Para bien o para mal, Lovecraft era un hombre que reflejó el tránsito de la Norteamérica que aspiraba a construirse como un crisol de razas a el país restringuido, que cerró todo espacio a cualquier influencia externa.

Tentáculos que abordan el terror:

Michel Houellebecq, de por si un hombre incómodo y polémico, está subyugado con la personalidad de Lovecraft. Tanto como para reflexionar de manera objetiva y sardónica, sobre el escritor en perspectiva a su tiempo. “El carácter de Lovecraft es fascinante en parte porque sus valores eran completamente opuestos a los nuestros. Era fundamentalmente racista, abiertamente reaccionario, glorificaba las inhibiciones puritanas y evidentemente encontraba repulsivas todas las manifestaciones eróticas directas” escribió el autor francés en un artículo. Y tiene razón: Lovecraft es el reflejo de la sociedad en la que nació, pero también, de los terrores de un país que temía a su identidad, a la herencia como espacio de inmigración y al final, a sus propios secretos retorcidos.

Lovecraft Country llega a HBO para demostrar que el Universo siniestro del autor, siempre puede ser reversionado, expandido y profundizado en maneras asombrosas y además en esta ocasión, incorporar la percepción sobre el mal real que encarnaba el escritor, todo bajo un aspecto y universo desconocido. La nueva propuesta sobre las historias del maestro del terror norteamericano muestra un original rostro del terror en medio una Norteamérica dividida y poblada de sus propios monstruos, algunos con apariencia humana. Pero más allá de eso, la serie tiene la dura misión de mostrar con claridad, los secretos que sostienen y alimentan el mito sobre el país radiante, el escritor prolífico que cambió el género de lo terrorífico y por si eso no fuera suficiente, plantear su propia historia.

Lovecraft no sonreía. De hecho, sus contemporáneos han escrito en más de una ocasión que se trataba de un hombre elusivo, perverso y crítico que encontró en la escritura un lugar que no existía para él fuera de la hoja de papel. A primera vista, la producción de J.J Abrams y Jordan Peele tiene toda la intención de usar ese recuerdo colectivo sobre el escritor, para mostrar una Norteamérica sesgada y peligroso; el guion tiene un evidente interés en que el país a mediado de los años 50 que explora sea un paisaje inhóspito, peligroso y malsano. De la misma manera que los mejores cuentos del escritor, Lovecraft Country es una mezcla de géneros que además, se toma el atrevimiento de incluir en su narración una incómoda y poco disimulada crítica social que tal vez, la televisión o el público no estaba preparada para asimilar de forma directa.

Desde luego, la personalidad de Lovecraft es inequívoca: tanto, como para evitar mirar al rostro a los hombres negros con los que se tropezaba, tanto como que sea una marca indeleble en su imagen como institución del terror. Lovecraft County, lo recuerda de manera original, sino que lidia en lo posible con el trasfondo al que rinde indirecto homenaje y convierte su historia, en una mezcla de admiración y repulsión, en la que la percepción del Lovecraft Supremacista es imposible de ignorar. Para Peele y Abrams parece de considerable importancia, reflejar al durísimo hombre que escribió extraordinarias historias, en un argumento que celebra lo mejor del mundo que imaginó, a la vez que pondera con cuidado, sobre el reverso oscuro de un país sometido a sus miedos más inquietantes.

Separar el arte del artista no es tarea sencilla y Lovecraft Country decidió no hacerlo. De hecho, la determinación es tan evidente que desde las primeras escenas, el país que Lovecraft debió vivir e imaginar, es tan claro como los monstruos al acecho. De una u otra manera, el argumento de la tensión racial en la Norteamérica profunda, en medio del ataque de monstruos inclasificables, es un híbrido por momentos desconcertantes que sostiene no sólo un evidente subtexto sobre lo terrífico, los monstruos sobrenaturales y los muy reales que debe enfrentar la cultura de un país lleno de heridas históricas. Pero Lovecraft Country no se limita a hacer hincapié a su extremo más dado a la controversia: la serie es una cuidada y estética versión sobre el miedo, los terrores inconfesables y como no, los miedos temibles e inquietantes, que acechan al borde mismo de la realidad.

Claro está, introducir personajes negros en un contexto racista, parece demasiado oportuno como para no dudar de las buenas intenciones de la producción de HBO. Y no obstante, de la misma manera que Watchmen, la serie es un compendio de decisiones inteligentes sobre un tema latente, que se lleva a la siguiente dimensión, a través de un argumento complejo, siniestro pero también, enlazado con ficciones en las que lo humano es una fuente de terror incalculable. Basada en la novela de Matt Ruff del mismo nombre y con Misha Green (“Underground”), como showrunner, la serie es mucho más que las complejidades del prejuicio y se alimenta de todo tipo de referencias sobre lo espeluznante, relacionado con los secretos de una cultura en que lo misterioso es una combinación de factores descarnados y crueles. Lovecraft Country, no analiza la idea de la raza de la misma manera en que lo hizo la obra de Damon Lindelof — llena de sofisticadas reflexiones sobre la identidad, la pertenencia y los dolores de la ruptura del individuo — sino que va al núcleo de la oscuridad: el miedo a la diferencia. Ya sea a un hombre negro que camina por los senderos de un pueblo o la de una criatura terrorífica que salta de entre las sombras, la serie está más interesada en explorar el terror desde la percepción de lo inminente y lo grotesco.

Todo lo que ocurre en Lovecraft Country está relacionado directamente con los enigmas no resueltos, los conflictos que aumentan la densidad de la atmósfera malsana y lo que hace más inquietante, la percepción de lo humano y lo monstruoso que habitan bajo la misma esfera. Por supuesto y con Abrams como productor, el argumento está lleno de todo tipo de referencias de la cultura pop, que incluye desde pulp fiction, cómics hasta blockbuster palomiteros, pero también, la sensación perenne de las novelas y relatos de Lovecraft que el mal podría ganar por el simple hecho de ser más poderoso y comprensible en la imaginación humana, que el bien.

Uno de los puntos más altos de Lovecraft Country es que carece por completo de pretensiones: a diferencia de las sofisticadas miradas sobre la identidad, el miedo cultural y el desarraigo creado para el universo alternativo de Watchmen, Lovecraft Country es todo poder y todo terror, un desfile de excesos que hacen la experiencia poderosa, angustiosa y muy realista. Hay mucho de gore exagerado y casi vulgar, de grandes miradas a los clásicos de ciencia ficción y horror de hace cuarenta años, en esta combinación festiva de humor muy negro con un tipo de terror físico que sorprende por su capacidad para dotar al miedo de un sentido de lo contemporáneo, a pesar de su ambientación histórica. Se trata además, de las bondades de un buen guion que asume desde las primeras escenas que la historia que narrará en pantalla, es una combinación de una percepción sobre la búsqueda y el poder de lo que se esconde detrás de la aparente normalidad, y algo más turbio.

El recorrido comienza pronto: Atticus Freeman (Jonathan Majors), un veterano de la Guerra de Corea lleno de un odio retorcido y peligroso, comienza un recorrido a través de EEUU en plena década de los años 50, para encontrar indicios sobre su historia perdida, la desaparición de su padre y la figura lejana e inalcanzable de su madre. En el trayecto, Atticus intentará encontrar la paz y también, cierto equilibrio mental, perdido en medio del conflicto bélico: el personaje es la encarnación de la versión norteamericana de las esperanzas perdidas y el futuro destruido.

La serie no duda en llenar varias de sus escenas principales con dolorosos juegos de percepción, en la que la cultura escindida de un país en el que racismo es un realidad latente, está en todas partes. Una y otra vez, la serie regresa al hecho que los monstruos que habitan en el bosque, son tan o más aterradores que los que discriminan y menosprecian a través de la violencia a los personajes. Poco a poco, el ambiente se hace tan caldeado e irrespirable, como las intricadas tramas de Lovecraft, pero mientras los monstruos dignos de sus narraciones aparecen en todas direcciones y atacan a sus víctimas desprevenidas, los verdaderos horrores ocurren a plena luz del día, en medio de la complacencia de hombres y mujeres de una crueldad inaudita, tan realistas y temibles como para ser el verdadero centro de atención del argumento.

Lovecraft era racista, aunque su obra sea Universal e imposible de clasificar. Pero la nueva serie de HBO toma la arriesgada decisión de tomar las piezas sueltas de su historias e incorporarlas a un homenaje. Un recorrido inquietante y poderoso hacia el centro mismo de los terrores norteamericanos.

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