sábado, noviembre 23, 2024
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El Mal gusto Veneco

El término veneco surgió cuando Venezuela era rica y recibía a los Colombianos de Cucuta, para brindarles oportunidad de empleo. A su regreso, a los colombianos que se querían hacer pasar por venezolanos, porque era cool, los llamaban “venecos”.

Después, con la llegada del chavismo, la historia de la palabra cambiará drásticamente, al Venezuela hacerse un país pobre, producto de la corrupción socialista. Los criollos salieron en masa por la frontera, y desde entonces, se les llama “venecos” despectivamente en el continente que liberaron sus ancestros de la independencia.

Por desgracia, los migrantes reciben la condena y la victimización, al llamarlos venecos. Culpa de la dictadura que indujo la depauperación y el exilio forzoso.

Hoy hablaremos no del concepto lingüístico, como tal, sino de las consecuencias tóxicas de su explotación estética y viral, resultando en la afirmación de una identidad chimba y recalentada.

Fue el humorista Joaquín Ortega uno de los primeros en referirse cáusticamente al ascenso del “venecoexplotation”, a propósito de la incómoda expansión de los comediantes nacionales devenidos en celebridades de Youtube, por echar chistes malos de sus recuerdos caraqueños, desde el exilio.

Si a ello agregamos un paño en la cabeza, para efectuar rutinas misóginas de “Cheverísimo” por red, nos encontramos con la fórmula del manual del perfecto bufón de la diáspora, cuyo oficio no es otro que sacar réditos del encasillamiento de nuestros estereotipos, para reforzarlos como negocio de crisis o lugar común que luego instrumentará la xenofobia de cada nación de destino de los caminantes, quienes irónicamente impulsarán la rueda, siendo el principal mercado cautivo de la pornografía influencer.

El mal gusto veneco se alimenta de una clásica adaptación subdesarrollada, oportunista y tardía de formatos que fueron moda y vanguardia hace décadas en la metrópolis, como el podcast, el late night y el videoblog, haciendo un uso matonesco, gritón y regañón de las viejas técnicas de la radiofonía populista.

Es frecuente verlos apropiarse del “slang” malandro, con el objetivo de “subir cerro” que llaman, de llegar a más audiencia, según la lógica comunicacional de publicistas y programadores decadentes.

Así lo veneco impone un código binario y esquizoide de enunciación, donde sus voceros son generalmente ajenos a las realidades que venden y machacan por sus cuentas de Instagram.

Instalados ya en el privilegio sifrino, fungen como aquellos raperos y reguetoneros que invocan la nostalgia del gueto forever, pues nada como la calle para instalar una base de operaciones comerciales.

De modo que “el veneco show” también tiene su cosita de tendencia hípster, entendiéndolo en su origen de absorción gentrificada de géneros surgidos de la miseria, el hambre y la carencia.

Muchos están metidos de cabeza en la asesoría y la “generación de contenidos de impacto”, para la oferta y la demanda de sensaciones venecas, impresas en franelas, marcas, emprendimientos, food trucks, canciones y videoclips.

Algunos te enseñan, incluso, a ser un mejor “veneco” en tus “Stories”, a través de talleres de iniciación al mundo del “couchin”, que te garantizarán, supuestamente, los argumentos que necesitas para triunfar en el mercado veneco, montando tu propio concierto virtual de fantasmas en el caribe.

Lo “veneco” puede ser un suproducto colonial de exportación.

Recuerda el orgullismo redneck, bastante cursi, del que se mofa “Borat” al parodiar el nacionalismo, bandera en mano, de los supremacistas blancos de las periferias.

En efecto, cada país tiene su variante “veneca”, así como Perú tendrá su primer presidente “veneco”, porque la pava del Siglo XXI se expande como el coronavirus en LATAM.

Naturalmente, un país se pierde al ser complaciente y condescendiente con el gentilicio “veneco”.

De hecho, es el ciudadano ideal para el régimen: provinciano, ombliguista, emocional, bruto para la lectura, enfocado en el próximo bochinche, descortés, prepotente e indulgente con su alienación.

No todo venezolano es veneco, por suerte.

Pero pronto lo seremos todos, si permitimos que los venecos se terminen de empoderar y adueñar de los espacios que deben expresar nuestras diferencias, nuestras singularidades, nuestras bondades, más allá de la representación cutre de un logo, de una narrativa efímera, de un bodegón que sustituye a una biblioteca.

No pasa nada con volver a intentarlo con la educación, algo de la moral, las luces y las bellas artes.

Cualquier fundamentalismo es pernicioso, en último caso.

Sobre todo el fundamentalismo veneco que nos impone lo bajo como alto, la bajeza como una cuestión de culto.

Se puede invertir la ecuación, para probar, dado el resultado nefasto de un cálculo que ahora nos pervierte.   

No duden que lo veneco es una operación incoada por un plan demagógico de control.

Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.

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