domingo, noviembre 24, 2024
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El fascismo progre del lenguaje inclusivo

No safe Spaces lleva por título el documental que estábamos esperando para contrarrestar el influjo del progresismo, el lenguaje inclusivo y la corrección política.

Un crítico argentino de la izquierda caviar me lo vendió como poco equilibrado y propagandístico.

No le tengo confianza al coleguita del socialismo peronista, pero imaginé que me hablaba de algo así como un derecho a réplica a la cadena de Telesur y RT Noticias que asola a LATAM, para verla arder en llamas y después quedarse con las sobras del continente.

Si era así, me parecía una revancha justa de la comunicación libertaria, generalmente silenciada de los medios controlados por la red del Foro de Sao Paulo.

Pero resulta que No Safe Spaces, dentro de muchas de sus virtudes, predica con el ejemplo, al integrar a voces disidentes dentro de su contenido de crítica al establishment marxista de la intelectualidad norteamericana.

Es decir, el filme no solo contempla demoler la censura de la generación de cristal, desde el punto de vista de la centro derecha, sino invita a la otra parte, la de los demócratas globalistas, a participar en el debate.

El tema es cómo la demagogia proteccionista ha ido ganando terreno en los campus universitarios de Estados Unidos, hasta dominar las esferas de discusión en las aulas e imponer la conversación en la cultura del país anglosajón, supuestamente a nombre de la democracia y la igualdad.

Por tal motivo, se ha emprendido una cacería de brujas, un nuevo macartismo en los salones de clases, donde se expulsan a profesores negados a emplear la terminología de “todes”, así como cierran las puertas a invitados republicanos.

La película justifica su argumentación con entrevistas de expertos e influencers del pensamiento conservador, como Dennis Prager, Tim Allen, Ann Coulter y Jordan Peterson.

Además, la edición comparte imágenes ilustrativas de la tesis del guion, en las que vemos situaciones realmente absurdas, como la instalación de un contingente de seguridad de 600 mil dólares, para brindar protección a una conferencia de Ben Shapiro en Berkley, quien después de su disertación pacífica comenta que la mera exposición de sus ideas no merece que inviertan semejante suma de dinero en el despliegue de un comando de uniformados y guardaespaldas.

Por desgracia, el melodramatismo comunista quiere que sintamos como una excepción, como una amenaza de peligro, cualquier concepto que desentone con el populismo de los eternos agraviados por el sistema, de los falsos perdedores del relato, de los siempre ofendidos por la auténtica diversidad.

Los héroes del victimismo, según lo planteado en el largometraje, humillan a estudiantes en público por pertenecer a una minoría cristiana o provida. Los graban con videos y los obligan a leer panfletos, manifiestos de tinte castrochavista.

A un maestro lo condenan a una inquisición grotesca, por el simple hecho de dar clases en un día decretado como de “no acceso al hombre blanco”, pues los alumnos afrodescendientes desean vivir una “experiencia de reafirmación étnica”.

¿Una experiencia de exclusión para combatir la segregación?

Parece una broma, un chiste del Chiguire Bipolar, pero no lo es, se trata de un futuro Black Mirror que ha alcanzado a la primera potencia del mundo, por su naturaleza de apertura.

El problema es que, a la luz de la Constitución y sus banderas, los rojos han logrado penetrar en el corazón de la educación pública y privada, al instalar sus códigos de moralidad y ética, llevando a la práctica una teoría de la conspiración.

Por tanto, los jóvenes son enseñados a desconfiar de las instituciones, a presentir apropiaciones indebidas en cada contenido audiovisual, a exigir cancelaciones de clásicos como “Lo Que Viento se Llevó”.  

De ahí que el Oscar siga la corriente de los “hipersensibles”, definiendo cuotas a la hora de seleccionar a los candidatos al premio de la academia, según las reglas de inclusión de los grupos “subrepresentados”.

La calidad y el mérito artístico pretenden calibrarse por la intervención de un cierto tipo de personajes, argumentos y cuestiones de piel.

De tanto conjurar el nazismo, terminaron por adoptarlo a través de una burda simplificación. Ahora ser blanco es malo y te descalifica automáticamente. El galardón se entrega cuando la película narra condescendientemente la tragedia de un negro, un asiático, un miembro de la comunidad LGBTI.

Espero no vayan a cruzarme, tachándome de transfóbico. Les respondería que, como en el deporte, prefiero que gane el más apto y el merecedor de la medalla, independientemente de su género.

En No safe Spaces, los venezolanos advertimos un presente que padecimos en el pasado de la revolución más catastrófica del siglo, la cual se originó precisamente en los pasillos de la UCV, en las aulas de los cuarteles, sobre la base de un colectivismo redentor de los pobres.

A tal efecto, utilizaron el arma de las elecciones para conquistar el poder, implementado un sectarismo y una purga descomunal.

Para ello, cambiaron las señas de identidad y el significado de las palabras, con el propósito de diseminar su racismo invertido.

Tal resentimiento dividió al país, lo atomizó, lo fragmentó, lo destruyó. Nos echaron de la república, perdimos el trabajo, nos mataron por opinar distinto.

Me sacaron de la Cinemateca, me incluyeron en listas negras de canales y casas productoras, me despojaron de fuentes de salario, también me tildaron de enemigo. Nos deshumanizaron. 

No safe Spaces debe contemplarse y divulgarse en su llamado de alerta. En su seno desnuda el principio de un caos en plena expansión, a manos de los extremistas de Antifa que atacan al fascismo con fascismo, al odio con el odio.

Los planos del documental, de chicos quebrando vidrieras en una protesta universitaria, hoy se han normalizado en los estados afectados por la brutalidad policial.

Cabe aclarar que la agresión de unas manzanas podridas no es excusa para incendiar al país y de paso carbonizar los principios de la primera enmienda.

La conclusión se materializa del verbo a la acción.

El humorista Adam Carolla, uno de los protagonistas, afirma que el victimismo paraliza y polariza, haciendo que los niños lo sean por siempre, demandando protección en los lugares, negándose a reconocer que los demás razonan con una filosofía distinta. De tal modo, muere la comedia como en la Unión Soviética.

Lo único obligatorio de preservar es el derecho a la libertad de expresión, así hiera o conmueva a un adolescente deformado en la vulnerabilidad, en la fragilidad extrema del mírame de lejos y no toques mi algoritmo de amigos, amigues y amigas.

Por último, un director de orquesta, de una visión heteronormativa, tiene la oportunidad de conducir un concierto instrumental con músicos de múltiples enfoques, sexos y colores.

Ustedes conocen mi orientación.

Si algún día tuve privilegios, como venezolano de clase media, el chavismo me los arrebató, como a ustedes.

Trabajemos porque este país, porque este mundo vuelva a sonar como una sinfonía de la construcción, aceptando nuestras diferencias.

Tolerancia.

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