domingo, noviembre 24, 2024
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El cementerio de Sabana Grande

Sabana Grande es el nombre del principal bulevar de Caracas. El nombre hoy se antoja exagerado, desproporcionado para la real dimensión cultural del espacio urbano.

Objetivamente sigue manteniendo unas proporciones interesantes como vía de comunicación pero se ha visto empequeñecido por la decadencia estética del país.

Explicaré el tamaño real y subjetivo para los amigos de Miami y Europa, lectores de la página. En su buena época, durante la cuarta república, Sabana Grande fue como Lincoln Road, un lugar agradable donde se asentaban negocios, cafés, centros comerciales, librerías, galerías y tiendas con los mejores productos importados.

Por ahí caminaban bohemios, intelectuales, escritores reconocidos, estrellas del olimpo audiovisual y genios como el premio Nobel, Gabriel García Márquez.

En la década de los setenta, Sabana Grande logra conectar a la parroquia el Recreo del municipio Libertador con la frontera de Chacao, uno de los sostenes financieros de la capital, coronado por edificios y torres emblemáticas.

Así la ciudad unía sus dos principales imaginarios y zonas, la del este y el oeste, ganándole terreno a la desconexión. 

Si culpan al Plan Rotival de quebrar en dos al Valle de la sultana del Ávila, Sabana Grande sería alabada por fungir de bisagra entre dos polos opuestos, en la época del desarrollo democrático de la nación, cuando votar no significaba desconocer victorias, cantar fraude o sentir la amenaza de ser víctima de una estafa anunciada.

Los turistas españoles amaban el sitio porque le encontraban un aire de familia, al recordarles la envergadura de La Gran Vía.

El parque de restaurantes ofrecía platos exquisitos de la cocina ibérica, gallega, vasca, paellas en vivo.

Los inmigrantes descubrieron una segunda patria, sobre todo los italianos y argentinos exiliados, quienes comparaban el recorrido con el desplazamiento de Florida en Buenos Aires. “Suma” era el nombre de la librería más importante. Era una de las sedes de la República del Este, movimiento de bohemios amantes de las barras y tabernas.

Los escritores de todas las tendencias compraban sus textos y vendían sus libros, recibiendo la atención y el trato amable de su dueño, Raúl Bethencourt. De adolescente pude conocer su trabajo, su empresa de tesoro, su don de gente, orientando mis tempranas vocaciones.

Llegué a Sabana Grande de chico, en los años ochenta, exhibiendo su máximo esplendor. En los días de diciembre, yo solía estrenar bicicletas y patinetas, dependiendo del caso, en las calles cerradas del paseo abierto. Podías transitar de noche por el Gran Café, sin preocupaciones por la inseguridad.

Asistías al cine Radio City, de una inolvidable arquitectura neobarroca. Cerca quedaba la pantalla de la sala Acacias y el Miniteatro del Este. Al norte figuraba el hito del multiteatro Broadway, cuya fachada presentaba los afiches de las películas de moda.

Da Guido se llamaba uno de los emblemas de la gastronomía mediterránea. Preparaba pastas deliciosas en un ambiente de plena tolerancia.

Su filosofía, de república griega y metrópoli romana, descansaba en unas paredes llenas de instantáneas de  famosos y políticos de diverso origen. Todos reunidos y cercanos en un misma mesa.

El Doctor Aguiar, amigo de la casa y columnista de Globomiami, aparece inmortalizado en una de las fotos del recinto culinario. Pronto el sueño terminó, con el advenimiento del socialismo del siglo XXI, y las ruinas envilecieron el recuerdo, hasta empañarlo.   PDVSA La Estancia expropió los principales edificios del trayecto, para repartirlos a colectivos violentos, centrales de inteligencia, oficinas burocráticas y una red de enchufados, de testaferros.

Actualmente el Radio City es sede del temible Sebin, la central de inteligencia digitada por los cubanos. Desde sus puertas vigilan con uniforme y ceño intimidante. La Librería Suma cerró sus puertas, así como el resto de los sitios de entretenimiento.

No hay rastros de cines, centros de arte, bibliotecas, peñas de tango y teatros.

A la cultura se le desprecia, la desalojaron como a un apestado, la redujeron a cero. Es parte de un plan de una obvia destrucción de la memoria.

En cambio, apenas permanecen en pie unas pocas tiendas con artículos descontinuados y fuera de temporada, en una suerte de outlet de un pueblo fantasma de provincia.

Los autorizados por el régimen conservan unos comercios venidos a menos, dedicados a la compra venta de mercancía pirata o importada de forma opaca. Se sospecha de la intervención y de la fiscalización militar de absolutamente todo. Por ende, desapareció la magia, el encanto, el desahogo de las marquesinas y las carteleras de espectáculos.

El pasado fin de semana volví a Sabana Grande, a una sabana grande aún más encogida y deprimida por el efecto Covid 19. Hay cero distanciamiento social.

Una Sebini no grande.

Traki, de fichas asociadas a la nomenclatura, expende barajitas y espejitos rotos, traídos en barco y conteiners, supliendo a una demanda triste, disminuida y carenciada.

Las personas hacen largas colas con resignación, a la espera de adquirir atún, leche y queso. Traki dispensaba ropa y accesorios para el hogar. Actualmente devino en un automercado, en una quincalla enorme y desordenada, semejante a un depósito de ayuda humanitaria. Pero nada es gratis y las chucherías se pagan en moneda fuerte.

Subo a City Market, un pequeño mall, atestado de tarantines de celulares, chucherías de Cosco y remate de aparatos eléctricos.

Antes expendían discos quemados, películas piratas, franelas estampadas al momento, ropa alternativa y demás especias de un consumo aspiracional. La única necesidad por cubrir, en el 2020, es la de llamar y comunicarse.

Nuestra distopía muestra unas paradojas irreconciliables, aunque perfectamente comprensibles. La dictadura borró la lectura y la diversión de la faz de la tierra, en una versión inversa del mundo feliz, unificando a la masa a través del cordón tecnológico de una nube hipercontrolada. No es casual la proximidad del Sebin, de la tumba. Sabana Grande comienza en la principal torre de vigilancia y tortura de Caracas.

Cerca emerge un sector gentrificado de franquicias admitidas por la colaboración del sistema opresivo. 

La alcaldesa Erika Farías se conforma con desplegar pañitos calientes y arreglos ecológicos inútiles, como la señal de una insignia de CCS con matas, al lado del Radio City tomado por el Sebin, como para ambientar la vista de los carceleros y soplones.

Los chamos ingenuos se toman selfies, delante del letrero, fingiendo demencia.

Desconocen la oscuridad censora de la gerencia, de la administración roja de las arterias adyacentes.

Mis amigos de la banda Fibonacci quisieron romper con la prohibición en varias oportunidades. De manera guerrilla rodamos un video clip en el callejón de la puñalada.

Más adelante los detuvieron por encabezar una protesta, a consecuencia de las duras restricciones del bulevar.

Cualquier asomo de insurrección, de manifestación pacífica, será inmediatamente sofocado por la policía, bajo el mandato castrista de eliminar la participación y la libre expresión de los disidentes.

En mi desplazamiento extrañé la vitalidad de los antiguos cafés, desaparecidos y sustituidos por la hegemonía de Traki y compañía.

Los olores son de baño de carretera, las caras denotan preocupación, las existencias lucen apagadas y zombificadas.

Compro pollo Arturos, por una ventanilla, para ir clausurando mi visita. Los indigentes rebuscan en la basura, piden refresco o agua con voz autoritaria, luchan por sobrevivir.

La posibilidad de establecer vínculos y afectos es una quimera, una fantasía de la nostalgia.

La realidad despierta una conciencia culposa, miedosa, escéptica, neurótica, pasivo agresiva, pesadillesca.

Retiro mi combo de dos piezas y me despido sin narrativa, sin épica, sin horizonte. A veces conviene describir y estar.

Lo demás se escapa de mis manos.

Espero haya redención y resurrección para Sabana Grande. Mientras tanto, paz a sus restos.

∗El crédito de la foto del artículo corresponde a Tito Caula.

1 COMENTARIO

  1. Yo viví mi juventud en la epoca bonita cuando apareció el metro de Caracas. Que tiempos aquellos. Muchas veces me di caminatas desde Chacao hasta la Torre La Previsora. Como estraño esa Venezuela.

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