A Pixar no la mueve el dinero o la guerra del streaming, tampoco el ajuste pandémico de Disney Plus.
Cualquier sea el canal y el dispositivo de transmisión, el verdadero negocio de la compañía es la emoción, un capitalismo de la empatía refrendado en “Soul”, la nueva obra maestra del estudio, de regreso a su edad dorada, tras años en la pragmática correa de propulsión de las franquicias y series, cuyos episodios cumplen la función estratégica de hacer caja para fondear los auténticos ovnis, los prototipos experimentales del emporio de creativos de vanguardia.
La empresa es líder y ejemplo de los equipos extremos de la contemporaneidad, según lo expresa el best seller homónimo de Robert Bruce Shaw, quien pudo conocer al ensamble de genios del diseño, desde adentro.
A diferencia de la competencia, Pixar rehúye de las convenciones tradicionales de las jerarquías burocráticas al uso en el ambiente corporativo, donde todavía abundan clientelas y armazones caducos, como de un estado tóxico y fallido.
Cada cinta se genera en una colmena de departamentos, a partir de una idea matriz discutida previamente por las cabezas y los delegados del sistema horizontal.
Es una utopía del trabajo hecho con placer y entrega, a pesar de contar con sus inevitables deslices y defectos, típicos de la naturaleza humana.
Verbigracia, nótese el gesto de inclusión de la sección de créditos, a lo largo de extensos minutos, a modo de epílogo.
En último caso, “Soul” expresa la perfección de una industria laboral, asentada en la concepción del soft power con proyección internacional y aliento de clásico automático para las diversas generaciones de todo del mundo.
Se dice fácil pero no lo es. Resulta complejo llegar a los consensos críticos alcanzados por la película del jazzista de buen corazón, comparado en Venezuela con el querido Frank Quintero.
A su curiosa semejanza, el personaje resume las evoluciones y mutaciones del año del Covid 19: la elaboración del duelo íntimo y colectivo, el paso de la vida a la muerte, el límite de la cultura del éxito, la crisis del adulto contemporáneo ante la escuela de la nada del escepticismo millennial, el reconocimiento de la otredad en la experiencia de los demás, la superación del plano opaco y triste de la víctima.
Quiero pensar lo siguiente.
Si el 2019 cerró con el anticipo apocalíptico de “Joker”, el 2021 debería abrir con la filosofía de “Soul”, en el sentido de dejar atrás el conflicto estéril entre razas y posturas ideológicas, para abrazar una conciencia expandida sin fronteras.
Pixar envía un post a la civilización del desastre, en el epicentro del coronavirus norteamericano. El filme dedica primero una carta de amor a Nueva York en la forma de una versión 3D del mejor cine independiente y autoral de la Gran Manzana, aludiendo a Spike Lee y a Woody Allen, cuando hacen lo correcto.
El director amalgama la sabia de la modernidad musical con el canon verista de la casa del Ratón Mickey.
Tal como diría el experto Leonardo Desposito, “Soul” conjuga la excelencia de los dos modelos estéticos de la Disney, al transitar de la abstracción de “Fantasía” a la figuración pop de “Blanca Nieves y los siete enanos”, bajo la inspiración de los acordes y composiciones de la era de “La Sirenita”, “Rey león” y “Bella y la Bestia”, con algo de la locura surrealista de “Alladdin”.
Obviamente, en el universo de Pixar, “Soul” completa la trilogía existencial de “Intensamente” y “Up”, revistando el día de los muertos de la famosa “Coco”.
El quid del guion reside en aceptar el valor de las pequeñas cosas, perdidas y extraviadas a través de un laberinto de expectativas y posposiciones.
“Soul” le habla al espíritu de nuestro entusiasmo, herido por tantas frustraciones y anhelos de fama.
El protagonista asume su condición de mentor, de manera inesperada, luego de sufrir un pequeño accidente, por su búsqueda desesperada de reconocimiento.
En una suerte de mundo paralelo, quizás su mente dormida o una imaginación del cielo, el hombre aprende a pisar la tierra, viéndose en el peligro de la extinción.
Surgen aquí un par de asuntos problemáticos y metafísicos, dignos de una tesis doctoral.
Al momento de ser guía, el jazzista descubre la inutilidad y la castración de una educación ilustrada, excesivamente ortodoxa y dogmática, de la mano de colosos del pensamiento como Jung.
Frente a los tanques de la intelectualidad, emerge un secundario carente de alma y ánimo por la enseñanza de sus educadores soberbios.
Vislumbramos, entonces, una mordaz caricatura de la escolaridad global, sustentada en la memorización de historias, claves, anécdotas y teorías ajenas.
Así el músico y su alumna no salen del hueco donde se encuentran atravesados por algoritmos, líneas y bocetos embrionarios.
Una especie de la elementalidad geométrica que nos rodea. Por tanto, el contraste es abismal con la ciudad de los colores y sabores que tenemos que apreciar, de nuevo.
Por último, el trance del personaje principal involucra cambios de género y hasta de especie, lo cual ofenderá a las mentes ortodoxas y conservadoras.
Al final, se trata de una metáfora del devenir y de la visión que propone Pixar para superar la depresión, el estancamiento y el sentimiento de vacío.
Disfruta el instante, porque la vida es aquí y ahora.
Como docente, certifico la pedagogía de una película que nos ha conmovido, logrando inculcarnos que grandes y chicos recibimos el título de personas, al instante de apoyarnos como maestros.
Homenaje al arte, aparentemente infantil pero futurista, de Jean Miró con el compás de un Thelonious Monk.
Una superproducción de los afectos, como diría Eloy Fernández Porta.
Una película para pensarse el simbolismo detrás y nuestros propios íconos, guías o mentores. Considero que esta película confronta a cualquiera, sin importar la edad o nivel de educación, cultura o concepción de sí mismos y el gran porvenir o el gran devenir.
Resulta interesante compartir qué genera en cada quien. Las ideas que nos mueven sobre las propias pasiones, propósitos y carencias.
Incluso a quiénes hemos apostado como educadores y en eso que decidimos creer sobre nosotros mismos y otros. Pensarse que libera el que menos ataduras tiene a lo terrenal o que quien más aferrado a la vida, se puede desprender por sentir un llamado o propósito que lo supera.
O sencillamente disfrutarse lo nuevo, en familia, en pareja, con amigos.
Disfruté la película y el artículo.
Abrazos, profesor.