De cómo los lobbies de la izquierda exquisita monopolizan la temporada de premios.
Tom Wolfe solía burlarse de la impostura de la élite de Hollywood y Nueva York por explotar las agendas reivindicativas del momento, para lavarse la cara y darse un baño de realidad.
El mercado de la apariencia fue sofisticándose con el paso del tiempo, al punto del llegar al enmascaramiento lefty del día de hoy, cuando las estrellas de la meca se disfrazan de víctimas del racismo y la injusticia, con el obvio interés de promover sus campañas personales y corporativas para los premios de la academia, cual claque de burócratas de la filantropía y la responsabilidad social.
Con ustedes, un star system de Madres Teresas de Calcuta que se visten con ropa cara de Gucci y Padra, como diría Camilo.
Disfruto de las películas del momento, tampoco soy insensible al ejercicio inspirado de los directores y actores de la industria, pero tengo bastante claro y masticado el código de diseño al servicio de un triunfo en la temporada de premios.
A propósito, recomiendo la cinta “Prom”, de Ryan Murphy, donde se satiriza la mala conciencia y la manipulación de la comunidad de artistas, para vampirizar las causas de los derechos civiles en beneficio propio, de la proyección de la imagen de un grupo de oportunistas de Broadway al borde la bancarrota y la quiebra moral.
Paradójicamente, el filme termina por complacer al lobby LGBTI, relatando el final feliz de una cruzada musical y populista de inclusión en un estado conservador de Norteamérica.
Una movida clásica del productor, detrás de la pieza, cuya pragmática jugada le rinde beneficios en la vitrina de los Globos de Oro.
“Prom” figura en el podio de la categoría de mejor película de comedia y musical, junto con una película declaradamente AntiTrump como la secuela de “Borat” y la grabación de “Hamilton”, nominada a destiempo y de manera forzada, pues su época ya fue y solo ahora se conoce globalmente a través de Disney Plus.
“Hamilton” no pertenece al cine, sino al archivo de una compañía en su plataforma de streaming.
No desconozco los méritos de la obra de Lin Manuel Miranda, sin embargo, disiento de su postulación en los Globos, por una mera cuestión de diplomacia y corrección política.
“Hamilton” adapta el concepto de la reescritura de la historia, a cargo de las minorías, negando hechos y cambiándolos al gusto de los guionistas.
Entiendo el enfoque disruptivo y subversivo de poner a un grupo de latinos como los nuevos padres fundadores. Tales ejercicios de reinvención son válidos en la cultura.
No obstante, generan distorsión, confusión y acostumbramiento a un pensamiento mágico, falaz, divorciado de las situaciones y protagonistas del pasado.
Es el afán woke de negar el pretérito, de no aceptar sus defectos y molestias, de limpiar cada mancha o error humano, en aras de no ofender a los clientes del milenio.
El big tech trata a los adultos como niños de cristal, halagándonos con fantasías hípsters y estilizadas del tenor de “Prom”.
Los chicos, por tanto, se reconocen en la pantalla con los personajes empáticos y bellos, supuestamente como ellos, amantes del prójimo, tolerantes y unidos por la bandera de la representatividad.
Pasada la función, deberán verse al espejo para enfrentarse con la autenticidad de la vida y el mundo, lleno de hostilidad, adversidad, dificultad.
En cambio, el Hollywood de los Globos educa a los niños con cuentos y fábulas infantiles de publicidad demagógica.
Pixar va por el mismo camino con “Soul”, al extremo de prometer una solución para el conflicto absoluto, para la verdad irremediable de la muerte. Todo salpicado de buenismo afrodescendiente.
Por desgracia, los chamos siguen falleciendo a manos del hampa y de la enfermedad, en las villas miseria y en las zonas de exclusión de los países.
Si se trata de elegir entre el mito y la cruel existencia, “Soul” opta por refugiarse en la leyenda de la eternidad, de la inmortalidad como queriendo expurgar el fantasma del Covid o el ahora innombrable virus Chino.
Los Bobos del paraíso esnobista, según Brooks, sienten nostalgia por el gueto y proceden generalmente a gentrificarlo desde su mirada militante, paternalista y condescendiente de nuevo rico del cine con complejo de culpa.
Así el sindicato de actores anuncia la nominación de mejor ensamble para una película en el 2021, favoreciendo a puros lobbies del partido demócrata.
El SAG se cuadra rápido con el poder de turno, marcando la distancia de Los Ángeles y las grandes ciudades ante el resto de las regiones rurales.
Le hablan a la mitad de una nación enorme, concentrándose especulativamente en un nicho, garantizando la pérdida de rating de los últimos años.
“La mamá del Blues”, “5 Sangres”(del chavista de closet Spike Lee), “El juicio de los 7 de Chicago” y “Una noche en Miami” encabezan la carrera por los SAG, siendo portaviones del Black Lives Matter.
Comprendo las implicaciones y consecuencias del tema de la brutalidad policial. Rechazo la discriminación y el abuso de autoridad. Pero el caso de Floyd no puede utilizarse como filtro único para seleccionar y decantar los contenidos en una temporada de premios.
Se corre el riesgo de caer en un racismo invertido de hecho, en el establecimiento de un código de prohibición, cacería de brujas y ocultamiento de cualquier expresión distinta a la norma convenida.
En efecto, la decisión de SAG prefiere a la parlachina e insoportable “5 Sangres”, por su propaganda de Black Lives, antes que admitir la complejidad maldita de “Mank”, una crítica al sistema de autores y creadores, precisamente extraviados en su laberinto narrativo.
El sindicato tampoco apreció el registro de “Nomadland” en la categoría de ensamble, porque engloba a un casting de actores blancos de la américa profunda.
En su lugar privilegiaron a la telenovela coreana de “Minari”, que se adapta más a la estela de “Parasite” y al consenso de solo consagrar a minorías.
Veremos qué pasa con el Oscar en adelante, bajo el influjo del precedente de los SAG y los Globos de oro.
La temporada de premios va tornándose un asunto cada vez más predecible en su formato de libro de texto, sobre los tormentos y dramas de ser afro, latino, asiático, trans y pobre en Norteamérica.
Nada nuevo en el siglo XXI, contando las victorias anunciadas de “Green Book”, “Moonlight” y “Parasite”.
Las nominaciones del 2021 se adelantan a la exigencia de la academia por premiar filmes inclusivos, a partir del 2024, con unas reglas estrictas de producción y creación.
De a poco, Hollywood copia las cartillas de racionamiento y condicionamiento de la libertad de expresión de dictaduras como las de Cuba, China y la Unión Soviética.
Estoy de acuerdo con la idea de visibilizar, siempre y cuando no se convierta en un corsé, en un patrón para distinguir y celebrar.
El arte es, en esencia, un espacio de experimentación con formas y conceptos por descubrir, por buscar, por reinventar.
El séptimo arte de la temporada de premios se parece más a la toma de posesión de Biden, con sus espejismos y promesas.
Habrá futuro cuando haya más cine y menos agenda.
Actualmente es una utopía irrealizable.
Las estrellas sufren de un extraño síndrome de desdoblamiento.
Se creen la resurrección de Malcom X, la Mamá del Blues, Muhamaad Alí, Las Panteras Negras y los hippies antivietam.
La guerrilla tomó a Hollywood por asalto y recibirá todos los Oscar que puedan imaginar.
Si usted es de Venezuela, ya sabe cómo terminan estas revoluciones socialistas, estas sediciones rojas.
Por Sergio Monsalve, Director Editorial de Globomiami.