Alerta de spoiler
Érase una vez una baronesa henchida de poder. Pero un día, una niña expuso la desnudez de la emperatriz y la destronó. Cuando esta historia se repite hasta el infinito, se le llama moda. Utilizando el ejemplo de la película de Disney, desvestiremos su moraleja para ustedes.
La sorpresa anárquica de “Cruella” reposa en el duelo interpretativo de dos gemas de Hollywood: la Thompson y la Stone (roca de la última camada de la nueva comedia americana bajo la influencia de una Billie Eilish darketona, consumida por el espíritu revenge de exorcizar su trauma de bullying).
Ambas llevan el arte de la actuación al nivel de la edad dorada de la meca parlante, como si estuviesen poseídas por el ángel y el demonio de una Bette Davis con el glamour de una Katharine Hepburn.
Thompson roza la perfección de la inteligencia del mal, encarnando a una suerte de Anna Wintour perfilada por Merryl Streep en “El Diablo viste a la moda”, obvio antecedente de la mefistofélica cinta de la Disney.
De igual modo, anoten la cita a “El Fantasma del Paraíso”, la monstruosidad glam de Brian De Palma.
Los años de experiencia dotan al filme de un humor negrísimo y exquisito, asentado en un desternillante manejo del ritmo de la composición dentro del plano, de cara a su montaje.
El director sabe confeccionar una batería de gags físicos, donde las damas logran hacernos escupir las cotufas, a partir de su graciosa interacción, al borde de la incorrección política.
Sin embargo, la casa del ratón Mickey dosifica y frena la virulencia de las protagonistas, para cuidar mercado y evitar ofender a la generación acristalada de las cancelaciones.
Son las paradojas de rodar con la empresa de mayor penetración global en el target familiar e infantil.
Usted encontrará notables diferencias entre “Cruella” y su versión animada, cuya relación con los “101 Dalmatas” era más ambigua, abstracta y hasta amarga.
Aquí, de forma innecesaria, introducen un “disclaimer”, para calmar a las asociaciones de protección de mascotas.
Naturalmente, ningún perro sufrió abusos o malos tratos durante el rodaje.
Pero de ahí a exclamarlo en una frase de la película, hay un largo trecho de concesión y condescendencia con la audiencia.
El principal problema de “Cruella”, junto con “Maléfica”, es precisamente la incapacidad de dejar abierto el mensaje, a fin de despertar el vuelo de la imaginación del espectador, permitiéndole sacar sus propias conclusiones ante la evidente inmoralidad de los personajes.
Por el mismo motivo, buscan tranquilizarnos con explicaciones hacia el desenlace, incluso agregando flash backs forzados y redundantes.
Caso de la prescindible narración de cómo la chica sobrevivió a la caída del risco, en el quinto acto.
Hablaba del tema con la profesora Malena Ferrer, al salir de la función en el Tolón de Caracas.
Ella disfrutó como chango, pero lamentó un par de defectos: el típico cálculo de estirar el desarrollo del relato para acumular espectáculo de acción en la pantalla (dos asaltos de “heist movie” es como demasiado), y el enfoque paternalista de inyectar bondad a la antiheroina de la trama, confiriéndole una causa social y psicológica de manual.
Los clásicos dilemas y complejos de un Edipo y de una Electra, pesimamente resueltos.
A la distancia, puedo conceder el beneficio de la duda, pues parecen cuestiones hechas con total conciencia de los creadores y productores, para adaptarse a las dinámicas corporativas y a las agendas restrictivas de los tiempos del milenio.
Una crítica consume y agota su lectura por aquí, desde un ángulo reduccionista.
Con tantos compromisos comerciales, uno llega a comprender y a disculpar las pegas de la película, impuestas para pasar por los filtros de los grandes recipientes de contenidos.
No es el mundo ideal, aunque se acaba de justificar y cerrar, viniendo del universo del alto presupuesto y del diseño de estrategias de persuasión.
Así las cosas, “Cruella” consigue cruzar un territorio minado, como el mejor caballo de Troya del género Live Action, para vehicular y traficar con material inflamable de disenso, esperando detonar costumbres de vanguardia, caos y revuelta en la adocenada cultura mainstream, apelando a la nostalgia por los movimientos disruptivos de los años setenta en Reino Unido, frente al conservadurismo de aires aristocráticos y victorianos del ascenso tacheriano.
Por ende, Estella sale del closet, al vestirse con los colores del glam, del trash, del metal, del punk y del barroquismo queer, en un gesto de subversión, sedición y saboteo de las tendencias acartonadas de la baronesa, el status quo por derribar y superar, según la dinámica del filme.
En tal sentido, surte efecto el trabajo de la creadora fashion de los modelos de “Mad Max: Fury Road”, Jenny Beavan, ganadora del Oscar por su propuesta iconoclasta.
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En “Cruella” dobla la apuesta, garantizando la nominación de la academia en el 2022.
Los atuendos de “Cruella” cuentan una historia secreta y subliminal, sobre el arte emergente y mediatizado, sobre el apogeo y el declive de las técnicas de guerrilla del escándalo, surgidas en el siglo XX, al instrumentar el sensacionalismo de los tabloides.
De ahí vienen Banksy, Damien Hirst, por no mencionar a Warhol y a los atentados museográficos de Marina Abramovic.
“Cruella” revisita, y seguramente saquea, a los maestros del performancismo, haciendo del acontecimiento audiovisual un lugar de conflicto y replanteamiento de nuestras percepciones.
Por supuesto, la repetición de la estética del shock, conduce a su decadencia y a su absorción domesticada por parte de la industria.
Es una de las ironías de “Cruella”, la de ser un ejemplo de la explotación y la apropiación de Disney, de fenómenos insurgentes de la periferia y de la zona clandestina, con un delay de al menos cuatro décadas, cuando ya no sacuden estructuras y tampoco suponen un boicot real.
Malena y yo terminaremos disfrazados con los looks de “Cruella” en Halloween, tal como lo hicimos con “The joker”, el hermano DC de la terrorista de Disney.
Si usted quiere conocer a los verdaderos fundadores del “Young British Artists”, le sugiero comenzar por la obra incómoda y de impacto de Tracey Amin.
A su lado, “Cruella” es una niña de pecho. Así y todo, la celebramos en el año flojo y de vacas flacas de la pandemia.
Su autor, Craig Gillespie, nos regala una secuela de “I Tonya”, exponiendo las tensas relaciones entre una madre y una hija de armas tomar, rodeadas por un reparto de secundarios inolvidables.
Mención aparte para “El Botija” de la joven disidente y para el mayordomo gótico de la señora tóxica, quien es viva imagen de aquellas horrorosas jefas, enamoradas de su propio ego como la bruja de “Blancanieves”.
Ante un liderazgo narcisista y abusador, “Cruella” reclama el valor del sano recambio generacional, de la empatía y de la apertura democrática, ante la dictadura de una monarca del corte y la costura, cual hermana del diseñador de “El Hilo Fantasma”.
“Cruella” es célibe, demasiado para mi gusto, como toda princesa de la Disney que se precie.
Por su desinterés romántico, se intuye que no encaja en los moldes establecidos, prefiriendo concentrarse en su arte inconformista y su venganza dulce.
Una justicia poética que la acerca a las reivindicaciones femeninas de la era de “Promising Young Woman”.
Tipo chica selfie del milenio.
Un asunto curioso será analizar el rol de la mujer en las últimas series y películas de la Disney, que ofrecen discutibles estereotipos distópicos que encasillan al género, mostrándolo como resentido, despótico y belicoso.
De “Wanda Vision” a “Cruella”, se percibe que Disney tiene sentimientos encontrados al respecto.
En dos platos, que dramatiza el empoderamiento como una lucha trágica, endogámica, personal y condenada al luto.
El esquema binario y polarizante de un folletín.
De cualquier modo, un filme rico en capas de lectura.
Lo recomendamos.
Emma Thompson se roba el show como la villana que requerimos, al margen de coartadas y filtros Deep Fake de CGI.
Un tripeo el soundtrack a pesar de su abuso como recurso.
Del apocalipsis a la integración, ¿no será “Cruella” la nueva baronesa del futuro?
Ya veremos en la secuela.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.