Por Malena Ferrer. Docente y documentalista.
La sistematización de muchas conductas inapropiadas ha hecho que hoy, cuando vivimos en la crisis latente y sus reacciones en cadena, los comunicados públicos sean nuestro nuevo género periodístico. Cuando se requiere precisión, esclarecimiento y toma de acciones, los comunicados se ponen en exceso retóricos, bucólicos o a veces hasta violentos.
Un comunicado como su genérico nombre lo delata, es un documento (oral o escrito) que informa (comunica) acerca de un hecho particular. No indica esta definición que su naturaleza sea únicamente de control de daños. Hay comunicados felices, de solidaridad o felicitación.
Aún y cuando en estos últimos abundan las torpezas ortográficas y de estilo a la modé de “habemos”, “los cuales, la cual” y gerundios mal usados o la pura demagogia; aquellos que surgen al calor de la crisis o de lo que Byung-Chul Han llama la shitstorm de las redes sociales, son los que nos ocupan hoy.
El comunicado de control de daños o la llamada disculpa pública casi siempre tiene la normalidad de la estructura triple: introducción, desarrollo y conclusión; a saber:
El cordero – El falso arrepentimiento
Desde la primera persona se inicia siempre con una disculpa, esta parece ser muy explícita e incluso sentimentalista. En apariencia el discurso abre reconociendo el yerro. Hasta acá, vamos bien. Se sigue adelante y el recurso del storytelling se usa para generar empatía y veracidad. Una anécdota personal dará a quien escribe un aura de cercanía con los lectores pero sobre todo ya introduce la noción “errar es de humanos”; ergo, tú lector ofendido, también cometes errores.
El lobo – La relativización
El texto avanza y se reconoce por primera vez (y probablemente única) a l@s afectad@s, víctimas o depositari@s de las disculpas. Se reconocen, sí, pero de forma breve y abstracta: “a quienes haya podido ofender”. Lo que sigue es sin embargo una relativización de los hechos, su justificación por ignorancia, candidez, inmadurez o presión. Muchas veces esta relativización de los hechos (o acusaciones) se vuelve pasivo-agresiva o directamente agresiva. Para caer así, en una externalización de la responsabilidad o lo que se llama en sociología la difusión de la misma. La culpa no se asume individualmente, sino que se distribuye o se difumina entre los miembros cercanos al hecho, aunque una persona particular lo haya iniciado. A veces no se difumina entre un grupo específico, sino que se proyecta en el sistema. Este puede ser uno preciso (académico, artístico, cultural) o uno aún más grande y contenedor (sistema político, económico, social: el orden de las cosas). A estas alturas del discurso las falacias pueden jugar un rol importante. “Aunque entiendo que he cometido un error, no se puede pensar que soy el/la únic@”, “mi error fue dejarme llevar”, “no fue mi intención”, “son tonterías de cham@s”, “me vi en la necesidad”, “tod@s comentaban/ hacían lo mismo”. La falacia en sí misma es problemática porque estamos en el ámbito de la Teoría de la Argumentación, pero también es imprecisa metodológicamente pues las variables que comienzan a usarse para relativizar ni siquiera tienen que ver con el hecho. Esta relativización ocupa el mayor espacio y energía del comunicado.
El depredador herido – La nueva víctima
El cierre, que es la parte que sorprende más de estos escritos, es la repentina victimización de quien ha comenzado pidiendo disculpas. Es un cambio gestado desde el inicio y de forma inconsciente (quiero creer). La soberbia, la rabia por haber cometido un error a la luz pública, no permite admitir de forma honesta el traspiés (o el delito) y menos ofrecer sinceramente la mentada “disculpa”. Algunas formas comunes de cerrar estos comunicados son: a. Pidiendo empatía al apelar a la falibilidad humana, b. Justificando de nuevo lo sucedido (externalización),
c. Presentando (remolcando) la nueva crisis y la nueva víctima en donde el lugar enunciativo cambia: “el odio del que he sido víctima estos días no tiene precedentes”, “no sé qué más quieren de mí”; y c. la apelación al buenismo (sic) intrínseco: “los que me conocen saben…”, “mis familiares -a quienes adoro- son ahora los más afectados”, “les pido se pongan en mi lugar”. Aseveraciones que pueden ser ciertas obviamente, pero que no corresponden al que ofrece disculpas afirmarlas, porque de algún modo anula o debilita el arrepentimiento (si es que existe).
Lo que hace falta:
- Saber con exactitud qué se quiere expresar (disculpas, arrepentimiento, negación de las acusaciones, soluciones a un problema generado por ti, etc.)
- Asesorarse con especialistas más rigurosos que mediáticos. Menos famosos y más éticos.
- Reconocer a l@s afectad@s y entender que es alrededor de ell@s que gira el oficio.
- Ponerse a la orden de las autoridades si el error cometido es un delito tipificado.
- Ofrecer o asomar posibles resarcimientos, compensaciones honestas y realistas.
- Enumerar acciones concretas si de controlar daños se trata.
- Entender que como desafortunad@ aludid@ no se trata de pedir disculpas salvaguardando la imagen propia al mismo tiempo.
Cualquier otra cosa que no incluya lo anterior no es solo una pavada comunicacional sino un nuevo agravio, una nueva ofensa y burla a l@s afectad@s. No somos niñ@s murmurando una disculpa entre dientes mientras nuestra madre o padre nos exige que la digamos más alto, más claro y más fuerte.
Preferible no ofrecer algo que no estamos dispuestos a dar. Pero tengamos claro que nos ha tocado o nos tocará estar en esta posición conforme nuestros tiempos demandan lo que en inglés se conoce como “accountability”, palabra un poco más específica y precisa que la sola “responsabilidad”.
Hay que quitarse el disfraz de cordero para disculparse.
El diseño de imagen que encabeza el artículo corresponde a Malena Ferrer.