Por Vanessa Vargas
Brooklyn, NY. 29 de abril, de 2021.
(El siguiente texto forma parte de “La danza y la performance: cuerpo a cuerpo entre la danza, la performance y la comunicación” publicado recientemente por ABediciones, unidad editorial de la Universidad Católica Andrés Bello.)
El 29 de abril se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Danza. Por iniciativa del Comité Internacional de Danza, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y la Cultura escogió esta fecha en 1982, en conmemoración del natalicio de Jean-Georges Noverre, considerado como el creador del ballet. Desde entonces, bailarines, maestros, coreógrafos e investigadores de todo el mundo celebran el movimiento, en cualquiera de sus géneros. Así, abril es para la danza un mes sensible. Gran parte de los festivales y eventos de danza ocurren durante este mes. Este año, las celebraciones del día internacional de la danza vuelve a ocurrir desde el confinamiento, los bailarines conmemoramos el movimiento, el encuentro de los cuerpos que bailan, la experimentación del cuerpo como soporte, el contacto físico, desde el aislamiento de los cuerpos.
Existen tantas prácticas de aislamiento como experiencias subjetivas. Desde las más privilegiadas, hasta aquellas muy precarias. Sin embargo, en todas hay una relación del cuerpo con la idea de tiempo. ¿Cómo está nuestro cuerpo in/corporando otras sensaciones de temporalidad? El tiempo no se inserta ahora mismo en la economía de la temporalidad y sus normas; experimentamos una transformación del tiempo, que ya no se mide, no se evalúa en la economía, sino que se -siente-: el aislamiento no tiene que ver la duración, sino con la experiencia continua de esa duración. La idea del cuerpo en aislamiento se experimenta desde la intensidad: podemos expandirnos /en/con el tiempo-, mantenernos inertes, contemplarlo en nuestros gestos, hábitos, y actividades, sentir el tedio, el cansancio, incluso observar cómo empujamos nuestros propios límites.
Sobre esto André Lepecki dice que: “la duración puede ocurrir incluso en una fracción de segundo. Tan pronto como no hay métricas, tan pronto como no hay medida, tan pronto como no hay economías de (im) paciencia y expectativas, tan pronto como no hay sujetos contables, entonces encontramos la duración haciendo sus actos heterogéneamente singulares. Esto es deshacer un tiempo medido que, sobre todo, controla, media y aprisiona a los sujetos y las cosas como objetos de medida”. Esta exploración ha sido profusamente desarrollada en el campo del performance y las artes vivas, desde los años 70 del siglo pasado, en las investigaciones que Marina Abramovic hicieran desde su propio cuerpo -el medio-, entre otro grupo de artistas y coreógrafos quienes han creado un corpus robusto de investigación para que hoy podamos entender -desde el cuerpo-fenómenos como el que hoy vivimos.
En el performance de larga duración, la danza, como en la vida cotidiana, que es una y la misma cosa, estamos negociando siempre con el presente, si lo negamos, estamos perdidos.
Con las políticas de confinamiento y aislamiento social practicadas alrededor del mundo debido a la pandemia del Coronavirus, esta celebración se ha visto especialmente transformada, no solo desde la corporalidad, sino también en sus formas de producción y consumo. Si las prácticas artísticas han ido transitando más comúnmente del escenario a la pantalla desde hace por lo menos tres décadas, ahora el desplazamiento es total.
En tiempos de cuarentena, Internet abre un espacio variables estéticas, políticas, económicas, que parece abarcar todo el espectro de expresiones culturales. La danza también forma parte de este espectro, y ha sufrido una de las transformaciones más significativas en sus prácticas: el espacio de confinamiento, anteriormente designado para la actividad doméstica privada, tiende ahora, por el uso de las redes sociales, hacia la esfera pública: lo doméstico como escenario. Dado que la pantalla funciona como un espacio escénico, la danza tiene que reubicar distintos cuerpos en diferentes husos horarios y áreas geográficas, pero en las mismas coordenadas espacio-tiempo, en línea, narrando diferentes historias en una relación basada en algún lugar entre la intimidad y la distancia.
Celebrar la danza en tiempos de pandemia obliga a pensar las nociones de efímero en el arte de acción, las ideas de temporalidad, presencia, e intimidad, la relación entre lo público y lo privado, el vínculo entre danza y performance, entre la cultura y la comunicación, en la “viralidad” que supone bailar en la pantalla, y en el uso del Internet. Explorar el uso de Internet como herramienta para las prácticas de las artes vivas, explorando todas estas nociones, parece necesario para entender y re-evaluar el vínculo entre la danza y la comunicación en la contemporaneidad, a la luz de los cambios sociales que, producto de esta pandemia, obviamente afectan nuestra práctica artística.
La tecnología es un espacio de relación en el que la participación y la interacción pueden crear diferentes relaciones de poder. En redes, producción y consumo pueden entenderse como fenómenos colectivos y, a la vez, como procesos, alterando la lógica en la que las industrias de medios operan actualmente: no se trata sólo de productos privados acabados, sino de procesos públicos abiertos. Es preciso pensar también en las posibilidades que la danza y otras manifestaciones artísticas tienen de encontrar su lugar en Internet. El descubrimiento de nuevas potencialidades, de la práctica artística colaborativa online, ayuda a repensar los conceptos de distribución y flujo del contenido masivo: lo viral no es necesariamente una enfermedad
Sin embargo, cuando pensamos en la danza en Internet, tenemos que pensar en el espacio y el tiempo como dimensiones “digitales.” Igualmente, hay que considerar la naturaleza efímera del cuerpo, de la inmediatez física, de la inmaterialidad del gesto y, por supuesto, del movimiento. Los sistemas simbólicos de la danza están en constante movimiento, y este movimiento está determinado por su propia presencia. Por lo tanto, está siempre condenado a desaparecer: la danza termina cuando el cuerpo no está presente. El cuerpo del bailarín es entonces el signo de la presencia, y la comprensión de lo corporal como un sistema de signos sólo puede ocurrir en movimiento.
Este cambio no afecta exclusivamente a los bailarines también influye en la forma en la que todos nos relacionamos con la danza, desde la disciplina, o como espectadores. La danza y el performance se entienden desde lo efímero, ya que su principal preocupación es, claramente, el movimiento, que pasa. Así, el cuerpo que danza en la internet es parte de una práctica artística que, quiera o no, está definida por la globalización y la movilización. La danza se ve afectada por este tipo de transformaciones históricas, que influyen en sus relaciones con la cultura.
La danza tiene tiempo abriéndose espacios online. Pero en el contexto de la pandemia, esta relación ha sido potenciada significativamente. Estamos en presencia de una práctica corporal diferente, online, donde el cuerpo en la danza responde a un espacio “virtual.” Tal vez una conexión imaginaria donde el movimiento puede realmente suceder, a pesar de todo.
Performances “en vivo” en Instagram fragmentos de coreografías “compartidas” en Facebook, o ediciones de festivales de danza celebrados en Zoom, son algunas de las prácticas que podemos ver ahora mismo en Internet. Todas implican, en más de un sentido, que el cuerpo está siendo documentado, registrado en un archivo online. Esto supone que la danza queda “suspendida” como lo hace un texto online. Una relación sintáctica se establece entre el cuerpo y el soporte mediático.
Así las cosas, en este momento particular de la historia, el movimiento se revela, después de más de tres décadas experimentando esta metamorfosis “virtual,” como un cuerpo sin fin, que no solo se manifiesta reproducido en el monitor de la computadora, sino también en la pantalla del dispositivo móvil.
Sin embargo, la danza nunca ha sido la gran protagonista de los medios de comunicación, sin embargo, su ausencia paulatina en el ecosistema mediático se ha venido presentando casi desde hace una década. La reducción de los cuerpos de cultura en la gran prensa, la fusión en una categoría de -cultura y espectáculo- en televisión, así como la creación de agendas informativas que se decantan por los eventos de grandes formatos, ha venido transformando no sólo las condiciones de producción, difusión y recepción del contenido relacionado con la danza contemporánea que ocurre en Venezuela, sino modificando la manera en la que se piensa y se escribe sobre esta, desplazando el lugar de la reseña, la crítica y la investigación de largo aliento, y trasladando las manifestaciones artísticas fuera del entorno de los propios individuos.
El arte es un ejercicio que forma parte natural de la praxis humana. La danza tiene retos y desafíos palpables: en primer lugar, necesitamos tomar posición del lado de los lectores/audiencia, articulándola y comprometiéndola en el ejercicio de la participación en la danza, eliminar o reducir las fronteras entre la danza y la industria, reconociendo sus contradicciones y fortalezas, mejorando la cantidad y la calidad de los contenidos en los medios de comunicación, acompañar los artistas en la producción, recepción y difusión de sus trabajos, haciendo redes que atraviesen cada individuo, que hagan que se extienda, crezca, a través de las relaciones con otros, y esa idea de otro también pasa por la ciudad y sus múltiples aproximaciones.
No es una exageración decir que nuestros cuerpos, nuestras dinámicas de socialización, nuestro lugar en el mundo, están hoy determinados por los medios de comunicación. Nuestra propia noción de experiencia está articulada mediáticamente. Sin embargo, incluso hoy, no hay actividad tecnológica capaz de obliterar la importancia del cuerpo como herramienta primigenia de recepción del mundo, donde la comunicación tiene lugar. No hay ninguna actividad que sea capaz de esquivar la presencia básica del cuerpo humano. Esta es la razón por la cual la danza se presenta como una práctica en la que el cuerpo se percibe no sólo como un medio para la experimentación, la redistribución de lo sensible, sino también para la comunicación y la conciencia de sí mismo, y en esos procesos, también del conocimiento del mundo y de la alteridad en general. En realidad, en el proceso de auto-conciencia, nuestro propio ser corporal es de alguna manera percibido como uno otro, contemplando múltiples capas de experiencia. La pantalla es, sí, una de ellas.
Celebremos la danza con la ilusión de volvernos a tocar.
Biografía
Es bailarina, intérprete, educadora de danza e investigador venezolana con sede en Brooklyn. Su investigación en danza se mueve entre la teoría y práctica, examinando la danza y el performance a través de su trabajo en el periodismo, estudios culturales y teoría social. Como educadora de danza, investigadora y académica, Vanessa presenta charlas y conferencias, y facilita talleres para fusionar teoría y práctica. Sus proyectos coreográficos se han presentado internacionalmente Caracas, Nueva York, Lima, Buenos Aires y Barcelona, Catalunya.
Vanessa tiene una extensa historia como bailarina y performer en Venezuela. En 2002, se convirtió en parte del elenco permanente de Taller de Danza de Caracas. En 2007, se unió a la Compañía Nacional de danza de su país, y colaboró con otros coreógrafos y bailarines en diferentes proyectos independientes en su ciudad natal, Caracas. Sus colaboraciones proyectos con Agente Libre, Siete Ocho Danza contemporánea, Luis Villasmil y Ana Elena Brito (Usuario); entre otros. Tiene su sede en Nueva York desde 2014 desde donde sigue colaborando con artistas escénicos y coreógrafos. Desde 2014 es bailarina y performer independiente para el en Museo de Arte Moderno de Nueva York, y ha participado en diferentes exposiciones de danza y performance que incluyen a Lygia Clark, James Lee Byars, David Lamelas, Yoko Ono y “Dance Constructions” de Simone Forti como parte de la exposición “Judson Dance Theatre: The Work Is Never Done”, entre otras.
Vanessa tiene estudios profesionales en danza de la Escuela Taller de Danza de Caracas, una licenciatura en medios de comunicación y periodismo de la Universidad Central de Venezuela, una maestría en medios de comunicación e investigación social de la Universidad Católica Andrés Bello, y una maestría en estudios de Performance de la Universidad de Nueva York. Recientemente Vanessa comenzó sus estudios de Doctorado en historia del arte, en la concentración Artes del espectáculo, en la Universidad de Barcelona.