En las primeras secuencias de la recién finalizada serie Castlevania de Netflix, el tiempo transcurre de manera lineal y a través, de un recorrido incómodo por espacios góticos revestidos de notoria crueldad. Pero los héroes Trevor (Richard Armitage) y Sypha (Alejandra Reynoso), ya no son los mismos.
De igual forma que la serie, han madurado, envejecido y perdido un poco en la larga travesía de casi cuatro años para llegar a su necesario final. La adaptación del clásico video de Konami, atravesó un largo trecho para encontrar su punto más alto. Pero también, una serie de problemas que convirtieron la que quizás es la versión más elegante de la historia de un videojuego jamás realizada, en un experimento conceptual complejo, extraño y en especial, con una peculiar personalidad que logró conservar hasta su última escena.
Por supuesto, la historia del hijo de un vampiro, un cazador de monstruos y una maga que atraviesan una larga narración pesimista, no es única ni mucho menos novedosa.
Pero el showrunner Warren Ellis (despedido del equipo de producción después de acusaciones de conducta inapropiada con menores), supo brindar un recorrido inquietante a la mitología del vampiro. También, aportó frescura, un giro retorcido y al final, una inquietante versión del miedo y de la pérdida que convirtieron a la serie en un objeto de culto para su considerable y fiel fanaticada.
Pero el final abre el compás a la gran pregunta. ¿Fue Castlevania el último experimento de Netflix sobre una historia compleja, de rango minoritario y tan extravagante como levantar polémicas? La serie, que sufrió el parón de producción de la pandemia, atravesó reescrituras y todo un escándalo en redes sociales debido al comportamiento de su creador, analiza la forma en que Netflix crea y reconstruye sus fenómenos de público. Y Castlevania, lo es, en toda su naturaleza de producción híbrida.
Finalizada el tronco central de la historia, al menos tres spin off esperan por guion y producción. ¿Cuáles son las intenciones de la plataforma con una narración que surge del video juego como una experiencia generacional? La respuesta podría comenzar por sus personajes, antes que por su historia.
En la oscuridad aguarda el miedo
En la primera secuencia del primer capítulo de la tercera temporada de la serie, Alucard/Adrien Tepes (con la voz de James Callis) deambula por la soledad desolada del castillo que heredó de sus padres y el bosque que le circunda. Tal vez, sea la mejor decisión del guion: el personaje es un hombre dividido entre dos naturalezas, que, en apariencia, parece haber escogido una de ellas para definirse a sí mismo. Radiante en belleza y una latente naturaleza secreta, el hijo de Drácula y su fallecida esposa va de un lado a otros entre las cenizas de lo que fue su vida familiar. Se trata de un magnífico, elegante y sofisticado prólogo que reflexiona sobre las sombras y las luces de un personaje que aún guarda una misteriosa ambigüedad.
Por supuesto Adrien Tepes es la encarnación más reciente del héroe trágico gótico, con toda su carga elusiva de sufrimiento emocional, componente erótico y un misterio a cuestas difícil de definir de inmediato. Esta criatura mitad vampiro y ser humano, encerrado en el castillo del padre que asesinó y convertido en un espectro de sus recuerdos, es parte de una tradición mucho más antigua sobre un tipo de iconografía que elabora un directo cuestionamiento sobre la naturaleza de lo monstruoso. Con su largo cabello rubio, esbelta figura y voz pausada, este vampiro que puede caminar a la luz del día, refleja la tradición narrativa de novelas góticas que proliferaron entre 1765 y 1820 y que después, resurgió durante la época victoriana (especialmente en la década de 1890) desde una revisión inteligente y profunda sobre la cualidad de lo sobrenatural. Para finales del siglo XVIII, la concepción sobre lo terrorífico y su contexto, tenía también un hilo que le vinculaba con lo hermoso. De la misma forma que las hadas medievales — de belleza tan extraordinaria que podía resultar espeluznante — los monstruos de una época obsesionada con lo enigmático, se ocultaban bajo la connotación de lo inexplicable como territorio desconocido. Híbridos en lucha entre el bien y el mal, que, además, sostenían una variable sobre la condición de lo moral. Para la rígida moral victoriana, lo hermoso era también una trampa abierta, en la que podía caerse con facilidad.
Claro está, que los símbolos góticos terminaron por subvertir la idea sobre qué consideramos atractivo o repulsivo, algo que el cine y la televisión actual sublima en toda una percepción sobre la identidad de lo macabro. Castlevania, con su condición de producto terciario de un Universo mayor y más complejo, trata de encontrar su identidad en medio de las obvias reminiscencias de un recorrido por el origen literario de sus metáforas. Con sus húmedas criptas, paisajes escarpados y castillos prohibidos , villanos satánicos, hombres locos, mujeres fatales y una larga colección de miradas sobre lo extraño, la serie es un serio intento de resumir una rica versión sobre el miedo y lo misterioso, a través del plástico medio del dibujo y el anime, algo que sorprende por su calidad y buen gusto.
Por otro lado, Trevor (Richard Armitage) y Sypha (Alejandra Reynoso) recorren los caminos mientras luchan contra los monstruos que la colosal y fallida venganza de Drácula dejó a su paso. Las historias del trío se han separado y de hecho, no parecen destinados a unirse de inmediato. Y quizás, es esa narración paralela de dos realidades distintas y una connotación mucho más profunda de los personajes, es lo que hace tan atractiva y brillante el argumento de la nueva temporada de la serie guionizada por Warren Ellis, que tiene la cualidad de redimensionar la mitología original (basada a su vez en la exitosa franquicia de juegos de vídeo de Konami) hasta convertirla en un poderoso recorrido entre la manipulación, el odio, los misterios de la magia, lo erótico, la soledad y el desarraigo. Todo, bajo el empaque de la habitual aventura de acción tan familiar para los fanáticos y más allá de eso, como una narración independiente de considerable solidez.
Las correrías de Belmont y Belnades, también tienen su inevitable carga de contenido gótico, semejante en planteamiento y sobre todo en estructura a los hilos argumentales imaginados por Horace Walpole. La narrativa gótica emergió como una fuerza dominante desde su inicio con Walpole hasta llegar a su máxima expresión en 1820 con Melmoth, el errabundo de Charles Robert Maturin. Warren Ellis, experto en crear subtramas complejos para sus personajes, pero además, recorrer la connotación sobre lo temible a través de sus dolores y temores, brinda a Sypha y al último hombre de una familia destinada a matar monstruos, una rara capacidad para resumir el poder y el influjo de lo macabro en la imaginación colectiva. Ambos, recorren los parajes en busca de criaturas — o directamente se topan con ellas — en un contexto muy semejante al de los vastos bosques oscuros de vegetación excesiva, las ruinas, los ambientes considerados exóticos para el inglés como España o Italia, los monasterios, los personajes y paisajes melancólicos, los lugares solitarios y espantosos que subrayan así los aspectos más grotescos que reflejan la inquietante sombra Junguiana desde una versión más comedida y sutil. Mientras en la anterior temporada, todos los esfuerzos estaban enfocados en la destrucción de Drácula, ahora la historia mueve su foco hacia la necesidad de brindar contexto a lo que parecen ser las futuras decisiones de sus personajes, una idea también profundamente gótica y retorcida.
Porque sin duda, lo que más sorprende de los nuevos episodios de Castlevania es su madurez, profundidad y el tono definitivamente adulto que la convierten en una propuesta que rebasa con holgura las limitadas fronteras de su identidad como producto de consumo masivo. Sin duda, se trata de Castlevania, el magnífico y brillante escenario de batallas épicas entre vampiros y hombres, pero también de una cuidada escenografía para meditar sobre filosofía, preguntas existenciales y sobre todo, la noción de lo eterno y la finitud como extremos de un único planteamiento sobre la vida. Sorprende como la historia de la serie se transformó de una gran y lujosa puesta en escena para adaptar una de los hitos de la cultura de videojuegos, para evolucionar hacia algo mucho más elaborado, complicado y sin duda, inquietante. Una historia llena de matices emocionales, pero también una en la que sus personajes deben recorrer sus penurias más intrincadas para encontrar respuestas a su identidad.
Muerte, vida y los enigmas entre ambas cosas.
Si las tres anteriores temporadas fueron un recorrido por la desgraciada y a menudo trágica caída en los Infiernos — y nunca mejor dicho — de Drácula y su único hijo, la cuarta está mucho más interesada en los sobrevivientes a la conflagración. Resulta singular la manera como el argumento desdeña la posibilidad de crear encuentros episodicos entre sus protagonistas y termina por crear arcos individuales que juntos, sostienen una narración tan rica como compleja, que además completa con buen pulso las intenciones de los primeros atisbos sobre sus historias privadas. De manera que mientras Alucard intenta lidiar con su pasado y con su naturaleza híbrida (y también con la soledad), sus antiguos compañeros de batalla crecen por separado y se transforman en un atractivo y eficaz dúo de batalla que, sin duda, es lo más relevante durante los primeros capítulos. Tanto Sypha como Trevor tienen identidades definidas, pero también se complementan unos a otros, lo que le permiten analizar y recorrer la concepción sobre su existencia, ya no como parte de una Guerra colosal a punto de desatarse sino como testigos de excepción de algo mucho más complicado de explicar y comprender. Con una evidente influencia en las obras de Thomas Parnell, Edward Young, Robert Blair y Thomas Gray — con sus reflexiones grandielocuentes sobre la muerte en medio de las más lóbregas de las localizaciones — la serie redimensiona la atracción hacia la muerte como recargada complacencia en el dolor.
Castlevania apuesta a los pequeños detalles como un engañoso señuelo para desarrollar todo tipo de hilos anecdóticos que tarde o temprano terminarán por hilar un tapiz cuidadoso de emociones, pensamientos e incluso, perspectivas filosóficas. Carmilla, la rubia vampira de violenta capacidad para el liderazgo y que realizó la jugada maestra en la temporada pasada, atraviesa en esta ocasión Europa para llegar a su hogar, en el cual le esperan un grupo de nuevos personajes que no sólo permiten profundizar en su origen, sino que crean un contexto adecuado para comprender el origen y la connotación de su fortaleza. Por su parte, los forjadores Isaac y Héctor recorren extremos distintos del espectro: mientras busca las herramientas para vengar la querida memoria de Drácula, el segundo va de un lado a otro como un rehén reducido a dolor y humillación. Entre ambas cosas, el mundo es un escenario tenso, a la espera que algo más inquietante y doloroso ocurra.
No obstante, el guión no se prodiga con facilidad y recorre con lentitud sus escenarios conocidos, exigiendo un poco más de paciencia de la usual a los espectadores: pero vale la pena el ritmo pausado, elocuente e inteligente que atraviesa no sólo la connotación sobre los monstruos humanos y seres humanos monstruosos, sino sostiene con habilidad algo más elaborado: una personalidad tan firme como poderosa. Castlevania es algo más que un producto terciario que homenajea a un producto más grande. Es de hecho, una adaptación que avanza con propio pie y toma todo tipo de retos para asombrar y desconcertar en su último tramo, quizás el momento en el cual es más evidente que nunca la intención de sus creadores por elaborar una épica formidable sobre el bien, el mal y la naturaleza del dolor espiritual, tanto en hombres como en las formidables criaturas que le acechan desde la oscuridad.
Lo erótico, la violencia sexual y al final, un ciclo oscuro.
Hasta ahora y quizás por sus pocos capítulos, Castlevania había llevado de manera un poco apresurada las relaciones emocionales y románticas de sus personajes. Casi de inmediato, el argumento brindaba unos cuantos indicios sobre la relación romántica y emocional entre Drácula y Lisa, la evidente atracción entre Trevor y Sypha, además de algunos indicios de la posible sexualidad de Alucard, cristalizado en la frialdad remota del vampiro gótico. Pero con diez capítulos a su disposición, en esta ocasión la serie se toma muchas molestias para explayarse en la intimidad de no sólo su trío protagonista, sino de las nuevas adiciones a su Universo. Y es algo de agradecer: el tono macabro, pero levemente ligero de las anteriores temporadas, se convierten en un recorrido inquietante y doloroso por situaciones que lejos de intentar crear una simple historia de acción con raíces mitológicas, logran sostener algo más elaborado y elocuente. La decisión de mostrar el amor físico entre sus personajes — y también, la sutil manipulación que sufren algunos, así como elementos de directa violencia sexual — no sólo enriquece la historia, sino que además, la dota de una persistente condición de gran y relevante recorrido por lo humano y lo sobrenatural, en medio de dolorosas consideraciones sobre las heridas emocionales abiertas y los horrores que pueden guardar los secretos que se llevan a cuestas.
Sin duda, se trata de una referencia que remite a la caracterización gótica, especialmente la polarización del bien y el mal en una doncella y un villano, algo que Adrien Tepes y la larga sucesión de desgracias que acaecen en su vida, muestran en toda su dolorosa alegoría. Warren Ellis, famoso por sus despliegues de gore y violencia, tomó la acertada decisión de enfrentar a uno de los iconos de la saga de videojuegos, no sólo con las preguntas sobre su sexualidad, sino también con un tipo de horror íntimo que desconcierta por su dureza. Con una naturaleza emocional heredada de Clarissa Harlowe, la virgen atormentada, y de Robert Lovelace, el malvado violador, lo que ocurre en el castillo de Drácula es la quintaesencia del drama gótico sublimado a un nivel de crueldad, que abre camino hacia algo más doloroso: la transformación del héroe trágico en el futuro villano.
Resulta deslumbrante la forma como el guion construye todo un recorrido hacia la oscuridad de Alucard, hasta entonces un personaje que dependía casi por completo de la sombra de su padre — tal y como su nombre lo indica — y que en esta oportunidad, se convierte en una criatura construida en el fuego de un tipo de sufrimiento violento que desconcierta por su dureza y la manera cruda de mostrarlo. La serie toma la audaz determinación de mostrar un punto de ruptura definitivo en la vida del hijo de Drácula y lo hace, con una de las escenas más duras y despiadadas en una historia que hasta ahora, se destacó por la sobriedad de su tono y ritmo.
Claro está, el hecho que la línea argumental de Alucard se rompa para abrir paso a lo que sin duda será una transformación completa del personaje, no hace más que allanar el terreno para algo más duro de asumir: El hijo de Lisa murió para dejar paso al monstruo a semejanza de su Padre. La luz y la oscuridad que por tanto tiempo se mantuvieron en un delicado y peligroso equilibrio en Alucard — tan hermoso como letal — parece haberse inclinado por fin hacia un espacio específico. Y es justamente la sensación que este vampiro — hasta ahora casi frágil en su frialdad y distancia emocional — es una promesa a punto de cumplirse: ¿Se convertirá en Alucard en todo lo que su padre no pudo ser? Dotado con la inteligencia de su madre, todos los talentos de la naturaleza monstruosa de Drácula y además, con los conocimientos de los Belmont, Alucard podría ser no sólo un némesis formidable sino quizás, la criatura más intrigante en toda la densa trama de la historia de la serie.
Otro tanto ocurre con Héctor, que luego de sobrevivir a duras penas a Carmilla, debe enfrentarse al reverso más radiante de la naturaleza vampírica: el seductor. Para el forjador de criaturas, se trata de un recorrido desde la deshumanización hacia algo más inquietante: el encuentro de las últimas rastras de humanidad en medio de una relación ambigua y misteriosa que al final, tendrá un final de extraordinaria belleza cruel, que cierra el primer ciclo de Héctor para llevarle directamente a una nueva y por ahora, desconocida historia.
Para Trevor, hombre fuerte y de pocas palabras, la temporada cuatro es todo un recorrido a su vulnerabilidad interior: no sólo encuentra un reflejo de sus sentimientos — incluso en mitad de un extraño juego de poder de enorme ternura y humor — sino también, de su individualidad. Despojado de su propósito, libre por el momento del peso de su apellido y además, con una mujer “loca” a su lado — aunque Shypa sonríe con ternura al escucharle llamarle de esa forma — el personaje gana en peso, en humanidad pero sobre todo, en su misteriosa cualidad para comprenderse como un sobreviviente a una larga y complicada estirpe que se enlaza con el misterio de forma directa. Cuando llega el momento de luchar, Trevor lo hará, pero mientras tanto, es también un hombre que susurra en voz baja sobre su aprecio a los gatos, que bromea entre dientes e incluso tiene tiempo para una nueva pelea.
Al otro extremo, la madurez llega para Sypha llega al ser finalmente, una nómada desvinculada de su clan y el grupo de quien hereda conocimientos y nombres. Ahora es sólo Sypha, curiosa y cada vez más poderosa, convencida de la necesidad de luchar por el bien y sin duda, la mente más audaz y brillante de la narración. Es Sypha la que lleva a cuestas la convicción de la bondad y la necesidad de crear el bien, a medida que se suceden todo tipo de situaciones misteriosas a su alrededor. Además, el amor también llegó para ella pero en lugar de ensombrecer o diluir su brillo en una relación que pudiera definir su entereza, la hace incluso más firme y sin duda, elocuente en su necesidad de expresar ideas y convicciones. Es Sypha y sólo Sypha la gran memoria de una serie en la que los recuerdos y el conocimiento lo son todo.
El nuevo territorio que atraviesa Castlevania en su cuarta temporada es peligroso y resbaladizo, muy cerca de desplomarse en riesgos que contados con menos sutileza e inteligencia, podrían resultar innecesarios. Desde la manipulación, los matrimonios mágicos, una cruda alegoría al abuso sexual y también, una mirada hacia un futuro que se sostiene sobre la posibilidad de crear algo más valioso que un homenaje a un fenómeno pop, Castlevania encuentra en sus nuevos capítulos lo que pocas adaptaciones llegan a alcanzar: su propio lugar como gran triunfo de imaginación y profunda capacidad para narrar una buena historia.
De grandes ausencias y las pequeñas grietas:
Drácula y su venganza contra el mundo, unió a todos los personajes de Castlevania en sus tres temporadas pasadas, por lo que en esta ocasión su misma ausencia hace necesario separarles. De modo que el argumento funciona en cuatro bloques generales, que de manera muy notoria, reflexionan sobre la posibilidad de crear y construir el terreno para lo que presumiblemente podría ser una gran confrontación futura.
Lo anterior claro, resulta un poco desconcertante: cuando se estrenó la primera y aclamada temporada de la serie en el 2017, Warren Ellis aseguró que lo más probable es que la serie sólo tuviera un par de temporadas, ambas destinadas a resolver el conflicto central que involucraba a Drácula y su vendetta contra el mundo del hombre y la forma en que su hijo, Alucard, intentaba enfrentarsele. De modo que la decisión de una tercera aventura resultó sorprendente y llegó a especularse sobre qué podría narrar una historia en la que su personaje principal no sólo fue asesinado, sino además, sus enemigos resultaron de alguna forma atomizados por su propia avaricia. Además, como si eso no fuera suficiente, el trío central alcanzó una plácida madurez narrativa: mientras Trevor abrazaba finalmente su herencia Belmont (legándola a Adrien Tepes en una rarísima metáfora sobre la fusión del mundo de lo sobrenatural y lo humano), Sypha se apartaba de los suyos para encontrar su propio camino y Alucard se liberaba finalmente del dolor en una desgarradora escena de expiación y culpa. Tal parecía que no había mucho que decir, mientras el riesgo de la Guerra entre humanos y vampiros era latente pero no especialmente cercano y el guion insinuaba un indeterminado período de tranquilidad.
Desde sus comienzos, el gótico se impuso en Castlevania como sentimientos prohibidos y caos sobrenatural. Deleitándose en lo maligno sobrenatural, la serie trató de subvertir las normas del racionalismo y del autocontrol apelando a la eterna necesidad humana de elementos inhumanos, una necesidad no satisfecha por el sensato y decoroso arte de la Edad de la Razón. El argumento abrió la puerta a un universo alternativo de terror, de confusión psíquica y social cuya mera existencia había sido negada por el sistema de valores neoclásico. Esplendor en ruinas, hermoso caos, atractiva decadencia, espectáculo espantoso y extravagancia sobrenatural se convirtieron en los rasgos definitorios de una nueva estética gótica que tenía en el alivio de la inanición emocional su meta artística. El recinto fatal, metáfora central de toda la ficción gótica, sirvió al objetivo implícito del gótico como una respuesta a la inseguridad política y religiosa de una época agitada.
En la cuarta temporada de Castlevania, cada recurso esta estratégicamente situado para intensificar la atmósfera de miedo, extrañeza, impotencia y peligro sobrenatural. Fue vital para el éxito del programa esa percepción del pesimismo en busca del bien. Para su final, en la que todos los personajes encuentran su lugar en el mundo (incluso, los en apariencia ausentes) la mirada del bien y del mal llega a un nuevo nivel, un leitmotiv de enorme dureza y por última, la tierna percepción de la esperanza que renace, a pesar de todo. Lo que empezó como la aventura de tres personajes estereotípicos, terminó como una gran mirada filosófica al mito en la cultura pop. Quizás, su gran fortaleza.