El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, aparentemente acabó por admitir que la pandemia de coronavirus, que causa estragos en el país, es más grave que una “gripecita”: en los últimos días se lo vio con tapabocas, encargó millones de vacunas y cambió a su ministro de Salud.
Sin embargo, los observadores descartan un cambio radical de postura del mandatario, que sigue oponiéndose a las medidas de confinamiento exigidas por científicos para controlar la enfermedad, que ya dejó cerca de 280.000 muertos en el país.
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“No veo ningún cambio definitivo. Es más que nada una retirada estratégica bajo presión de otros sectores del gobierno, probablemente de los militares, de legisladores y de gobernadores que lo apoyan”, dijo el politólogo Geraldo Monteiro, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj).
La presión se acentuó la semana pasada tras la anulación de las condenas que inhabilitaban políticamente al expresidente Lula, abriendo la perspectiva de un duelo de pesos pesados en las elecciones de 2022.
El líder de izquierda, de 75 años, se hizo vacunar y en su primer discurso público después de ese fallo, instó a sus compatriotas a hacerlo y criticó la gestión “imbécil” de la pandemia por parte del gobierno.
Un manejo desaprobado por el 61% de los brasileños, según un sondeo reciente.
“A esta altura, la esperanza de que el gobierno cambie de rumbo reside en la presión electoral, la única que mueve a Bolsonaro”, escribió este martes el diario O Estado de São Paulo en un editorial.
AFP