Los militares que custodian y administran los bolipuertos del país deben ver mucha televisión, mucho Netflix, mucho Natgeo en sesiones continuadas de desvelo.
De otro modo no se explica que quieran hacer una parodia, chapucera y de bajo presupuesto, del programa Alerta Aeropuerto en la terminal de Maiquetía, donde tuve que salir por trabajo en días recientes, con destino a México para cumplir con una pauta de grabación.
En cinco puntos, relataré la carrera de obstáculos que me tocó sortear para cruzar la meta de poder sentarme en el avión.
LEA TAMBIÉN | La cultura del feminicidio en Venezuela
- La primera imagen que me viene a la mente es la de un cuartel, la de una extensión del Fuerte Tiuna, la de un camino a Guantánamo, la de un estado de sitio. No más bajar del taxi, ingresas al primer puesto de control anticovid, en el que unos efectivos embutidos de un uniforme blanco, de película pandémica y radioactiva, te esterilizan las maletas con un líquido. El parapeto mete la coba, pero se desarma a escasos metros, cuando, pasado el umbral, caes en la primera cola de muchas, que te pone paranoico por la incapacidad de la gente de conservar la distancia social. Se te acercan personas a cada rato a preguntar, una chica pasa con una motico vigilando mientras toma café, dos azafatas conversan y se hacen la visita al lado tuyo. El covid se deja colar en el aire, sin olvidar que los vendedores de cualquier cosa, piden desde pesarte la maleta hasta forrártela de plástico por cinco dólares.
- Después de cuarenta minutos de espera en un ambiente ministerial de arepera o de oficina del Saime, eres llamado por la compañía del vuelo para despachar la maleta e imprimirte los boletos. Pero antes, hay un nuevo filtro con dos guardias que te revisan el pasaporte con cara de sospechoso, de culpable. Una de las constantes del recorrido es hacerte sentir mal o disminuido por viajar, hacerte sentir incómodo u objeto de un escrutinio policial, como de la Stasi de la Alemania Oriental, como del filme “Argo” a merced de los agentes del régimen islámico.
- Luego la situación puede empeorar, dependiendo del caso, al momento de aproximarte al tercer filtro: un procedimiento de rutina del grupo de antinarcóticos que chequea las maletas por escáner. Como cargaba con un paquete de galletas Susy, apartaron mi valija, la abrieron delante de mí y buscaron ahí algún indicio, alguna prueba de los crímenes que no he cometido. Igual ocurrió con un muchacho, por estar solo como yo, al que lo cachearon, lo irrespetaron con la palabra, dudando de su historia, lo sometieron al veredicto de la máquina de rayos X. El pana no tenía nada encima, y de forma random lo sometieron a un proceso traumático.
- En efecto, mi estrés iba creciendo en cada lugar de inspección. Antes de enfrentar la cabina de la aduana, te vuelven a detener una vez más para revisar tu ticket. Algo súper incoherente, porque genera más tráfico y embotellamiento del que saca partida el coronavirus para contagiarse y mutar. En el medio, agrega el check point de los bultos de mano y el gusanito previo al sello del pasaporte. Un señor boliviano tenía el pasaporte vencido en la cola de la aduana, me lo encontré en del Duty Free, le pregunté y me dijo que había pagado una mordida para pasar. Intuyo que tanto alarde de control y seguridad, es como el sistema de las alcabalas, diseñado para alentar la operación matraca, a fin de mantener felices a los efectivos y funcionarios de la burocracia.
- Por último, formas la respectiva cola de abordaje, separada entre hombres y mujeres. Te vuelven a cachear, te vuelven a revisar los maletines de mano, por si acaso compraste no sé qué en el Duty Free. Ya dentro del avión, lo que falta es que venga la sorpresa de una inspección final. Respiro que estoy en mi asiento, aunque con un disgusto mayor por ser criminalizado por viajar. Por aquí mismo en Maiquetía, pasaron aviones y vuelos que detuvieron en el extranjero, por encubrir cargamentos absurdos de droga que no caben en una valija. De modo que uno paga los platos rotos, uno es el chivo expiatorio, a uno es al que tratan y destratan como si fuese un capo, un Pablo Escobar.
Enorme la doble moral que encierra Alerta Aeropuerto Maiquetía.
Por Sergio Monsalve Director Editorial de Globomiami