Hoy Luis Alberto Lamata estrenará la miniserie “madurista” dedicada a la Batalla de Carabobo, en una suerte de mitin de campaña cultural, para el lucimiento de la nomenclatura estalinista, de cara a las elecciones de noviembre.
Será un evento con código de vestuario, alfombra roja y demás posverdades.
Una gala VIP de la boliburguesía del cine, donde el arte querrá limpiar la sangre derramada en los campos de batalla de la miseria, la inseguridad, la corrupción de estado y el parte de guerra diario del Covid 19.
En efecto, la lista de caídos por coronavirus en la patria, es enorme.
Pero si el régimen pierde la batalla con la pandemia, juega a ganarla en el terreno de la virtualidad, la pantalla y el derroche de recursos en propaganda.
Ahí Luis Alberto Lamata viene a ocupar el papel del último artista glorificado por el sistema de medios de la dictadura, donde ahora lo veneran como “el maestro del cine venezolano”. A las ocho de la noche pasarán el primer episodio de su mamotreto por VTV.
En adelante hablaremos de cómo hizo para mantenerse activo desde la cuarta república hasta la decadencia de la tiranía, sin inmutarse o ser objetor de conciencia, pasando de la independencia a la plena cohabitación pragmática con la usurpación.
Él es historiador y en cada entrevista reciente menciona el valor de la memoria, para la reconstrucción audiovisual de la identidad del pueblo.
Un típico relato de la demagogia progresista.
En verdad el cineasta sufre de amnesia selectiva, olvidando sus orígenes y las luchas de sus colegas, gustoso de acaparar la renta pública en aras de monopolizar la producción local.
Por tanto, refrescaremos sus antecedentes a la luz de la conmemoración dispendiosa del 24 de junio.
Luis Alberto Lamata surge en las postrimerías del primer boom del cine venezolano, bajo la sombra de la explotación intelectual de la renta petrolera.
Como los demás miembros de su generación, pudo crecer en una cultura privilegiada de acceso a los subsidios, dentro de un modelo de civilidad democrática. Cualquier interesado sometía su proyecto a concurso y recibía una especie de crédito blando, por parte de las administraciones de los adecos y copeyanos.
Por supuesto, obtener la beca suponía una mezcla de factores, entre el mérito y la diplomacia de guante blanco.
Desde entonces, Luis Alberto fue hábil para conseguir respaldo institucional.
Así lo entendemos por su propia voz en una entrevista concedida para Pablo Abraham y Carmen Luisa Cisneros de la revista “Encuadre”, a propósito del lanzamiento de su laureada ópera prima “Jericó”, una auténtica joya, posiblemente su pico más alto, jamás vuelto a alcanzar por el autor.
¿Cuál fue el presupuesto para la película?
—El presupuesto inicial que nosotros tuvimos apenas si rozaba los cinco millones de bolívares y ese presupuesto para aquel momento era holgado. Foncine me dio entonces dos millones y el resto había logrado reunirlo, pero inmediatamente los costos comenzaron a subir y el costo actual de la película es de diez millones. Ese costo es muy relativo porque corresponde a un rodaje hecho hace 2 años, pero hoy una película como esta no se hace con menos de veinte millones de bolívares. De esos diez millones, Foncine me dio tres.
En aquella época, los críticos vivían de su trabajo, en una revista insigne como “Encuadre”. De hecho, serían Carmen Luisa y Pablo quienes me permitirían publicar por primera vez en “Encuadre”, en 1997, recibiendo mi primer sueldo.
Luego el chavismo mató a “Encuadre”, pues nunca aceptó su línea editorial de cuestionamiento y disidencia, de análisis y monitoreo de los contenidos.
A “Encuadre” la silenciaron, censuraron y destruyeron como al MAC, la Biblioteca Nacional, la Cinemateca y pare usted de contar. Muchos perdieron el empleo por negarse a colaborar. Otros salieron por la frontera, obligados a reinventarse en oficios diferentes. Algunos seguimos resistiendo.
Lamentablemente, lo críticos también contamos con víctimas letales del Covid 19 y de enfermedades erradicadas que regresaron, como el querido José Ángel “Toti” Casanova, emprendedor, director de festivales y dueño de una de las firmas más solicitadas en el portal “El Estímulo”. Paz a su restos.
Mientras el régimen deja morir de mengua a los críticos y cineastas de oposición, Luis Alberto Lamata se erige en el caudillo, en el único beneficiario a la vista de la Villa del Cine, grabando “Caminos de libertad” por todo lo alto, con un cheque en blanco. Tranquilamente al resguardo de la opacidad y la desinformación. En secreto. Porque nuestros directores se acostumbraron a vivir en burbujas doradas, donde no rinden cuentas a nadie, a nombre de las musas y de su síndrome del impostor, de creerse los redentores de la estética de Orson Welles.
De vuelta al pasado, Luis Alberto tiene la oportunidad de debutar, gracias a las condiciones de la etapa industrial de Carlos Andrés Pérez II, en su fase de crisis, tras el colapso del Caracazo.
Después del 27 de febrero, y todavía contándose los números de las víctimas, el show de los realizadores debe continuar, permitiendo la creación e irrupción de “Jericó”, la flamante ópera prima de Luis Alberto Lamata, favorecida por los subsidios de FONCINE. El presupuesto se completa con la gestión del director, al emplearse en los canales privados, como ilustrador y narrador de telenovelas cursis.
El crítico Ricardo Azuaga nos recuerda el origen de Foncine:
El 19 de octubre de 1981 el presidente Luis Herrera Campins firma el documento de creación del Fondo de Fomento Cinematográfico (FONCINE): una asociación civil sin fines de lucro adscrita al Ministerio de Fomento, en la que participaban representantes del Estado, la empresa privada, los gremios cinematográficos, asociaciones de espectadores y las universidades nacionales, entre otros, para financiar la realización de películas venezolanas.
La organización y las normativas originales de FONCINE garantizaban su carácter democrático, no partidista y descentralizador. Precisamente fueron esas normativas las que mantuvieron en el organismo que lo sucedió, el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, esa apertura en la selección de los proyectos a financiar y en la distribución de los fondos provenientes tanto de entes públicos como privados. Los intereses personales y económicos de algunos grupos pudieron desvirtuar esos principios hacia finales de los años ochenta, pero no lograron hacerlos desaparecer. Tan sólidos eran que, apenas en 2019, se logró, a través de una intervención abiertamente partidista, arruinar económicamente lo que quedaba del CNAC y bloquear de manera definitiva la opción de la diversidad temática y conceptual, así como de libertad de creación, que estuvieron garantizadas por casi cuatro décadas.
El CNAC fue tomado por la dictadura, fundido y convertido en un cascarón vacío, en un ente de censura fáctica de contenidos, cacerías de brujas y listas negras. No olviden los casos de “El Inca” e “Infección”, largometrajes vetados y condenados por el régimen.
Luis Alberto Lamata nunca se pronunció al respecto. Con su silencio aprobó. De igual modo, Carlos Azpurúa, el nuevo presidente de una CNAC fantasmal e irrelevante, cuya autonomía fue cancelada por el comunismo caviar.
Después de décadas de luchas gremiales, de batallas campales por los derechos de los cineastas, Luis Alberto y Carlos renunciaron a la denuncia, decidiendo reinar sobre las cenizas de la industria nacional.
Luis Alberto Lamata puede ser el “maestro del cine venezolano”, para el Ministro y los programas de Telesur, porque filma unos libros de texto inofensivos y panfletarios, al colmo de lo ridículo, como “Bolívar, el Hombre de las Dificultades”, exceptuando “Taita Boves”, el único filme decente de la era chavista de Lamata. De resto puro barroquismo, puro kitsch arcaico como cobertor de la depresión económica.
“Caminos de Libertad”, a contrapelo de su título, le sirve a la dictadura para promocionarse en Venezuela y el mundo, como un país con historia, como un país de cultura y héroes a caballo. Un clásico ejercicio de encubrimiento y distracción de la atención. Un embrujo, un embeleco del estado mágico en su clímax distópico.
En la noche veremos “Caminos de Libertad”, la padeceremos como reflejo del apocalipsis now del régimen. Solo podemos prometerles una crítica a la altura de su dislate, de su solemnidad impostada, de su despropósito conceptual, fuera de contexto.
En cuanto a Luis Alberto Lamata no espero demasiado. Apenas que recupere el sentido de la empatía por quienes sufren las torturas y la inclemencias de la dictadura.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.
Tenía tiempo que no veía un Articulo tan mediocre, al parecer no habla sobre la obra fílmica, sino de los prejuicios que empañan una obra de arte.
nuevamente mis felicitaciones. en escinetv trabajamos con las uñas para formar profesionales, ni los profesores ni el personal a menudo tenemos recursos suficientes para ir al abastos o poner gasolina, y los enchufados a veces nos lanzan alguna migaja. Gracias por plasmar la frustración de quienes no somos beneficiarios del oprobio.