Según su página web, la UNESCO es una organización de la Naciones Unidas, para la educación, la Ciencia y la Cultura, cuya misión es construir la paz en la mente de los hombres y las mujeres.
Faltó decir: en la mente de los hombres y las mujeres progres, considerando su apoyo a causas de la izquierda como Greta Thunberg y los diversos movimientos indigenistas de la región. Les encanta un “un buen salvaje”, pero sobre todo “un buen revolucionario”, como diría Don Carlos Rangel.
En efecto, el tema viene a cuento, a propósito del apoyo de la UNESCO a un redomado constructor de la violencia, de la misoginia, de la purga de hombres y mujeres, de la cacería de brujas, del patriotismo y la muerte de disidentes, de la condena a homosexuales, de los fusilamientos y asesinatos sumarios.
Nos referimos al mito de Ernesto “Che Guevara”, el producto, la marca más tóxica generada en los laboratorios de inteligencia de la llamada “contracultura como negocio”.
Encabezamos el artículo con una foto del famoso libro, “Rebelarse vende”, para ilustrar el punto de la columna de hoy, así como para recomendar la lectura de un texto de referencia, donde se nos explica el origen de la manufacturación de logos concienciados y comunistas, al servicio de intereses corporativos y políticos en el mundo.
De tal modo, el socialismo hipócrita encuentra en su némesis, el capitalismo, a un aliado, a un caballo de Troya, que le funciona como plataforma de lanzamiento de sus imágenes publicitarias de la guerrilla, ofreciendo un mercado de exhibición y lucimiento de genocidas y matones seriales como Fidel Castro, Che Guevara, Mao y hasta el colmo del propio Stalin, estampados en camisetas que luego usarán los líderes de “las protestas” a lo largo y ancho de la región latinoamericana, con el fin de azuzar el caos y provocar el conflicto dentro de nuestros países, tal como ocurre con Colombia, Perú y Chile, víctimas de un manual de propaganda que en Venezuela hemos leído y hemos sufrido al extremo de padecer sus consecuencias letales.
El formato es el mismo desde la era de los barbudos, incluso antes con la transmisión de los efectos mediáticos de la romantización de la insurrección de Octubre en Rusia, para echar el cuento corto, pues los antecedentes pican y se extienden durante el apogeo de la revolución francesa y los procesos de independencia colonial.
Fue entonces y después que el poder labró y cinceló, como lo enseñaron Pino Iturrieta y Carrera Damas en Venezuela, un tabernáculo de héroes a caballo, con charreteras, patillas, barbas, frases hechas, consignas sentimentales como de discurso del Che en la ONU, y el diseño de narrativas binarias que derivaron de las predicas mesiánicas de las teologías de la liberación, de la masonería con sus símbolos, de los altares laicos que sustituyeron a los templos religiosos con una galería de nuevos próceres intocables que adornan plazas, fechas feriadas y zonas de control militar, como la horrenda arquitectura del urbanismo fascista y kistch de los próceres.
Por eso no me retrato ahí, muchachos, no me tomo fotos con estatuas de soldados que libraron guerras a muerte, unas escabechinas espantosas que respondieron a un contexto que no es el mío, inculcando el falso mensaje de glorificar a los señores de las armas, por encima de los civiles.
De ahí que sea uno de los relatos instalados en el inconsciente colectivo de países como Venezuela, estimulando la idea de esperar siempre por el sustituto de ocasión, por el redentor del pueblo que nos salvará de la opresión y de la crisis del momento.
Semejante distorsión arquetipal condujo a la catastrófica elevación de Hugo Rafael, a través de un sistema electoral y democrático, ya menguado y vulnerado, atacado y golpeado, sometido por las contradicciones que no lograron evitar la consagración del presidencialismo eterno de la peste del siglo XXI.
Hugo y sus lacayos hablaban en nombre del Che Guevara, como si fuese su mentor a distancia, saqueando una estética que le impusieron al Teniente Coronel desde las oficinas burocráticas y grises de la inteligencia cubana.
El cuento de campaña no era suyo, sino de Fidel y los Castro en su pretensión de conquistar Venezuela, tal como lo venían planificado desde la época de los sesenta ante Rómulo Betancourt, que los echó a patadas del país.
Pero las décadas siguientes fueron laxas, los intelectuales compraron el relato importado y comenzó su edificación religiosa en películas, novelas, programas de televisión y universidades enamoradas de sus clases sobre la espada de Bolívar que corre por América Latina.
Comentario aparte, en Venezuela prendió el éxito de taquilla de “Avengers”, la película más vista, porque evoca el drama y la epopeya que se inculca en los salones de los colegios, la hazaña de unos Vengadores que enfrentarán a la amenaza extranjera y la erradicarán en el equivalente de una Batalla de Carabobo, llorando por los caídos y pegando los gritos que emulan las parodias que filma Luis Alberto Lamata dedicadas al pasado de la gesta de independencia.
Salvando las distancias, y aunque resulte molesto, Marvel sabe que su mercado es el mismo que el del Che y la contracultura como negocio, es decir, traficar esperanza a costa de unos héroes que se alimentan de las carencias de las masas, de los deseos de protección frente a los abismos del milenio.
Los héroes traen consuelo a una generación de chicos y chicas de cristal, que permanecerán así, por el bien de los dueños de la contracultura como negocio.
Ellos los prefieren hipersensibles a cualquier cosa que no altere el orden real, preocupados por correcciones políticas y costumbres de beatas que no van al fondo, que imaginan acabar con la desigualdad, echando mano de eufemismos y banderas de integración absolutamente inofensivas.
Con sus franelas del Che Guevara predicarán la paz, la comunión y la democracia, mientras la izquierda guevarista reprime en Cuba y Venezuela a los disidentes.
Escritores publicarán sus próximas biografías del Che Guevara, silenciando sus horrores y errores, explotando el dólar lefty de un comercio de barajitas, que favorece la perpetuación de bullys como Mario Silvia.
La “guevarización” del planeta es un proyecto nada ingenuo y casual. Lleva décadas perfeccionándose con la meta de alcanzar la uniformidad del pensamiento, buscando la conquista de un poder omnímodo.
Para tomar acciones concretas, debemos criticar, desactivar y superar el mito guevarista.
Podemos empezar desde casa, despertando a nuestros hijos y enseñándoles a crecer con el conocimiento de la película completa, aquella que no se conforma con los videos de la UNESCO, sino que arma el rompecabezas del verdadero objetivo que persigue el culto a la personalidad de figuras como el Che.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.