Dos generaciones enfrentadas. Una, la mayor y conocedora del deporte, pagó para ver a Floyd partirle la cara y noquear al arrogante “Youtuber” que lo desafió a ocho asaltos.
Otra, millenial y feliz de su ignorancia respecto a las leyendas del ring, garantizó la rentabilidad del negocio, esperando disfrutar del sueño consumado de su ídolo con pies de barro en el cuadrilátero.
Ambos sectores demográficos fueron escasamente complacidos y retribuidos por uno de los espectáculos más planos y sonsos de la historia reciente de la televisión prepagada.
Un show donde apenas ganó el dinero invertido en una no pelea, sin decisión e impacto, como para no ofender a nadie, ofreciendo el equivalente descafeinado de una fantasía de video juego o de película al estilo “What If” de “Rocky contra Drago”, “Cobra Kai” y pare usted de contar relatos de la posverdad populista.
Por la plata, Mayweather perdonó a Logan Paul, porque lo entiende como su última gallina de los huevos de oro. A él y a su hermano, especies de atracciones de feria, de influencers vende humo del coaching, quienes en realidad poco o nada aportan al desarrollo del boxeo, en la peor etapa de su historia, justamente cuando caen sus índices de rating por el ascenso de una audiencia hipersensible, atada a la lógica victimista de la cancelación y la inclusividad.
El boxeo ha perdido rating, entre varios factores, por la escasa pegada que tiene sobre los chicos que consumen las narrativas virales de “Avengers” y “Got”, paradójicamente interpretadas por “White dudes”, dentro de un melting pot de razas y minorías embellecidas.
Así pues, el simulacro de anoche comparte el espejismo de una promesa blanca del boxeo, con la imagen de un “Capitán América”, más tipo Steve Rogers que Falcon.
Si atendemos a las cuestiones de estética, el mercado ha encontrado en Logan a un perfecto argumento de venta para el target de los “dudes wasp”, así como para el nicho de las fanaticadas surgidas al calor de los mantras de las redes, donde anidan los representantes de la nueva era del “hazlo tu mismo”, del emprendimiento, del entusiasmo, del engagement, del mito de la redención a través del fitness y el body bulding, ante el colapso y la crisis sistémica del mundo, por efecto del estallido de las burbujas, a consecuencia del melodrama Covid.
Ahí nacen y procrean los proyectos de una demagogia influencer, que explota los deseos y las aspiraciones de una demanda cuativa, fácil de engatusar con versitos de autoyuda.
Es lo que propone Logan Paul como líder evangélico del “Posboxeo”, enfrentando a los campeones del ayer, bajo estrictos pactos de no agresión, con el propósito de repetir la experiencia hasta el infinito.
De ahí que haya caído derrotado en su única riña “oficial”.
Más allá de teorías y opiniones, hablaremos rápidamente del “estilo” de Logan Paul, consistente en posar de chico rudo con la guardia alta, caminando torpemente como un Stallone en fase de entrenamiento.
No se ofendan, pero el primer Silvester no era precisamente elegante, su papel le demandaba tosquedad, para encarnar a un boxeador que descubría un ritmo y una destreza, después de pulirse en los gimnasios y en las malas calles.
Antes de Logan, vimos varias peleas de gente más preparada y real que Paul, incluso la de un venezolano que sí sufrió castigo real, pues su carrera no es un proyecto de laboratorio de un par de publicistas de sí mismos, sino un asunto serio en el que se juegan la vida y la muerte.
Al venezolano lo molieron a golpes, como ejemplo de lo que hemos normalizado en el país, durante el siglo XXI. El medio nos acostumbró a naturalizar la derrota y elaborarla con cinismo o el romanticismo nacionalista de la vinotinto, sufriendo reveses con sabor a victoria.
Pero es lo que hay, lo que no necesita camuflaje y disfraz, el testimonio de un chico de Maracaibo que lo intenta, pero que cae producto de sus debilidades congénitas ante el rival de peso, que lo supera en recursos de preparación y formación.
Nuestra historia del pugilismo contiene hitos ganadores de coronas y medallas, pero es una historia de sangre y dolor, de búsqueda de superar la miseria y la pobreza, a punta de golpes. Una historia que no es cool para empaquetar en la actualidad de Logan.
Durante la faena, Paul lanzó una lluvia estéril de brazadas y manotazos, que no alcanzaban a conmover la estatura del campeón, hábil en defenderse ajustando la proximidad del oponente.
Era como ver a un León tirando sus garras, desordenadamente, para atrapar a una avispa que lo picaba puntualmente, reservándose el veneno de su aguijón, para futuras danzas con el rey de la selva de los hashtags y las trends.
Por eso los memes fueron mejores que la pelea, siempre y mil veces.
Claro que Logan está en perfectas condiciones físicas, refrendando su pasantía discreta por el fútbol americano.
Sin embargo, le falta la gracia y la letalidad que requiere un boxeador, para sobrevivir y conquistar coronas, más allá de la exhibición y de la cara bonita.
Por su parte, Mayweather se limitó a escenificar su rol, de intercambiar golpes y surfear los rounds, dando legitimidad a la operación comercial del circo, al que le afectó su mala organización.
El dinero no se invirtió en cubrir del agua de lluvia, a los que pagaron por asientos preferenciales, imprimiendo en pleno evento unas postales improvisadas como de una pelea en África, en la Zaire de Mobutu, en un coliseo de un país del tercer mundo, que montó la carpa, olvidando las contingencias del tiempo y el peligro que la tormenta opacara el Festival, inundándolo por el accidente de una serie de resbalones como de “Loco video Loco”.
Total que Mayweather fue tan dosificado, discreto y gris como en sus últimas presentaciones, privándonos de la oportunidad de asestarle la estocada al toro desbocado de Youtube, a efecto de preservarlo como botín para próximas secuelas y revanchas.
Esto fue un abreboca de lo que vendrá, un largo prewiev, un tráiler de una franquicia que asegura, al menos, dos futuras peleas con los hermanos Paul. Los equivalentes de Bad Bunny para la industria del boxeo. Éxito en ventas, a costa de la esencia de una disciplina.
Sintomático del declive del boxeo, condenado a ser sparring de lujo del mercado influencer.
Durará el tiempo en que los boxeadores lo permitan y deban trabajar como comparsas. Cuando se harten o se agote el yacimiento, la Golden Rush, cualquier Floyd noqueará a Logan y se terminará el cuento.
Sergio Monsalve. Director Editorial Globomiami.