Fui a México por una semana y pude descubrir un país que es más que su presidente demagogo, hipócrita, falso, cantiflérico y clown.
El último bufón político de la televisión azteca, que los ha tenido por montón y de diverso pelaje.
Pero la México morenista de Amlo, por fortuna, pasó bastante desapercibida en mi viaje, capaz porque es un espejismo mediático, una ilusión óptica del progresismo derivado del reality show de Chávez.
Como Hugo, el rey desnudo de Amlo tiene un programa diario, donde pontifica sandeces y baja línea a los periódicos censurados de la capital, que lamentablemente son más de los que quisiera reportar.
La prensa del DF mantiene un perfil discreto y condescendiente, ante las imposturas del jefe de estado, concentrándose en noticias sensacionalistas o directamente oficialistas, que poco conmueven los cimientos del poder, salvando honrosas excepciones.
Por el contrario, sí distinguí mayor autonomía y descontento en la radio, donde los taxistas encuentran un desahogo de sus penas y depresiones, de sus malestares profundos.
En cada Taxi que tomé, las quejas contra Amlo corrían de emisora en emisora, criticando su culto a la personalidad, su autoritarismo, su falta de sintonía con las mujeres, su círculo de incondicionales señalados por abuso y corrupción. El hermanito de Manuel López, alias Pepín López, sería “el discreto beneficiario de préstamos millonarios y programas sociales”, según denuncia el portal Infobae.
Así y todo, según lo que entendí en siete días, el país se las arregla para machar solo, como en un piloto automático que supera las fallas y contradicciones del sistema de López Obrador, a quien el capitalismo le define una agenda que él disimula con su oratoria jabonosa de vocero del orgullo patriótico socialista, de militante del Foro de Sao Paulo.
No hay rastros de Amlo en la megalopolis futurista que es la DF del centro financiero, la de los shopings y los Malls que compiten en tamaño con las pirámides, la de los diseños trasnacionales de las tiendas de marca.
Basta ingresar a un restaurante para olvidarse de los populistas de la bandera comunista.
Se come con una creatividad que alegra al paladar y transporta al olimpo de la gastronomía universal.
En una avenida de Polanco descubro las mismas tiendas que inundan los Campos Elíseos de París.
No hablo de los bodegones, sin gracia, que cubren el tejido de las Mercedes boliburguesa. Me refiero a las franquicias que definen tendencias en el mercado del fashion.
Muy cerca de ahí, el cantante Lasso aparece en una gigantografía, evidenciando la presencia del gentilicio venezolano dentro del contexto del DF.
En un próximo capítulo, comentaré algunas cosas de los amigos radicados en DF, quienes gentilmente fueron mis anfitriones en la visita.
Agradecimiento especial a la familia Toro Lillo, por tantas atenciones y cariños indescriptibles en una crónica. Tengo pendiente, entonces, echarle foco al trabajo y la influencia de nuestros exiliados en Distrito Federal.
Volviendo al tema, la identificación de los venezolanos con AMLO es nula. No existe, no hay corazón por razones obvias.
Los coterráneos saben qué ocurre cuando un héroe llega a la escena con la promesa de cambiarlo todo y ser un redentor de los pobres.
Todos terminamos en la ruina, en la miseria, con la moral en el suelo, sufriendo derrotas amañadas en las elecciones, recibiendo plomo de la policía, sufriendo la inseguridad y saliendo por Maiquetía.
Todavía AMLO no ha logrado destruir los cimientos liberales e individuales de la fuerte cultura mexicana.
Lo ha intentado pero su programa ha sido frenado primero por el trumpismo, luego por el dominio real de la banca y los negocios, por no mencionar el delicado asunto del narcotráfico, que merece un análisis aparte.
Los carteles de la droga siguen ejerciendo un control secreto, explotando el clima permisivo de López Obrador, así como su fábrica de menesterosos, indigentes y parásitos.
Biden le ha dado un pequeño fresquito al personaje chambón de Chespirito, al Doctor Chapatín que es Amlo, un figurante como de una comedia de Televisa.
Parece el candidato de Manchuria que se inventaron para promover los intereses de China en la región.
Sin embargo, nada menos asiático que el paisaje de México, más próximo a los símbolos de occidente.
De hecho, entré por una Cancún más Miami Beach que nunca, derivando hacia una ciudad capital que está orgullosa de ser ejemplo de la fusión entre Europa y América, con unos museos de alta competencia, que no tienen que envidiarle a Nueva York.
También les prometo dos reseñas, una sobre el monstruo del Museo Soumaya y una polémica contra el progresismo del Museo Antropológico.
Dos lugares en las antípodas que resumen las ambivalencias y las paradojas de una ciudad y un país que es más que su clase dirigente.
Menos mal que México no es como Venezuela. No se emocionen, chicos bobos de Zurda Konducta.
El mundo es más complejo que su ombliguismo de Telesur.
Estoy esperando al primer ofendidito que me diga que no conocí México de verdad y que mi retrato es superficial, porque todavía no les publico fotos de la periferia o de Tepito.
Vengan de a uno.
Esta serie continuará…
Texto e imagen de Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.