En el primer tráiler de la película The Batman de Mathew Reeves, el cruzado de la capa de Gotham es apenas visible. Sólo se ve su silueta en contadas ocasiones y en una de las últimas, está de pie, mientras un grupo de desconocidos le increpa. “¿Quién eres?” grita un hombre con voz levemente burlona. Batman no responde, sino que levanta una barra de metal y golpea a una figura a sus pies. Le golpea una y otra vez, con una violencia y saña cada vez más evidente, oscura y siniestra. El grupo que observa retrocede un paso, hay un murmullo de terror. Pero Batman sigue golpeando, gruñe en la oscuridad. Cuando su víctima deja de moverse se medió incorpora. “Soy la venganza” murmura en voz cascada y enfurecida.
La sexta encarnación en pantalla grande de uno de los superhéroes más ambiguos del mundo del cómic, no deja espacio para la imaginación y mucho menos, para la duda. Basada de manera libre en el cómic del 2000 Batman, Egode Darwyn Cooke, la película intenta explorar la idea de la conciencia escindida del personaje y en especial, la forma como su violento, en ocasiones imparable y muy cerca de la crueldad alter ego, puede llegar a destruir la noción misma de Bryce Wayne sobre su decisión de combatir el crimen.
Tanto el cómic — y sin duda, la futura película — están más interesados en analizar la forma en que el espíritu justiciero de Batman debe luchar contra el afán de venganza, pero en especial, en la búsqueda desesperada de un significado. El Batman de Cooke es una criatura a las sombras, retorcida y cínica, que intenta empujar a Bruce al abismo definitivo. Las pocas escenas que Matthew Reeves mostró sobre su film, exploran las sombras detrás de un hombre en apariencia acorralado por una terrorífica e incontrolable necesidad de venganza. En medio de una batalla semejante, hay una reflexión de profunda importancia sobre la personalidad del antihéroe, la busca de su capacidad para comprender sus propios espacios grises y lo que más significativo, el poder ominoso de la ruptura definitiva con su personalidad más frágil. Bruce Wayne siempre mira a la distancia del trauma y del terror que le abruma. Batman es la noción perversa de esa condición sobre su propia humanidad.
Cook y por ende, la película de Reeves, se plantea varias preguntas a la vez, en especial el hecho del sufrimiento como un vínculo con lo que yace en los lugares más innacesibles de la mente de Bruce. ¿Batman realmente tiene por objetivo la justicia, incluso de manera tangencial y con todo el peso del vigilante anónimo que encarna? ¿Es un criminal o un héroe? ¿Puede ser ambas cosas a la vez? La visión de lo maligno de Cook — externo, temible y angustioso — es también un recorrido por las piezas sueltas de algo más grande, elaborado y temible. Porque mientras Bruce intenta sostener su percepción sobre la moral en algo más duro y amargo que la simple necesidad de paz, Batman es la antítesis de esa reivindicación tardía del héroe.
Batman — como discurso y elemento simbólico — se opone a la visión milimétrica sobre el bien y el mal. Al contrario del héroe común — que fundamenta sus dilemas sobre la concepción a través de un propósito bienhechor — refleja un tipo de bondad inquietante: es un hombre con un pasado turbulento y viste capa y máscara no por un accidente, sino porque decidió convertirse en un tipo de héroe que debe recordarse con preocupante frecuencia que hay un límite entre lo temible y lo inquietante que jamás debe cruzar. Tan parecido a sus enemigos y tan imposible de definir de una única manera, que termina por ser el reflejo de esa turbiedad que define a la ciudad que intenta proteger. Una y otra vez, Batman encarna un tipo de visión sobre la sociedad tan cínica que resultaba incómoda: desde los horrores de la tortura intelectual, hasta la liberación del canon de la bondad, la dicotomía de Bruce Wayne/Batman evita explicaciones sencilla y elabora un discurso social que intenta destruir la visión del héroe desde sus cimientos.
Sin duda, hay un paralelismo en la narrativa general de Batman que tanto Cook como Reeves utilizan como telón de fondo para contemplar las tinieblas de su personaje. De allí, que el cortísimo avance de la película, muestre al héroe de la capa rodeado de sombras y un ambiente decadente, que no tiene nada que envidiar a las grandes y siniestras obras de nuestra época sobre los monstruos con rostro humano. Batman es aun joven pero también, está marcado por el odio y esa recién nacida percepción del poder — puedo destruir para renacer — es lo que hace la nueva aproximación al personaje tan inquietante. Sin duda, como arquetipo mítico, Batman siempre está más cerca de las sombras y la oscuridad que de la búsqueda de un motivo para la esperanza. El mundo en escombros que recorre es una mirada hacia los espacios absurdos y temibles de nuestra cultura.
Sin dudal poder de Batman no reside en la abstracción de hacer bien — aunque podría interpretarse de ese modo — sino evitar que el mal ocurra, lo que abre el espectro amplio para los métodos que pueda utilizar para llevar a cabo una gesta lo suficientemente peligrosa como para comprometer su objetivo. El hombre Murciélago no tiene la necesidad de cumplir un canon ético, sino que construye el propio. Al contrario de la mayoría de las figuras popularizadas en los cómics, Batman se debate entre sus dolores y la responsabilidad moral que asume sin quizás prever sus consecuencias. Legitimó la estrategia y la cólera como una forma de comprenderse así mismo y la manera en que lucha contra el crimen en una ciudad complicada como Gotham. Un símbolo de una cierta concepción del mal necesario.
Batman es una poderosa interpretación humana del dolor y la venganza. David Macho, guionista del cómic del 2014 Incluso en los peores momentos basado enBruce Wayne, llegó a comentar que su experiencia en el mundo del singular superhéroe fue más dura de lo que pensaba. No es sencillo comprender al justiciero de la máscara negra y que crear : “Batman es la encarnación del poder de la inteligencia y el dolor humano. Planos superpuestos uno sobre otro”.
Se trata además, una mirada incluso al origen de Batman como entidad. Desde la violencia que marcó su infancia, el contexto que le rodea es también una mirada inquietante sobre las tinieblas con las que debe lidiar. Gotham es una ciudad oscura, violenta, árida y peligrosa, muy parecida a la Nueva York de los años ’70 inmortalizada por Scorsese, una creación siniestra sobre lo urbano como último refugio de la individualidad rota. El cruzado de la capa desea encontrar un sentido a su poder, a su sentido de la venganza y el miedo, pero también a su humanidad. Pero a su vez, debe enfrentarse a sí mismo.
Frank Miller logró con enorme éxito en su cómic de culto: Batman: The Dark Knight Returns meditar sobre los horrores de la intimidad rota por la crueldad, a partir de la contraposición con el bien. La miniserie, dividida en cuatro volúmenes, logra captar la oscuridad del Vigilante de Gotham y lo enfrenta directamente contra el bien ideal, encarnado por Superman. En el cuarto capítulo — Batman: La Caída del Señor de la Noche — Superman se enfrenta contra Batman en una pelea extraordinaria, donde no sólo parecen enfrentarse como individuos, sino como metáfora de algo mucho más grande y colosal. Para Miller, el hecho del bien ambiguo encarnado por Bruce Wayne parece construir un punto de vista nuevo sobre la concepción de la lucha por ideales que de pronto, no parecen tan claros. Superman en cambio, insiste en el bien absoluto, pulcro. Una moral extraña a la cualquier concepción humana.
Batman basa su motor espiritual para la búsqueda de la justicia no en el bien, sino en una revancha simbólica, que al final, atraviesa los espacios más duros y espinosos de lo el bien puede ser en el ámbito contemporáneo, para encontrar una respuesta total al miedo. Cristalizado en un tipo de rencor que le convierte en una máquina imparable, Batman desea salvar pero a la vez, ajustar cuentas, ya sea con el mal encarnado en el delincuente de turno, en los terrores que le rodean y por último en algo más sutil, en la posibilidad de encontrar satisfacción en la concepción del mal sin matices. Batman promete no matar, pero puede golpear y hacer el suficiente daño para provocar la muerte, un peligroso matiz que le empuja a los confines de su propio universo roto. El miedo transformado en una criatura volátil, extraña y dolorosamente humana.
Un recorrido por el inframundo de Gotham.
El año 2019 fue especialmente significativo para el Universo de Batman: se anunció que el actor Robert Pattinson llevará la máscara en la película del director Matt Reeves. También es el año en el que el personaje se convirtió en el primero del mundo del cómic en recibir una estrella en el paseo de la fama y, también, llegó a la venerable edad de ochenta años con un matrimonio fallido y mostrándose desnudo por primera vez. Como una de las figuras más longevas del mundo del cómic se ha convertido no solo en un símbolo de la forma en que el cómic evolucionar — y mejorar — sino también, en un ícono pop por derecho propio.
Jamás ha sido un superhéroe tradicional: no tiene poderes y, de hecho, toda su capacidad heróica reside en una ambigua necesidad de justicia que diferentes escritores y guionistas han explotado como una forma retorcida de venganza. Esa mezcla de claroscuros brindan al ciudadano más prominente de Gotham una rarísima profundidad y tridimensionalidad que ha le permitido mantenerse vigente con el paso de las décadas y trascender del cómic al cine con enorme éxito.
¿En qué se reside la capacidad de Batman para conmover y asombrar? Sin duda al hecho de que se trata de una figura más cercana a un hombre común que al héroe de capa y moral inflexible. Bruce Wayne (con su escabrosa historia de origen y peculiar arsenal de armas) no tiene más poderes que su ingenio e inteligencia para enfrentar el crimen y lo hace con especial eficiencia. Desde su creación, Batman se ha distinguido por ser un personaje lleno de matices que se hace más profundo — y tenebroso — a medida que el transcurre.
Pero, ¿siempre fue así? En realidad, el cruzado de la capa ha tenido una serie de transformaciones que vale la pena analizar, para entender su importancia y la complejidad de su historia.
El Batman que ríe. Sí, lo hubo
El personaje creado por Bob Kane y Bill Finger en 1939 recorrió un largo camino para convertirse en la figura lóbrega que conocemos en la actualidad. Durante la década de 1950, y los primeros años de la siguiente, la historia del hombre murciélago se vio muy influenciada por la ciencia ficción inocente y extravagante que era común en las historias más populares en el cómic. Por entonces, The Bat se enfrentaba a extraterrestres y monstruos en una mezcla de detective bienintencionado y benefactor adinerado.
También fue la época en que se incluyeron personajes dirigidos a un público más familiar, por lo que el universo del héroe de Gotham pronto se encontró poblado por todo tipo de figuras cuyo único fin hacer parecer al héroe menos tenebroso y hostil. De modo que Robin y Ace, el Bati-sabueso (sí, ese era su nombre), se convirtieron en habituales en las historias de Batman. No obstante, el resultado no fue el esperado y las ventas del cómic reflejaron una paulatina pérdida de interés de los lectores por las aventuras del hombre murciélago.
Hay que recordar que, por entonces, Marvel ya era una competencia firme para DC y sobre todo, comenzaba el auge de Iron Man; también un millonario con una historia complicada y que luchaba contra el crimen con sus propios recursos. Y aunque Tony Stark jamás llegó a tener la misma popularidad que Batman, sí llegó a enfrentarse de manera directa a una de las figuras claves del universo de DC.
El tono ligero de Batman se reforzó, además, por el programa de televisión protagonizado por Adam West transmitido entre 1967 y 1969, que tenía un perfil orientado a la familia y un evidente tono humorístico. Aunque tanto el show como la película The Batman estrenada en 1966 reforzaron la popularidad del cómic, la imagen del cruzado de la capa perdió brillo y sobre todo, sustancia. Para cuando la serie se canceló era evidente que el superhéroe necesitaba un segundo aire.
De regreso a la oscuridad
Fue gracias al editor Julius Schwartz que Batman recuperase su original personalidad inquietante: una de las figuras insignes de DC insistió en mantener las habilidades detectivescas del héroe de Gotham a pesar de sus historias ligeras en la televisión. Para cuando la serie salió del aire eliminó los elementos familiares en las aventuras del personaje. Para principios de la década de los ’70 el personaje había recuperado todo su oscuro esplendor.
Gracias a los guiones de Dennis O’Neil y al arte de Neal Adams, Batman no solo recuperó su aire misterioso e inquietante, sino sus historias se cargaron de la ambigüedad que le ha definido desde entonces. De una u otra forma, la manera en que el dúo concibió al personaje fue la referencia en cómo se analizó a través de las décadas: desde Steve Englehart y Marshall Rogers hasta Frank Miller y Scott Snyder, utilizaron de trabajo de O’Neil y Adams como referencia inmediata en su forma de concebir al hombre murciélago.
Pero la edad dorada de Batman llegaría en la década de los ’80, cuando se publicaron dos de los cómics fundacionales de su historia: en 1986, la asombrosa versión sobre el cruzado de la capa escrita por Frank Miller The Dark Knight Returns asombraría por su capacidad para reconstruir la imagen del personaje. Un recorrido por la oscuridad interior de Batman que el autor completó en 1987 con Batman: Year One. Juntas, ambas narraciones no solo brindaron contexto y profundidad a la ya de por sí enigmática naturaleza dual de Batman y le convirtieron en algo más que un espíritu atormentado.