Nicolás es el bufón de la corte del Zar Putin, quien mandó a un espía ruso a Miraflores para un trabajo de inteligencia: apagar las protestas, por la falta de vacunas, con un circo de Moscú o echarles gasolina para terminar de conquistar el territorio nacional.
Maduro ya no controla su narrativa. Nunca la controló. Se la escriben desde afuera, entre los Castro y los oligarcas de la ex Unión Soviética.
Para ellos no es más que un arlequín de su juego de tronos, de su teatro de sombras chinescas.
Nicolás tampoco estuvo en dominio cuando grabó el video donde lo vacunaron. Otra espada de doble filo.
El relato colonial lo obligó a inyectarse delante de las cámaras, buscando humanizarse con un gesto populista. Pero el remedio fue peor que la enfermedad.
La gente lo desprecia por aprovecharse de sus privilegios, junto con su clientela de vacunados VIP, mientras cientos mueren a la semana, a causa de la pandemia en Venezuela.
Vuelva usted a mirar la foto con Steven Seagal. Hágalo con inteligencia y raciocinio. Encontrará, al menos, cinco códigos subliminales del poder en declive.
- Esto lo llaman operación de infiltración semántica, un clásico de la guerra fría. Según los libros de propaganda, consiste en adoptar términos, tropos e imágenes del “enemigo” para hacerlos pasar como propios, domesticarlos o integrarlos a la cultura pop del régimen de turno. Es un cliché varias veces explotado por el chavismo, al momento de recibir y tomarse fotos con estrellas del Hollywood progre como Spike Lee, Oliver Stone, Benicio del Toro, Sean Pean y Danny Glover, cuya visita costó 18 millones de dólares jamás devueltos a la nación, bajo la promesa de producir un filme independentista. Nunca pasó. Una estafa más.
- Siendo un cinéfilo empedernido, me cuesta recordar un solo título de Steven Seagal. Capaz “Hard To Kill”. La historia crítica lo recuerda como el intérprete de un solo papel de experto en artes marciales, que enfrenta a golpes y porrazos a los malos, vengando el honor de individuos o pueblitos oprimidos. Los noventa serían su época dorada, instrumentando el dólar del mercado de Blockbuster, a través de una estética de lo que llaman “rearme moral” postreagan. Es un período en el que los hombres duros y anabolizados, llenaban las pantallas, saciando la sed de revancha de la audiencia frustrada. Ante el horror al vacío, el cine de Seagal solo proponía el signo redundante de un espectáculo de acción ensimismado, hiperviolento, binario, arrogante y selfie, donde todo comenzaba y terminaba en la cara de palo de Steven Seagal. Su marca de fábrica. Luego la fama en la meca se disolvió, con el cambio de siglo, y el antihéroe pasó a un mercado pirata del directo video, aún más de serie Z y semipornográfico en su pobreza argumental. Por tanto, no es casualidad que culmine sus días por Venezuela, siendo delegado de Rusia.
- Les comentaré una técnica adicional en el montaje. Se llama “storytelling” y su experto, Christian Salmon, la explica con el cuento del “Emperador Desnudo”. Desde su lógica, el poder está desprovisto de ropaje, a la intemperie, vulnerable en su cuerpo raquítico o pasado de kilos. Lo que cubre y encubre al poder es una historia, un relato, un “storytelling”. Así el Rey se dejó embaucar por dos asesores del pasado, que vieron una oportunidad en la vanidad y la egolatría de su majestad, al diseñarle un supuesto vestido “invisible” que lo haría más querido y popular. Después de una campaña de promoción, el rey salió a posar y la masa lo ovacionó, condicionada por la reacción de los ministros y de las ideas sembradas por los creadores del engaño. Fue un niño inocente, al margen de las manipulaciones de sus padres, el que señaló la desnudez del rey. Por ende, en Venezuela ocurre lo siguiente. Tomando las palabras de Christian Salmon, la inflación narrativa ha hecho que perdamos la confianza en los narradores del poder. De manera que, inmediatamente, hemos ganado la habilidad escéptica y crítica del niño ante las trampas de Nicolás. Lamentablemente no sabemos cómo bajarle el telón a la farsa prolongada, pues los militares la sostienen con sus armas y la comunidad internacional carece de efecto real.
- Un hombre entrega una espada a otro. Los dos sufren de obesidad mórbida en un país muerto de hambre. No hay mucho que traducir aquí. Solo confirmar la afrenta que padecemos, la traición de una dirigencia que se ríe de nosotros en la cara, con total impunidad. El mismo día en que designan nuevo CNE. Maduro continúa con su show de Memes en directo.
- Ciertamente, el lenguaje de la espada tuvo mejores momentos en la historia de Palacio. Maduro blande la espada como un imitador de Salt Bay en Súper Sábado Sensacional. Involuntariamente, la escena es no solo de humor macondiano, sino de amor homoerótico reprimido, desde una lectura freudiana de los símbolos falocéntricos. La expresión de afecto entre dos machos con un sable. Ambos fingen solemnidad y decoro. Pero hasta a Cilia le da cringe. Una vergüenza.
Concluiré con dos conceptos. Uno pesimista, otro esperanzador.
Maduro utiliza una estrategia comunicacional de marcos establecidos que consiste en correr ventanas de aceptación, con el propósito de normalizar conductas aberrantes, amorales, sacrilegios y golpes institucionales. Tiranos millenials, como Nayib Bukele, copian el formato y amenazan con destruir la democracia del mundo.
Aunque resulte contradictorio, siempre he creído en los finales felices de los cuentos.
En mi versión de la fábula del Rey, las gentes de bien se arman de valor y no se resignan únicamente a señalar la obvia desnudez del monarca.
Emprenden las acciones necesarias que garantizan el retorno de la moral y luces frente al estado mágico.
Por Sergio Monsalve. Director Editorial de GloboMiami.