Por Luis Bond.
Hoy uno de los pocos bastiones culturales que nos quedaban en #SinCity recibió una estocada mortal, Libreria Estudios La Castellana cerró sus puertas. Los que hemos hecho vida en ella sabemos que es mucho más que una librería.
Jesús Santana (librero, amigo, mentor y hermano) construyó un oasis donde coincidimos personas de todos los oficios posibles, de diferentes edades y bagajes, una suerte de familia heterogénea unida por el sagrado vínculo del amor por los libros.
Hoy, por accidente, pasé por la librería y descubrí que la nueva directiva, por la crisis, la está “mudando” a la sede del Centro. Una decisión completamente entendible, aunque cuestionable desde un punto de vista operacional (dudo que sea favorable eliminar un punto al que asiste un público cautivo que compra libros y, al mismo tiempo, genera actividades y contenido para recomendarla, haciendo hincapié en su excelente ubicación).
Me afectó y sorprendió profundamente la actitud despersonalizada del representante de la nueva directiva (el señor Toledo que se llamó a sí mismo, de forma jocosa, “el ejecutor”).
Lejos de mostrar algo de empatía, sus comentarios estuvieron completamente fuera de lugar, como si se cerrara una franquicia genérica, minimizando la situación diciendo “ahora tendremos delivery, no pasa nada”, omitiendo que Estudios no es un simple negocio: es una familia.
Cuando le expliqué, conteniendo las lágrimas, que echaré de menos a Jesus y mis amigos me respondió, con una sonrisa sardónica “siempre puedes llamarlo por whatsappp”.
Asumo que él no ha sufrido ninguna despedida gracias a la diáspora y no entiende las limitaciones de una videollamada.
Me llena de impotencia este cierre a hurtadillas, emulando a cualquier régimen totalitario que se mueve tras bastidores. Luego de más de una década juntos y cientos de recuerdos, me duele no poder despedirme de mis amigos como debe ser (como en la época de Javier Marichales: se avisó con tiempo y todos pudimos decir adiós). No nos merecemos esto, es una falta de respeto.
Antes de irme compré un libro de recuerdo. Osamu Dazai, “La felicidad de la familia”. El chiste se explica solo.