Faltan unos días para el ramadán e Ishaaq Kremed, de 53 años, intenta pescar clientes en un mercado de la capital siria ofreciéndoles el zumo de tamarindo que carga en un gran bidón de lata, amarrado a la espalda.
El vendedor callejero asegura que, en general, suele tener más clientes durante el mes del ramadán, que este año empieza la semana que viene, pues a muchos les gusta romper el ayuno al atardecer con un refrescante vaso de zumo.
Pero el oficio que ejerce desde hace más de 40 años ha adquirido un nuevo cariz desde que Siria, devastada por una década de guerra, quedó sumida en una profunda crisis económica.
“Mi principal trabajo es hacer sonreír a los clientes”, explica el hombre, padre de 16 hijos, vestido con un pantalón bombacho y chaleco estampado, y con un bonete rojo en la cabeza.
“Lo más importante es que se vayan sintiéndose felices, que quien llegue estresado se vaya aliviado”, agrega.
Durante sus jornadas laborales en el mercado cubierto de Hamidiyeh, en Damasco, decenas de clientes se le acercan para saciar su sed y muchos de ellos le hacen fotos.
Mientras vierte hábilmente el zumo en vasos de plástico, distrae a los clientes con una canción.
Con la mascarilla por debajo de la barbilla, entona una melodía para una madre y sus dos hijas, sirviendo la bebida oscura.
Luego se quita el bonete para recoger el dinero, antes de volvérselo a poner en la cabeza.
LEA TAMBIÉN: Las tabernas de Grecia, en la cuerda floja tras cinco meses de cierre
“Preocupaciones económicas” en Damasco
Con la crisis económica, los precios se han disparado en Siria, comportando una caída del valor de la moneda local (la libra) respecto al dólar en el mercado negro.
En un país con la mayoría de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, los sirios deben lidiar también con los confinamientos impuestos por la pandemia de covid-19.
“Desde hace tres años el ramadán es diferente por las preocupaciones económicas de la gente”, considera Kremed.
“Cuando la gente viene al mercado les vemos chocando unos con otros, como si estuvieran en trance”, afirma.
El gobierno dice que la crisis económica se debe a las sanciones occidentales, pero los economistas consideran que la guerra, la pandemia y el descalabro del vecino Líbano han influido mucho.
Y aunque el vendedor hace lo que puede por mantenerse alegre, admite que él también padece los efectos de la crisis.
El precio del tamarindo y del azúcar han subido bastante, explica, y no todo el mundo puede permitirse un vaso de zumo.
“Ahora, la prioridad de la gente es poder poner comida y bebida en la mesa”, señala.
Fuente: AFP