En “Godzilla versus Kong” se ennoblecen tres géneros malditos: la monster movie, el “kaiju” japonés(o el cine de bestias gigantescas) y el “mecha” asiático(el filme de robots pilotados por humanos).
La película, a su vez, es un desmesurado animé de acción, sin complejos, cual capítulo de “Mazinger Z” en tres dimensiones, con un CGI reluciente de video arte pop. La furia de titanes del 2021.
El tipo de cintas que desprecian mis colegas, el clásico placer no culposo que reivindico como el juguete consciente, descendiente del vector Meliés, cuyo espectáculo pertenece a los orígenes periféricos y heterodoxos del cine en las barracas de feria, mucho de antes de ser tenido por un séptimo arte.
Los productores del Monsterverse no tienen un pelo de tontos y se han buscado de los mejores directores de su generación millenial.
Con la primera película, “Godzilla 2014”, la pegaron porque el realizador Gareth Edwards la rompe con los efectos especiales y el desarrollo de personajes interpretados por actores de prestigio como Bryan Cranston.
Luego vino la demencia de “Kong en la isla de la Calavera” que es increíble por su sentido del humor negro, a cargo de un casting liderado por dos comediantes en estado de gracia: Samuel L. Jackson y John C. Reilly.
La tercera fue un pequeño desastre, al no saber conjugar la incorporación de nuevos intérpretes, como la chica de “Stranger Things”, con el aparatoso armado de un blockbuster palomitero, al servicio exclusivo de los fanáticos de los titanes.
En la cuarta se trajeron al hipster de Adam Wingard para que le inyectara parte su sensibilidad nostálgica e indie a “Godzilla versus Kong”, logrando aportarle la música ochentera de sus bandas sonoras de tecno y el gusto que conserva por las luces de neón.
En efecto, el tercer round supone el pico climático de la pieza, desde la perspectiva alucinada del autor, quien proyecta la fantasía destructiva de una ciudad de Hong Kong convertida en el ring de boxeo, de la lucha libre entre un Godzilla de video game y un King Kong decidido a recuperar el protagonismo de la franquicia, por encima de cualquier clon de diseño.
Donald Trump vería la película con un Big Mac, una cubeta de papas fritas y un pote de dos litros de Coca Cola, gozando como un enano al disfrutar de un show tan americano como una emisión sci fi de WrestleMania, donde algunas ideas y memes del ex presidente republicano se proyectan con una desfachatada ironía: el mexicano de telenovela es el malo de la partida y porta un vaso lleno de whisky siempre en la mano, el chino manipula al MechaGodzilla sembrando el terror, hay un loco consparaonide que lleva un podcast a lo QAnon y el Bigh Tech figura en el podio de la principal peste a expurgar, siendo la causante del conflicto de los colosos.
Yo estaba muerto de la risa, imaginando las relaciones de la caricatura con el mundo postpopulista de los fake news, los hombres y mujeres incapaces de contener la furia de una naturaleza primitiva medio odiosa, la justicia divina que castiga al mesianismo de los creadores de Parques Jurásicos y réplicas prescindibles.
“Godzilla versus Kong” sabe que su fuerza radica en distorsionar el clima de consenso de la temporada de premios, devolviéndonos un poco de la verdad que anida en el centro de la tierra de los estudios, dominados por los alfas de los golpes y los porrazos, por las evasiones cotuferas que extrañamos en las salas, por culpa del coronavirus.
Así la película conquistó las marquesinas del tiempo del confinamiento, situándose en el primer lugar del box office global, aprovechando la crisis y la falta de oferta.
Por eso, da un poco igual el destino y el desarrollo de los personajes, así como de unas tramas absurdas y estereotipadas, peor hilvanadas por la escritura perezosa, bajo la inspiración de tradiciones de la ciencia ficción.
De hecho, censuran los efectos de la destrucción, concentrándose más en la pirotecnia que en las víctimas de los destrozos. El componente humano es prescindible para los dueños de la batuta.
Lo mejor es el ritmo salvaje de las tres peleas y el surrealismo noventoso de una especie de versión depurada de los maquinones de Roland Emerich y Michael Bay, responsables de restituir el high concept de las pop corn movies a finales del siglo XX.
Adam Wingard facturó el Mortal Kombat que estábamos esperando, a pesar de dar vueltas sobre su propio eje y no resolver absolutamente nada, porque reiniciamos el loop, otra vez, con los héroes vivos y coleando.
Ni locos que fueran los productores para matar a la gallina de sus huevos de oro.
Inocente y autoparódica a la vez, “Godzilla versus Kong” te brindará dos horas de escape y desahogo.
Un circo seguramente infantilizado y anabolizado, cuyo despliegue afirma unos pilares formales y técnicos, que contienen una obvia fragilidad narrativa.
Como las democracias y los países huérfanos de relatos. Solo nos sacia la catarsis de un bucle de guiños mitológicos.
Dos arquetipos de la depresión industrial, ni más ni menos. Godzilla que es una secuela de las bombas atómicas, King Kong que surgió de entre los escombros de la caída de la bolsa de valores en 1929.
Juntos y revueltos explotan ahora el actual estancamiento.
Ahí reside su paradoja, de movimiento en la inercia.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.