sábado, noviembre 23, 2024
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Todas las buenas razones por las cuales debes leer Stephen King y ver las adaptaciones de su obra, a pesar de las críticas en su contra (si aún no lo haces)

El miedo es parte del pensamiento humano y lo es, porque es quizás una de las pocas emociones que, además, refleja un sentido profundo sobre el pensamiento del hombre como parte de la sociedad y la cultura que crea a partir de sus límites. Por esa razón, es probable que en más de una ocasión se ha insistido que Stephen King reinventó el género del terror literario, o lo que puede ser lo mismo, le dotó de un rostro moderno.

Después de todo, King es uno de los pocos escritores de género de la actualidad, firmemente decidido a crear una noción sobre el miedo limitada al efectismo, la comprensión del monstruo elemental o incluso, esa comprensión de lo terrorífico como algo ajeno a lo cotidiano.

King, con su olfato infalible para analizar el tiempo y el contexto, es uno de los pocos autores que utiliza la cultura pop como telón de fondo para meditar de manera inquietante sobre nuestra cultura y sociedad como caldo de cultivo para lo que nos aterroriza. En las novelas de King lo sobrenatural está presente, pero también, una visión sinuosa y casi invisible sobre la realidad que sustenta un terror aún mayor: el que puede provocar el hombre y que de hecho provoca, como el monstruo más peligroso y violento de todos.

Para King, la normalidad es una gran simulación. El escritor es capaz de describir el ocio y detalles en apariencia insustanciales, para elaborar algo mucho más complejo y violento. En todas las novelas de King, el suspense es una criatura extraña, ambivalente y casi corriente, sostenido sobre esa pasividad insistente que convierte la incertidumbre en algo por completo nuevo. Una irrupción en la irrealidad que se manifiesta como un gran estallido sensorial.

Lo anormal que crea y medita sobre lo fundamental de lo consideramos real. Como escritor King intenta reelaborar las reglas del miedo y lo hace con una precisa construcción de ideas: Ninguno de los libros de King carece de un poderoso, profundo e incluso conmovedor elemento humano.

Todos los monstruos de King se miran al espejo y se sobresaltan con la imagen que les devuelve el espejo — como ese tétrico vecino de Salem’s Lot encerrado en un ático, incapaz de afrontar la raíz de su nueva naturaleza — o Christine, convertida en vehículo de venganza y nuevos vicios.

En cada una de sus obras, lo que aterroriza se esconde bajo el tejido de la realidad, conspira para aparecer y desaparecer entre paisajes tan rutinarios que resultan incluso vulgares. Con la misma capacidad para el desencanto de Shirley Jackson para el tema común y los pequeños horrores alambicados en lo desconocido íntimo, King se supera a sí mismo y elabora un lenguaje poderoso para hablar de algo tan antiguo como evidente: el mal aciago, elemental, poderoso, convertido en símil de la naturaleza humana.

Para King el terror es indivisible de lo evidente y palpable. King encuentra una manera concreta, realista y práctica de describir sucesos imposibles, que crea una inmediata complicidad con el lector. Para King, lo imposible y maravilloso forma parte de un sustrato de la realidad misma, lo que le permite convertir a cualquier narración en una reflexión sobre el mundo como mirada elocuente sobre la identidad y la individualidad.

Cada novela de King tiene la elocuente capacidad de narrar hechos de naturaleza violenta y sobrenatural desde un ángulo cotidiano: asesinatos cometidos por hombres y mujeres corrientes, monstruos que habitan pueblos de aspecto anodino, violentas visiones sobre la naturaleza humana disimulados en el cariz de lo obvio y lo natural.

Para King, el terror nace de la capacidad del hombre para temerse a sí mismo — la cualidad monstruosa confundida con el temor subyacente que reelabora una idea de lo habitual — y también, para encontrar en lo desconocido, una mirada hacia lo inquietante como terreno fértil de la fantasía colectiva.

El bien y el mal para Stephen King forman parte de una dimensión de enorme peso real: tal vez por ese motivo sus personajes hacen frecuentes referencias a la cultura pop y de hecho, es uno de los pocos escritores de terror que crea dimensiones del género para sostener sus historias. Con frecuencia, las situaciones que describe están profundamente relacionadas con pulsiones primitivas, reconstruidas desde un cariz diáfano y pulcro.

Pero debajo de esa apariencia inofensiva, el terror palpita como una transgresión a las leyes de la realidad. Una proeza argumental que el escritor construye desde lo notoriamente obvio hacia algo más inquietante, profundo y enrevesado. La raíz de un mal primigenio que parece palpitar en cada una de sus novelas como un dimensión invisible en la que el terror es una forma de expresión de ideas tan antiguas como la humanidad misma.

Tal vez ese es el motivo por el cual, todas las novelas de King tiene una cierta percepción de lo inevitable que las hace familiares, unidas por un hilo conductor que desarrolla un sustrato coherente entre todas.

Incluso antes que King decidiera darle sentido y forma a la idea con la saga “The Dark Tower” y crear un universo metaficcional de enorme complejidad, sus narraciones parecían analizar temas semejantes pero a través de una serie de matices retorcidos y de enorme valor argumental. Eso, a pesar de su aire localista – tan norteamericano — que en ocasiones convierte la narración — cualquiera de ellas — en una asimilada reflexión sobre la cultura y su trasfondo sobre lo que crea y sustenta el miedo.

Por supuesto, King es un buen hijo de la norteamérica saludable y progresista, lo que hace que sus novelas estén plagadas de banderas de la Unión, discos de vinilo, celebraciones del cuatro de Julio y grandes nociones sobre la sensibilidad del país. Pero es justo ese elemento doméstico y costumbrista, lo que permite a King desarrollar un escenario bajo el cual subsiste el miedo como elemento real. La oscuridad bajo la oscuridad. Los terrores siniestros escondidos bajo una pulcra postal de lo inevitable, obsoleto y venial.

King creó toda una nueva mitología del terror, basada esencialmente en el mal absoluto y encarnado bajo una percepción de la identidad cultural. El mal en las novelas de Stephen King es tradicional pero también, extrañamente relacionado con los miedos que se transforman en nuevas versiones de la realidad. King tomó los temores de la infancia, las supersticiones colectivas, la vulnerabilidad de la comprensión del miedo como una parte indivisible de la mente humana y la desarrolló como un ente individual capaz de sostener un sentido de la vulnerabilidad completamente nuevo. Y quizás, ese sea su mayor mérito como autor.

El Rey del miedo sin rostro:
En una ocasión, a King se le preguntó cuál era su mayor inspiración. El autor sonrió y tardó unos segundos en responder “Lo que vive bajo tu cama” dijo al periodista, quien después admitiría que sintió un real escalofrío al escuchar la respuesta. Luego, el escritor añadiría que justo ese terror inconcluso, desigual e ingenuo es lo que sostiene la mayoría de sus novelas. “Revivo los terrores de la infancia” insistió “Y los convierto en algo por completo nuevo”.

Para King, el concepto de lo infantil y la infancia se encuentra por completo divorciado del oasis de inocencia y pasiva tranquilidad que la literatura de género suele construir, como una idea que envuelve cierto espacio de paz y belleza en contraposición al horror de la vida adulta.

Para King, el miedo comienza justo en medio de los primeros terrores de infancia, de los ojos abiertos en la oscuridad, las manos abiertas y aterrorizadas, el corazón roto por el miedo. Es entonces que la realidad aparente, fragmentada y aparente de lo que consideramos verídico se transforma en otra cosa, se elabora como un discurso nuevo y temible.

En la infancia residen los verdaderos monstruos. Los imaginarios, los fatídicos, los que representan el miedo como una visión intelectual. Según cada novela de King, el mundo adulto está construido sobre un Universo de temores que hereda desde la infancia, cuando la oscuridad era un real amenaza y los temores incorpóreos creaban una noción realista sobre el bien y el mal. El terror arraigado, profundo y escabroso que sobrevive a las primeras luces racionales del pensamiento adulto.

A Stephen King se le suele criticar y adorar a partes iguales. Es probablemente uno de los escritores más leídos del mundo y también, de los más menospreciados. Una contradicción que sin embargo, no llega afecta su pluma prolífica: ha escrito más de 50 novelas y vendido unos 300 millones de ejemplares, lo cual lo convierte no sólo en un fenómeno mediático, sino también en una rareza en el mundo editorial actual.

Porque King vende — ¿quién podría dudarlo? — pero también escribe bien. Eso, a pesar de sus pequeños gazapos, sus escenas que suelen acusarse de blandas y sus enrevesados argumentos entre terroríficos, emocionales y místicos. Pero King, más que escritor — que lo es, por derecho propio, por perseverancia, por su capacidad para reinventarse — es también un símbolo de las literatura actual, con su considerable dosis de cultura pop a cuestas y sobre todo, símbolo del escritor que atraviesa esa compleja red de intrigas y opiniones disparejas que es el mundo editorial contemporáneo.

Humilde, sincero, muy consciente de la importancia de su labor como narrador de historias pero aún así, incapaz de obsesionarse con el reconocimiento, Stephen King es un mito creado a la medida del lector, una metáfora de lo que la literatura — como propuesta — puede llegar a ser.

Y además de lo todo lo anterior, King escribe sobre el terror. Lo hace bien, de una manera concienzuda, se toma en serio un género la mayoría de las veces menospreciado, minimizado y ridiculizado. Porque para King, el miedo no es sólo una reacción, una mezcla confusa entre una percepción física y emocional, sino algo más intricado, profundo. Inquietante.

Para King, el terror es una idea sugerida, a la que el lector da forma, construye, brinda rostro. Una perspectiva que revolucionó no sólo la manera de concebir el terror sino también de como asumirlo como una idea literaria por derecho propio. De pronto, el terror no era sólo imágenes fantásticas, escalofriantes, un poco absurdas. Tampoco la provocación, la sangre, incluso la repugnancia sino algo más. Un planteamiento tan profundo que parecía abarcar no sólo lo que tememos sino por qué nos produce temor.

Cuando en 2003 King ganó la medalla National Book Foundation por su contribución a las letras americanas, el crítico Walter Mosley describió su talento como una noción “casi instintiva sobre los miedos que forman la psique de la clase trabajadora estadounidense”. Una reflexión que transforma el terror en parte de lo cotidiano, de lo que consideramos natural. “Conoce el miedo, y no solo el miedo de las fuerzas diabólicas, sino el de la soledad y la pobreza, del hambre y de lo desconocido” añadió.
Es justo en ese miedo originario en el que se basa la mayoría de las obras del escritor Stephen King, quien más de una vez ha confesado que analiza el terror desde una mirada casi ingenua. El escritor, que suele insistir en que su imaginación es un lugar temible y la mayoría de las veces tenebrosa, construyó todo un Universo creativo a partir de la idea del temor originario. Del miedo que es el miedo a pesar de la edad, el país de origen e incluso las creencias.

Hay una percepción Universal en esa visión sobre el terror que King construye a partir de sus pesadillas personales. Un vinculo que sostiene no sólo el poder de sus historias sino también, esa capacidad de su obra para asumir el terror como algo natural, salvaje y fuera de toda explicación. Las criaturas de King no sólo habitan el reino de lo inexplicable, sino que medran en medio de regiones oscuras de nuestra capacidad para creer. Las oscuras fantasías de King, se entrelazan entre sí para asumir un cierto peso real. Una percepción sobre lo que nos asusta y nos provoca temor más cercana de lo que podemos suponer. Y quizás, allí radica su éxito.

King, por supuesto, sabe cómo elaborar escenarios creíbles donde el miedo — el infantil, totémico, abrumador — se manifiesta a través de símbolos muy cercanos al miedo absoluto. Lo hace además, esforzándose en que los escenarios en que el horror habita, sean plácidas visiones sobre lo rural y lo cotidiano.

Con toda seguridad por ese motivo, el mítico pueblo de Derry de King entra en la tradición de ciudades ficticias que escritores de género han creado para dar vida a sus horrores más profundos. De la misma forma que Arkham de Lovecraft — cuya Universidad de Miskatonic esgrime el misterioso lema Ex ignorantia Ad Sapientiam; Ex Luce Ad Tenebras )De la Ignorancia a la Sabiduría; de la Luz a las Tinieblas) — Derry parece ser la materialización de esa descolorida visión de lo cotidiano que hace más poderoso el horror y sobre todo, más visible su capacidad para destrozar lo que consideramos parte de la realidad.

Una frontera específica entre la cordura y el vacío espeluznante que se abre más allá. Una pesadilla que como todas las pesadillas, comienza a manifestarse a través de símbolos reconocibles que crean un rostro familiar en el horror que se desencadenará después. Así como Arkham se mimetiza y deconstruye a través de las ideas elementales del miedo y lo sobrenatural, Derry con todo su aire melancólico y levemente tétrico, crea un reflejo sobre el miedo que parece desbordar esa visión idílica que esconde algo más retorcido y escalofriante.

En Derry — ese pueblo en apariencia anodino, en mitad de ninguna parte, una fachada frágil de una mirada contemplativa de la realidad — se interconectan lugares y percepciones sobre lo que el terror puede ser y sobre todo, cómo puede manifestarse.

Una línea que separa de manera evidente la consciencia ordinaria — con su carga de pequeños terrores ocultos bajo la calma sugerida — hacia algo más peligroso. King vuelve a los miedos primitivos para recordar (quizás así mismo) que todo terror tiene un origen real. Un rostro reconocible y más allá de eso, una interpretación personal que lo hace único y quizás por ese motivo, más poderoso.

Quizás lo que mejor pueda describir la visión del terror de King, sea la última línea del epílogo de su libro “Doctor Sueño”, en la que su autor, además de explicar con su habitual buen sentido del humor la experiencia de escribir sobre personajes tan significativos en su carrera como escritor, deja bien claro que el miedo siempre se reinventará: “Siempre habrá oportunidad de preguntarse quien te mira desde la oscuridad” concluye. Y añade, casi en tono burlón: “O qué”.

El miedo como una grieta siniestra en la cotidianidad.

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