Debe ser la Semana Santa más terrorífica de nuestras vidas en Venezuela. No recuerdo otra así, ni en los ochenta, los noventa o los dos mil.
Sí hemos experimentado situaciones peores, antes y después de las tragedias del 2014, 2017, el apagón y la primera cuarentena.
Pero nunca como ahora, cuando la cantidad de malas noticias le corta el sueño a cualquiera.
Personalmente, llevo días con un insomnio terrible, desde el fin de semana pasado con la muerte de Dave Capella y sus escandalosas secuelas informativas.
De forma ingenua, había armado un plan para descansar y descomprimir en las horas de asueto. Pero ha sido imposible.
El país ha asistido a un nuevo teatro de la crueldad, a una ópera macabra, a la última doctrina del shock, a efecto de bajar sus defensas deprimidas, asestarle varios golpes a su autoestima y controlarlo mejor.
Nada es casual y gratuito, menos en la regencia de la pandemia distópica.
Así contamos una cadena de eventos y de hechos espeluznantes: los llamados “enfrentamientos” de Apure, la llegada de una verdadera ola de impacto de covid-19, el subsiguiente incremento en las cifras de contagiados y fallecidos por coronavirus, los actos de agresión del Coqui, la purga de escritores y periodistas por disentir y denunciar, la amenaza de censurar las redes con una reforma trucha de la ley Resorte, la ausencia de una campaña transparente y democrática de vacunación, entre múltiples desmanes e infortunios.
Por tanto, se le ha vuelto a declarar la guerra a Venezuela pero en Semana Santa, al desacralizarla y utilizarla como cortina de las políticas rojas de lesa humanidad.
El irrespeto a la Pascua, como espacio de reencuentro y tregua, debe entenderse no dentro del esquema siete más siete, sino bajo la tutela de un paradigma de represión marxista, medio comunista chino, medio de diseño cubano.
Es decir, a ellos les da igual la Semana Santa, la paz de los templos y el necesario respiro de los feligreses, porque articulan con grupos irregulares de toda índole, entre santeros, evangélicos y furibundos radicales de Teherán.
De ahí se explica el calentamiento de las fronteras externas e internas, en el montaje de una típica estrategia bélica del provincianismo populista contra las ciudades y las poblaciones civiles.
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Un movimiento orquestado en el despliegue de tantos frentes de ataque, cuyo objetivo es provocar la parálisis, la confusión y el aturdimiento, a través de la administración funesta del efecto sorpresa.
En consecuencia, las respuestas de la sociedad decente llegan tarde ante la incapacidad de prever el escalamiento de la tortura y el ensañamiento.
De repente, inventan la detención y desaparición de un pareja de intelectuales de la tercera edad, por publicar un post de Facebook sobre una coronarumba y las dobles morales de los funcionarios del estado fallido.
Luego quieren dictar clases de ética for dummies en cadena de radio y televisión. Al rato, anuncian la cacería de brujas de dos Youtubers, cual película de acción y persecución en caliente.
Parece una comiquita, un capítulo de la Rochela, pero no lo es.
Te cae la locha en dos segundos, al descubrir al próximo familiar entubado o desahuciado por falta de oxígeno, mientras los demagogos de la autocracia celebran su vacunación VIP delante de las cámaras.
¿En serio nos van a enseñar lecciones de probidad, decoro, educación y responsabilidad social en medios de comunicación?
Nos tendrán que meter presos a todos los periodistas, escritores, intelectuales y seres pensantes del país, que son la mayoría.
Con la excusa del confinamiento y ciertos deslices de colegas, nos pretenden criminalizar y judicializar, en modo de un macartismo chavista pasado por covid-19.
En mi caso, soy docente universitario, columnista profesional y comunicador con más de 20 años de experiencia.
Por ende, no permito que ningún burócrata amoral me brinde trato de ignorante o de corrupto, dándome un sermón de la colina.
Conmigo no. Tampoco con los venezolanos de bien.
Déjennos honrar la Semana Santa.
Déjennos en paz.
Ojalá que este calvario, como el de Jesús, alumbre la esperanza de un renacimiento, de una resurrección.
Creo en los finales bíblicos.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.