Los zamuros tomaron el Parque del Este. No lo digo como broma, ironía, metáfora o símil.
Literalmente tenemos una nueva especie que domina el recorrido del espacio recreacional, de uno de los pulmones vegetales de la ciudad, que fue reubatizado con el nombre rimbombante de “Generalísimo Francisco de Miranda”, en sustitución de su título original de “Rómulo Betancourt”.
El régimen cree que cambiando denominaciones, se resuelven los problemas de fondo. Pero ahí están los casos que hemos reportado de los Museos, para demostrar que una revolución cultural y semiótica, solo destruye lo que toca y modifica con un arbitrario canje de rótulo.
Por tanto, da igual que el Parque del Este se llame mañana, “Gigantísimo Hugo Rafael Chávez Frías”. Los buitres seguirán cayendo en manada, en busca de carroña, de carne putrefacta, de los desperdicios y los olores de un lugar fantasmal, donde antes nos reconciliamos con la fauna y la flora, con el diseño de Burle Marx, con un paisajismo de primer mundo, a cargo de la cuarta república.
En efecto, no lo olviden bolichicos, el Parque lo fundó el padre de la democracia, Rómulo Betancourt, en el año 1961, dedicándole su obra al sabio Rómulo Gallegos. Algo lógico si consideramos la impronta de la prosa gallegiana en las extensiones verdes de un terreno hacendado que tranquilamente evoca los horizontes surrealistas de las novelas del autor de “Doña Bárbara”.
Después, en un acto de justicia poética, se decide tributar a Rómulo Betancourt, tras su fallecimiento, al colocarle su nombre al Parque del Este. Un acto simbólico, discutible por algunos, pero coherente y lógico.
No es hasta 2003, en plena euforia de la vendetta chavista después del 11 de abril, que Hugo Chávez decreta llamarle “Francisco de Miranda”, por su odio manifiesto hacia el pasado, por su resentimiento y complejo ante el desarrollo civil generado en los gobiernos del pacto de punto fijo, cuando éramos felices y no lo sabíamos.
Desde entonces, los caraqueños vimos cómo el Parque comenzó un proceso de involución, cuyas primeras señales de deterioro y alarma explotaron en la crónica de sucesos, amén del incremento de hurtos, asaltos y robos de automóviles.
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La inseguridad asestó un inicial golpe de muerte al hogar de los felinos, las aves, las canchas de básquet y futbolito, las serpientes.
El darwinismo de la deshumanización comunista impactaría negativamente sobre el medio ambiente del recinto ecológico, quebrando su esencia de zona de tregua, paz y reencuentro.
Todavía conviene ir acompañados al Parque y atentos a cualquier mala sorpresa del hampa camuflada en look de runner.
Tras un año de pesadilla en cuarentena, decidí volver con la ilusión de recuperar algo de memoria y del tiempo perdido, como si quisiera ponerme al día con un viejo amigo, luego de meses de confinamiento.
Al momento de entrar al Parque recibí un anuncio de la administración roja, al intentar pagar en bolívares.
“Aceptamos colaboraciones en dólares”, me dijeron en la puerta en tono seco, cortante, distante y de desprecio a mi paca de bolívares devaluados.
Al Generalísimo Francisco de Miranda hay que complacerlo con divisas y moneda extranjera. Vaya reflejo del colapso socialista y del menoscabo de la soberanía, bajo la gerencia del sistema patria.
Confieso que me acerqué sin ánimos de reportar, al punto que dejé el celular en el carro, además por extremar las medidas de seguridad.
Recientemente, a una amiga querida la atracaron, despojándola de su teléfono móvil.
Pero vamos, que en realidad me movía el ejercicio y las ganas de echar una caminadita al aire libre.
Mi impresión se modifica al cruzarme con el otrora estanque de los patos, hoy cundido por una cuadrilla de zopilotes en un lago infecto.
No será el único del trayecto, para mi disgusto, desagrado, decepción y preocupación.
Me froté los ojos varias veces, como en una comiquita. Quizás sufría de un pequeño mareo por el sol, el cardio y la quema de carbohidratos.
Sin embargo, no era un alucinación, producto del cansancio o el estrés.
Delante de mí se concentraba la nueva imagen del Parque del Este: la de un basurero distópico de historieta gráfica, la de un vertedero poblado y colonizado por un ejército de buitres negros que han venido a reclamar su tajada del diablo, que han izado su bandera de infamia, ante la ausencia de competencia, de estado, de autoridad, de salubridad.
¿Qué pensarían Gallegos, Betancourt y Miranda?
¿En qué cabeza entra que los diseños de Burle Marx sean la vitrina de exposición de un desfile de zamuros?
Continué el paso mientras una nube de buitres volaba por encima de mí, como en una imitación criolla de una peli de vaqueros.
La zombificación se prolongó en el área de las aves. Ahí los zamuros esperan algún residuo que salga de la casita donde guardan la comida de las guacamayas tristemente enjauladas.
Más adelante, mi Sergio infantil e ingenuo se aproxima al hábitat de las nutrias, para saludar al adorable Kaliope, un compañero de la ruta, juguetón y divertido.
Si acaso descubrí el vacío, la nada, la indolencia de un estanque abandonado, rodeado de zamuros.
La peor impresión se la lleva uno al observar el agua espesa y sucia que enloda a los caimanes y a las tortugas.
Alrededor también picotean y deambulan los zamuros. En un árbol cubren las ramas al frente de padres que fingen demencia con los hijos.
Sencillamente, el beta se acepta con resignación y apatía. La misma con la que los pobres empleados alimentan a los lagartos, tirándoles sobras de vegetales descompuestos y lechugas inmundas.
En el hábitat de los monos, pues igual. No hay signos de vida, un agua putrefacta contamina el sitio.
Unos pocos primates chillan encerrados en un calabozo. ¿Son un espejo de nosotros y de nuestro simulacro?, me pregunto al estilo Baudrillard.
La gente se consolará con ellos, de forma condescendiente, imaginando que la libertad nos pertenece como derecho.
Pero ampliando la escala, estimo que el virus marxista nos ha depauperado como micos atrapados en un mercado de Wuhan.
En el Parque hay cero rastros de los jaguares y de los pumas que los sustituyeron.
Transitando por el fulano puente independencia, que conecta al Parque del Este con su apéndice que construyeron los milicos, confirmo que la extensión del aeropuerto la Carlota es un chiste, un camelo, una secuela envidiosa, un ejemplo de una arquitectura improvisada, que ni siquiera planifica una sección de árboles o palmeras para protegernos del sol que quema.
Aquí organizaron un concierto de Trap en el que murieron varios chicos inocentes. Ni un cartelito en su nombre. Sí hay cuestiones prescindibles por doquier, como un avioncito del Museo de Transporte, un lago para que se tomen selfies, una mesa de ping pong para futbolistas. Un negocio de algún gorila, pues.
¿Qué más puede ser?
Esto es una excusa para que los uniformados puedan cruzar y tengan un parquecito aparte para su familia.
Los privilegios absurdos de esta nación que desamparó la comunidad internacional.
El día de mañana, cuando le pregunten a un niño de la patria por el parque del este, tendrá una respuesta clara: es la casa del rey zamuro.
Un zoológico provinciano del infierno, de Mad Max en la cúpula del trueno.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.