De ida a México, escribí “Alerta Aeropuerto Maiquetía” y se hizo viral por la crudeza de un relato personal, que fue resumen de un padecimiento colectivo.
Hoy de vuelta al país debo compartir con ustedes la experiencia traumática de regresar a Venezuela después de pasar por una especie de triángulo de las Bermudas.
Con imágenes y textos concretos, quiero explicarles la cantidad de trámites que deben hacer para poder dormir en la cama de su casa, tras pasar por las alcabalas de la era de la covid-19.
Mi cuento, que es el de muchos, arranca en D.F. de México, donde primero pago 150 dólares para realizarme la prueba de hisopado, en un laboratorio autorizado por Avior y el régimen.
Sin un resultado negativo, enviado con 12 horas de antelación al vuelo, pues sencillamente no puedes montarte en el avión, así no tengas dinero para garantizar tu estadía por un día más.
Es uno de los primeros riesgos que asumen al instante de emprender su travesía en tierra azteca.
Por cierto, las autoridades mexicanas apenas exigen una declaración digital para permitir el ingreso y la salida del país, siendo una nación benevolente con sus turistas y migrantes, a pesar de las diferencias y reservas que guardamos ante AMLO (Andrés Manuel López Obrador).
Maduro y su combo, por el contrario, nos clavan dos pruebas, a un costo total de 210 dólares, lo cual es un duro golpe para el bolsillo agrietado y deprimido del ciudadano nacional.
Imagínense si salen positivos en la prueba y los rebotan en la taquilla de Avior.
Tendrán que quedarse varados en Cancún, a merced de la covid y del sereno, por un tiempo mínimo de una semana, esperando que les depositen, que los ayuden desde afuera, que se apiaden de ustedes, que salgan negativos en la segunda prueba y que logren cuadrar un vuelo de regreso por su aerolínea de desconfianza.
Corrí con suerte al salir negativo en la prueba del laboratorio Chopo del Distrito Federal en México, pero igual no pegué un ojo en toda la noche, previa a mi regreso sin gloria.
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Llegué a las cuatro de la mañana al aeropuerto Benito Juárez y llamó mi atención la rapidez del trámite para facturar las maletas, en comparación con el drama y la tragedia que supone subirse a un avión en Maiquetía, luego de sortear los puntos de chequeo que controlan los militares.
Todavía México no es Venezuela y espero que continúe así por el bien de la humanidad, de los miles de exilados vernáculos que viven en la república de los tacos y los corridos norteños.
Sin embargo, como emprendo una odisea en solitario, un policía de la migra no me perdona al final de la revisión del equipaje de mano con rayos equis, para llamarme aparte y hacerme la típica entrevista del famoso programa de NatGeo en Barajas.
El careo me resulta un juego de carritos al lado de la mala educación y el destrato de los funcionarios de la dictadura, formados en la escuela de la desatención, la sospecha y el resentimiento.
Mi breve luna de miel culmina en Cancún, cuando salgo por el terminal 4 con destino al número 2. De inmediato te saltan los taxistas inescrupulosos que quieren cobrarte 15 dólares por una carrera que cuesta cinco dólares y de broma.
Prefiero esperar por el autobús gratis que circula cada 20 minutos aproximadamente.
El reloj sigue contando sus segundos, creando una tensión bastante incómoda en el ambiente. Temes porque la decisión de ahorrar, provoque el desastre de perder tu vuelo.
Por fortuna, llego a la hora al mostrador de Avior, presento mi prueba impresa de hisopado, peso la maleta y recibo el ticket de vuelta.
Respiro un poco, descanso por unos instantes, pero la impresión cambia al momento de observar las caras de incertidumbre y tristeza de los compatriotas, quienes sufren por algún motivo kafkiano: no les alcanza la plata para pagar por dos kilos de más en su maleta, no aparece su nombre en la computadora, no cuentan con el dinero para hacerse la prueba.
Afecta el dolor y la pesadumbre que se palpa en el aire, desde que te sientas a esperar por el vuelo de Cancún a Maiquetía.
Toda tu paranoia, tus pensamientos fatalistas, tu mente condicionada por las historias terroríficas de la patria, entran en acción, causándote una preocupación que no te abandonará hasta llegar a la puerta de tu domicilio.
¿Me dejarán sellar el pasaporte? ¿Me desaparecerán por escribir en contra? ¿ Cuánto me cobrarán por la segunda prueba? ¿Me harán la segunda prueba aunque tenga una válida por las próximas horas? ¿Me asaltarán o secuestrarán durante el ascenso por la autopista?
Cualquier cosa es posible en la accidentada geografía local.
Para resumir, en Avior prometen un vuelo de 3 horas y media que se convierte en un vía crucis de ocho horas, porque deciden recargar combustible en Jamaica, cortando la ruta prevista.
Las azafatas de Avior comparten una versión extraoficial, a modo de chisme, en la que desviamos el trayecto por disputas políticas con Curazao. Suena falso, Rick, aunque luce coherente debido al mar de sanciones y bloqueos.
Uno de los problemas de viajar por avión, desde Venezuela, consiste en planificar una ruta que tiene unos límites bien estrictos y raquíticos, porque procedemos de un estado paria y fallido, nivel Corea del Norte y Cuba.
Por consiguiente, a partir de ahí se mide el aislamiento de nuestro gentilicio, de nuestro estatus en el planeta.
Restringidos e incomunicados, las chicas de Avior solo ofrecen agua y galletas Kathy para aguantar el hambre.
Comienzan las pequeñas hazañas de los héroes anónimos, los intercambios y los apoyos, las muestras de solidaridad y de conformismo resiliente.
Un caballero tatuado salva a los demás que necesitan enviar un mensaje o efectuar una llamada de emergencia, prestando su celular con datos internacionales.
Tomo una foto y me duermo para olvidar el mal trago. Suelo refugiarme en mi concha de sueños y deseos. Quiero que me despierten cuando cese la usurpación.
Pero la pesadilla continúa.
Finalmente, en piloto automático, caigo en la cola de la segunda prueba de hisopado, apenas salgo del avión de Avior. Es un requisito para hacer aduana.
Argumento que cargo una prueba vigente, pero me dicen que igual debo hacerme otra. Un grupo tiene la fuerza y la paciencia para protestar a viva voz.
Me encuentro molido y termino en medio de innumerables funcionarios vestidos de uniforme blanco que detienen a la gente, las inscriben en una aplicación, les dan un número y de inmediato les practican la prueba en dos tiendas de campaña improvisadas, en dos consultorios desplegables.
Pagas los 60 dólares, tienen vuelto, y la operatividad del sistema es tan veloz que anula tu capacidad de discernimiento.
Es una línea de producción eficiente para quitarle dinero a los contribuyentes, bajo la excusa de la lucha contra la pandemia. Te meten la pulla por la nariz para sacarte 60 dólares del bolsillo. Tipo porno tortura.
Un negocio opaco y absurdo, considerando la prueba fresca que te obligan a presentar, para subir al avión.
El chavismo no tiene paz con la miseria, y se ceba ordeñando el bolsillo del prójimo.
Es una clara metáfora de cómo terminó la revolución roja, llevando a sus mismos semejantes por una correa de extracción de fondos, de robar al civil para dárselo a la burocracia o al administrador del guiso de turno.
Todos ahí somos víctimas de un abuso, de una injusticia, de un trámite ilegal e innecesario. En otros países hacen la prueba gratis. En México, país más grande que Venezuela, no piden prueba.
En el comunismo tropical, restauran el derecho del libre tránsito, en un espacio cercado, con el objetivo de cobrar un impuestazo que solo beneficia a la nomenclatura.
Unos compañeros se niegan a pagar y los mandan a hacer una cola en paralelo, frente al dispositivo de bioseguridad del laboratorio improvisado.
Me sellan el pasaporte, respiro por segunda vez, mientras espero por las maletas.
Por último, me revisan las maletas en el puesto del Seniat, preguntándome locuras del tipo: cuánto dinero cargas.
Así calcularán el soborno o lo que pueden quitarle discrecionalmente a los blancos de su rapiña.
El estado es el problema.
Antes de salir de Maiquetía, consigo a un pana que no pagó por la prueba de los 60 dólares. Me dice que nadie le impedirá el ingreso a su país, que a su edad no tiene nada que perder, que cruzó la meta como objetor de conciencia. Me invita a publicar y a ejercer mis derechos.
Como ciudadano y periodista, exijo que se elimine la prueba de los 60 dólares en Maiquetía. Es redundante, arbitraria, inútil y un obvio instrumento del enchufe.
En la salida del aeropuerto, capto una imagen que expresa el desconsuelo y el llanto que no alcanzo a drenar.
Desahogo mi impotencia por aquí.
Sergio Monsalve. Director Editorial de Globomiami.
Gracias por el relato