El documental de “Vanishing at the Cecil Hotel” reflexiona sobre varias desapariciones, la de una depresiva turista perdida en el laberinto de un hotel de mala muerte, la de la actual frontera entre contenidos de ficción y no ficción, pero sobre todo, la del borroneado de la verdad a manos de una cacería de consparanoicos, quienes en aras de hacer el bien y procurar una justicia por iniciativa propia, pues terminan intoxicando y alterando el ambiente de una investigación policial, hasta el punto de señalar culpables sin pruebas y sentenciar veredictos truchos de ciberdetectives.
El filme puede subestimarse, en una lectura de espectador flojo o inexperto, pensando que es sencillo realizar un producto así, o que pertenece a otro trabajo rutinario del género del “true crimen”.
Pero nada más lejos del alcance real de la nueva serie de Joe Berlinger, que maneja los hilos del misterio, el terror y la intriga con la solvencia de un maestro del suspenso por televisión, para llegar a algunas de las conclusiones más inquietantes que circulan actualmente por la plataforma de Netflix.
Conviene tener paciencia y ver completa la serie, dado que el contenido abre diversas capas en sus diferentes episodios, pasando de ser un mero caso de la crónica policial, a erigirse en la potente denuncia de la segregación y miseria que sufre Skid Row, la que posiblemente sea una de las zonas más peligrosas de Norteamérica, ubicada en la ciudad de las estrellas y los sueños de Los Ángeles.
Por tanto, la película funciona en diferentes escalas, siendo primero el relato de la decepción y la tragedia de una chica asiática que llevaba una cuenta de Tumblr, con la vocación de una escritora en ciernes.
Hoy los fanáticos consultan las entradas de ella en su microblog, como una cuestión de culto y reconocimiento de una voz fresca que lastimosamente se ahogó por la incomunicación del contexto.
Elisa Lam desea conocer el mundo de “La La Land”, liberándose de sus ataduras y medicaciones, pero en cambio descubre el derrumbe de su cuadro psicológico, la soledad en la gran metrópolis, y finalmente, quedar atrapada en las aguas oscuras de un espejismo arquitectónico, de los que pueblan nuestros viajes del héroe.
Cinta arquetipal, poética y filosófica, “Vanishing at the Cecil Hotel” ofrece la crudeza de la palabra que le conocimos en el pasado a la tendencia del thriller noir y de la novela negra, con sus despistes, falsos semblantes y sospechosos habituales.
Cuenta con unos secundarios de lujo, como la ex gerente del Hotel que desea redimirse aunque se hunde con cada confesión, el policía noble que imaginó salvar a la chica, y un exponente latino del death metal que resume los todavía prejuicios con los que debe cargar el distinto, el que sencillamente genera un arte que causa incomprensión y molestia.
El rockero, acaso, sea la contracara de Elisa Lam, dos chicos que cayeron víctimas de un Hotel, de un castillo, donde fantasearon consumar sus anhelos de grandeza, acercarse al olimpo de las figuras y los famosos, encontrar el necesario reconocimiento de sus pares.
Por el contrario, “Vanishing at the Cecil Hotel” reconstruye el drama de ambos y de una época que los asfixió, entre aplicaciones, redes sociales y teorías locas de buscador de reptilianos e iluminatis en un vaso de agua.
Un documental magnífico que explica la perversión de los consparanicos, su divorcio de los hechos, y la importancia de contar las historias íntimas y domésticas de los que se fueron, porque no les dimos oportunidad en su momento.
La de Elisa Lam es una muerte que ocurre a diario, por la insensibilidad y la disfuncionalidad del sistema que nos rodea.
Por consiguiente, hemos de celebrar un documental que elabore el luto por nosotros, invitándonos a tomar acciones a favor de los que padecen desordenes bipolares.
Único defecto: especulan con el tiempo y se pudo resumir. Es un problema inherente a las condiciones del algoritmo y su afán por mantenernos pegados a su dispositivo, a lo cual contribuye la pornografía y el sensacionalismo morboso del largometraje.
Igual me encantó por su estilizado tributo al cine de Errol Morris, así como por las razones que mencioné más arriba.
Por Sergio Monsalve, Director Editorial de Globomiami.