Emil Ludwing estudió la caída de Alemania a manos de la secta nazi. En sus ensayos y textos, el autor esbozó una teoría estética del hundimiento moral de la nación germana.
Desde su lectura de insider, el pueblo llano fue dominado y corrompido por su propia debilidad por un uniforme, por la imagen de un hombre vestido de agente del orden.
Las masas, en los documentales malignos de Leni Reifenstahl, rendían culto al look de los miembros de la SS, quienes a la postre serían los verdugos de una generación y de millones de víctimas del holocausto, de la solución final.
El antecedente luce lejano y distante al sol de hoy, pero exige una revisión en el contexto de un ex país llamado Venezuela, actualmente transmutado en un estado forajido de funcionarios.
Usted los ve en cualquier sitio, con pose arrogante, como los dueños del cuartel, del archipiélago Gulag de los bodegones.
Llevan siempre su armamento al cinto, queriendo normalizar una señal de amenaza, de agresión, de vigilancia a punta de pistola.
Imaginan ser los protagonistas de una serie narco, de una película de sicarios empoderados, de un spaguetti western en un pueblo fantasma de nuestra ISIS.
Los escoltas paran el tráfico con sus rifles, impiden el libre tránsito de los conductores, improvisan alcabalas pensando estar por encima de la ley.
Algunos, la mayoría, detienen arbitrariamente a los motorizados y repartidores, para pedirles vacunas o la tradicional “ayudita”.
La miseria de la cuarentena escaló el cuadro y el nivel de la matraca, a límites insospechados.
Solo en el último mes, los policías de punto me retuvieron el vehículo y los documentos en cuatro ocasiones gratuitas, distintas, sin derecho a llamada, a pataleo, a réplica.
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Todos los caminos llevan a dos destinos de la tortura blanca: la entonación de un sermón chavista de doble moral, secundado naturalmente por el cobro de un peaje random.
Es un mini secuestro express cometido, veinticuatro por siete, a lo largo y ancho de la geografía nacional.
En una suerte de carnaval prolongado, la venta clandestina de uniformes, no precisamente escolares, se ha extendido y acostumbrado entre los malandros de la periferia y los nuevos ricos de la boliburguesía.
A cada rato, lees y escuchas, por la crónica roja rojita, que un grupo de antisociales cometió un asalto disfrazado de FAES, Guardia Nacional, Sebin.
Circula la anécdota de un caballero de Caracas, un padre de familia, que da el ejemplo a sus hijos, embutiéndose en un chaleco antibalas y una gorra de un famoso servicio de inteligencia, para cruzar los módulos viales, dispuestos en la carretera, con la seriedad y seguridad de un teniente coronel en funciones.
Un profesor, con un doctorado en el bolsillo, tiene menos influencia y repercusión que un bachiller o un perfecto iletrado con las botas lustradas, la placa, la cachucha y la estampa camuflada de la reserva.
A los desconocidos reservistas les brindan trato de héroes de la segunda guerra mundial en el Ferry de la Guaira a Margarita.
Los pasajeros murmullan y se tragan el malestar, so pena de recibir multas y agravios.
Conviene fingir demencia cuando el sistema los reivindica en perjuicio de los valores democráticos.
Mientras ellos controlen y supervisen las elecciones, durante el plan república, salir a votar carece de sentido.
Irónicamente, un comunista que murió equivocadamente convencido, Antonio Gramsci, anticipó el fin y el desenlace de la aventura revolucionaria en el campo internacional, cuando pronunció y sentenció las siguientes palabras:
“Los funcionarios no representan a las masas. Los estados absolutistas eran precisamente los estados de los funcionarios, los estados de la burocracia: no representaban a la población y fueron sustituidos por los estados parlamentarios”.
Vaya su pronóstico por delante, camarada que luchó contra el pesimismo y terminó encarnándolo al enlutar a la historia con los genocidios de Camboya, China y la URRS de Stalin, distopías y prisiones que se gobernaron desde la posverdad y la propaganda de un pensamiento uniforme, a cargo de uniformados.
Si Venezuela desea volver a ser un país, necesita liberarse del yugo del privilegio que otorga una mascarada populista de autoridad.
Seamos ciudadanos conscientes, no un rebaño, no un ejército chantajeado por las insignias y divisas de un partido de reposeros a la caza de un cambur.
No esperen nada de una asamblea de peladores y oportunistas, que ahora posan de ilustres políticos de corbata, saco y reloj de marca.
El arquetipo del funcionario, en última instancia, se corrompió, al renunciar a su oficio de servir a la comunidad.
¿Y los de los supuesta oposición? Cambiaron las camisas de pescador, las franelas y los jeans de las protestas, por el armario de un Mister Venezuela en campaña permanente.
Desde que trajearon a los funcionarios del interinato, los acabaron por estancar, empavar e inutilizar.
Con ellos asistimos al show de los expertos en estirar un mantra, una consigna, una estrategia, hasta que caduque y se venza por la improductividad notable de sus resultados.
El síndrome del uniformado inútil e inofensivo ha desarmado al proyecto del cese de la usurpación, haciéndolo un estilo de vida de ricos y famosos.
Estos muchachos buscan padrinos y cargos que los mantengan en su estatus perpetuo de dirigentes de transición, de especialistas en sentadas y mesas de diálogo, donde lo único que se negocia es el tiempo para continuar en la rosca dulce de los contratos.
Así que, a la izquierda y la derecha, nos rodean y nos acechan los fantasmas de la burocracia.
Por tanto, recomendamos conjurarlos y exorcizarlos, en aras de recuperar la dignidad, la razón y el foco.
Te regalo el diagnóstico del funcionariado mediático.
Los palangristas que se graduaron de comunicadores, con el fin de transcribir comunicados y justificar el vacío que nos circunda.
Tomen su título que sacaron de una caja CLAP y bachaquéenlo, truéquenlo por dos bolsas de comida.
Tampoco necesitamos de más periodistas buenos para nada.
Por Sergio Monsalve, Director Editorial de Globomiami.