sábado, noviembre 23, 2024
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Venezuela es un peñero hundido

De nuevo, amanecimos de golpe con otra noticia escandalosa. Cuesta hallar las palabras adecuadas, los adjetivos precisos, las frases oportunas, para elaborarla como duelo.

En Güiria naufragó el país de Maduro, del hombre nuevo, de las elecciones, de las consultas, de la demagogia marxista.

Chávez prometió el mar de la felicidad para sus votantes.  20 años después, la revolución solo puede ofrecer viajes de la muerte en bote, con destino a Trinidad. 

La marea roja normalizó el colapso de peñeros, de pescadores, de naves improvisadas y precarias, como en Cuba.

Durante el fin de semana del hundimiento de los 22 de Güiria, Caracas asistió a un sábado de caña, coca, gaita, tecno y desenfreno, cual celebración nacional de la nada en La Habana.

El país todo bañó sus penas y miserias en alcohol, del este al oeste de las ciudades y regiones.

Sin ir muy lejos, las coronarumbas fueron el suceso entre el Centro y el Sambil, entre el rave de Lacava y el Zaperoco del sifrinecio, enamorado de su propio vicio y vacío.

En cualquier caso, el falso festejo del éxito compartido dio paso a una jornada de luto activo por las muertes de los balseros criollos.

¿El duelo es el karma de una sociedad infantil condenada a enratonarse moralmente, por siempre?

¿Cuántas masacres deben ocurrir para romper con un ciclo tan maldito?

¿Es el castigo divino que merece la esquizofrenia, el disimulo y la bipolaridad del llamado gentilicio del supuesto bravo pueblo?

Si me pongo romántico y lírico, yo también puedo formularme preguntas retóricas, hasta el infinito. Pero deseo encontrar una pista, aunque sea un mensaje en la botella, arrojado al océano de Twitter.  

De nuevo, amanecimos de golpe con otra noticia escandalosa. Cuesta hallar las palabras adecuadas, los adjetivos precisos, las frases oportunas, para elaborarla como duelo.

No hay que caer en la trampa enunciativa del régimen.

Nicolás primero ha negado los hechos y los ha desconocido con sus habituales juegos del policía malo e hipócrita del confinamiento, amenazando con reactivar la cuarentena si la gente sigue bebiendo como loca, sin mascarilla.

Horas antes, el tirano posaba de ciudadano ilustre, de guardián y protector del patrimonio del Hotel Humboldt, donde grabó un video con Cilia en una habitación de lujo, mientas veían a la capital desde las alturas del privilegio rojo. Una farsa del comunismo caviar al alcance de la nomenclatura de los enchufados y los asquerosamente ricos de la boliburguesía.

En el mismo contexto, unos migrantes habían planeado embarcarse en una ruta suicida, con el objetivo de probar suerte en la isla vecina.

Víctimas de la violación de los derechos humanos, de lado y lado, los tripulantes son devueltos a las fauces del mar, desaparecidos en acción y devorados por la inclemencia de la fuerza natural.

Las olas no perdonan y cobran vidas valiosas, en cuestión de segundos.

La desesperación de la ex patria genera la huida de de los caminantes, de los exiliados, de los deportados, de los refugiados, de los cuerpos trasladados a la morgue del hospital central de Cumaná, en el estado Sucre.

Después, la dictadura aceptó la realidad, con el tiempo respuesta de un borracho de plaza, librándose de culpas y señalando a los piratas de la zona como los únicos responsables.

El colmo de la deshumanización llega con la descripción forense que se publica en el infausto comunicado oficial, según el cual encontraron “11 fallecidos”.

A ninguno se le honró, si quiera, con la oportunidad de figurar con nombre y apellido, de citarlos como corresponde.

En lugar de ello, los manipuladores de cerebro emplean el término de “cadáveres”, utilizado generalmente, en el argot socialista, para referirse a los enemigos políticos de los partidos de oposición.

Los llaman “cadáveres insepultos” con cinismo y sorna en las cadenas, en las alocuciones militares. Por tanto, el gesto inconsciente del poder ha sido el del desprecio y el lenguaje amarillista de la crónica policial.

En respuesta, el interinato al menos declaró tres días de duelo.

De inmediato, las muestras de empatía llegaron y poblaron el mapa de las redes sociales, algunas veces de manera genuina, en otras movidas por la adaptación populista a la tendencia de la indignación.

Se vertieron lágrimas auténticas. La campaña de color negro unificó la imagen de los que dicen basta y piden un cambio. 

Esperaría que Güiria fuese la última tragedia del cataclismo bolivariano.

Lamentablemente, las circunstancias del genocidio en marcha, impiden concluir con optimismo.

De algo si estoy seguro. Venezuela, de a poco, va semejando la escena de aquella película titulada “Atlantics”, cuyas víctimas de un naufragio regresan como zombies a reclamar sus derechos conculcados.

Estimo que el sacrificio no será en vano y que el dolor de los caídos continuará despertando conciencias aletargadas por la adicción y la alienación.

Evitemos el ahogamiento general de la nación.   

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