El día 5 de octubre, asistí a la marcha de los maestros, con la colega Malena Ferrer. Ambos somos docentes universitarios desde hace más de una década. Empezamos a dar clases, por voluntad y convicción, para devolver un poco de lo que la educación nos brindó.
En mi caso, tengo un compromiso familiar de por medio. Mi padre nos inculcó el valor de la docencia, siendo profesor de las mejores universidades del país. Así nos hicimos maestros en la casa, mi hermana primero y yo después, siguiendo los pasos de nuestros precedentes y ancestros.
Leo por Twitter que convocan a la Plaza Morelos, de Caracas, por las cercanías del Museo de Bellas Artes. Es una apuesta arriesgada porque la zona está controlada por los sapos del chavismo.
En efecto, llegamos temprano y descubrimos la activación de un comando paramilitar, de oficialistas rojos, para desmovilizar la marcha e intimidarnos a todos.
Al aproximarnos por el Teresa Carreño, un grupo de colectivos, en motos de alta cilindrada, cruzan entre nosotros como una imitación pirata de una pandilla de bandoleros de Mad Max.
Cargo una chemise de la universidad, a mucha honra, y me miran con cara de acosadores, de policías, de infiltrados.
Me da absolutamente igual, estoy acostumbrado a la presión de recibir amenazas por escribir, disentir, criticar, pensar, publicar, crear documentales en condiciones de completa adversidad.
Unos ignorantes no me van a convertir en su eterna víctima de censura y cacería de brujas.
De paso, vivo en un país hostil al desarrollo intelectual, empobrecido por su clase dirigente y arrogante, cuyos miembros se creen inevitables, superiores y dignos de una atención perpetua, como si fuesen clones del caudillo de Sabaneta y su manía de protagonizar novelas, veinticuatro por siete.
En Venezuela, los padres babosos prefieren pagar desnudos de chicas por OnlyFans, antes que invertir en la formación de sus hijos, mediante el reconocimiento de un salario justo para los maestros.
La prioridad siempre es otra, el responsable siempre es algún lugar abstracto de la enunciación, un chivo expiatorio, un funcionario, un ministro, la crisis, la situación, la cuarentena, el estado, las corporaciones, etc.
Pero la agonía del sector es vieja, la conocemos de sobra, optamos por aceptarla entre determinismos y bajadas de línea de influencers sin licencia, sin matrícula, sin grado académico.
Los habladores de pistoladas, de los podcast, explican a tus hijos que somos unos pobresores a los que hay que subestimar y superar, porque hoy todo se encuentra en internet.
Ya lo saben, busquen en la web la vacuna contra el covid 19 y el cáncer.
En la web hay santo remedio para cualquier cosa, así como en las tribunas de los prepotentes de Youtube. Pero vean que el mundo continúa a la deriva, extraviado, no hablemos ya de la ex patria de las huelgas a cada hora.
Poniéndonos serios, el problema de los maestros no se resolverá con paños calientes de un día de apoyo global, un saludo a la bandera de repudio a la dictadura.
Hay que tomar acciones reales, concretas, exigir y honrar condiciones laborales justas, en la educación pública y privada.
No basta con que escribas por Twitter, con que te sientas bien por dar like, con que asumas que cumpliste porque compartiste información.
Por lo pronto, me acerco al punto de encuentro, después de atravesar por una carrera de obstáculos, cual territorio minado de trampas y trincheras de los grupos rojos de choque.
Los policías disfrazados tomaron la Plaza Morelos y las calles adyacentes, contando con nuestro desánimo.
Pero por algo damos clases y somos astutos, sorteando los escollos para terminar reunidos en frente de la antigua CTV, la otrora central sindical más importante de la nación, cuna de guisos y negocios sucios, aunque también de luchas y conquistas históricas.
Durante años trabajé en el edificio de la CTV, porque ahí quedaba la sede de la Cinemateca Nacional.
Al lado se hospeda la escuela de ESCINETV, donde también impartí clases.
Objetivamente, nos encerraron en un cuello de botella, peligroso, al acecho de enmascarados y matones con pistola en el cinto. No es cuento, los observo a escasos metros de distancia, en plan de plantón de vigilantes del FAES.
Aun así, conservamos el temple, alzamos la voz, nos unimos en una sola consigna de urgencia: “abajo la dictadura, con hambre y miseria, no hay año escolar”.
Damos clase en la calle, nos acompañan los estudiantes aguerridos que nunca renuncian, que se enfrentaron a Gómez, que se organizaron para ganarle una elección al títere de Fidel Castro, que entienden de sacrificio por el futuro.
Caminamos hasta el centro, cruzamos la frontera del miedo inducido del oeste, donde somos considerados personas no gratas.
Ellos inventaron que el centro no es nuestro, pero en verdad es de todos y debemos transitarlo sin complejos, dotarlo de nuevos significados con nuestras propuestas.
Le ganamos una al pánico, llevamos la teoría a la práctica, refrendamos el compromiso que exigimos en las aulas.
Por supuesto que no es suficiente, nunca es suficiente.
Pero se siente bien salir del claustro digital, en el que nos recluyó la pésima administración de la cuarentena, para demandar por planes y reivindicaciones, para soñar por cambios y transiciones, para predicar con el ejemplo.
Maestro amigo y colega, no permitas que te traten con condescendencia por parte del poder, que te quiere ver sometido y caricaturizado, disminuido y devaluado.
Los brutos se sienten grandes, cuando te ven mendigar y pedir limosna, reafirmando su concepción paternalista.
Recupera tu orgullo, tu pertenencia a un legado de titanes y colosos, como Andrés Bello, Uslar Pietri, Cecilio Acosta, Rómulo Gallegos y Argelia Laya.
Ponte creativo ante los retos del confinamiento. Busca orientación y respaldo, si lo necesitas.
Te celebro como colega, estudiante y periodista.
La actitud es la del cinco de marzo, no la de los brazos cruzados y los hombros caídos.
Es hora de darle una lección de democracia a los iletrados, patanes e incultos de Miraflores.
Mientras tanto, hazte un maestro con enganche, sexy, interesante, deseable por sus alumnos.
Haz que ellos te vean como a unos de sus influencers, sin perder tu esencia.