Todos están hablando de las parejas tóxicas. Algunos a favor y otros en contra, pero hablando al fin. Sin embargo, estemos perdiendo de vista a la pareja más tóxica de la historia reciente: China y Estados Unidos. Ya sea por Twitter, llamadas telefónicas, comunicados o reuniones oficiales, nunca pierden el tiempo para demostrarse lo mucho que se odian. ¡Ah! pero también lo mucho que se aman.
Un día están diciendo que van a firmar la tregua, pero al otro día están buscando qué hacer para volver a pelearse. A mí, en particular, no me molesta que se digan lo que tienen para decirse, sino que jueguen con nuestros sentimientos. Cuando uno piensa que ya van a terminar felices para siempre, al día siguiente nos encontramos con un titular que dice lo contrario. Incluso, he llegado a pensar que los asesores del gobierno de ambas naciones son los guionistas de Grey’s Anatomy o de Betty La Fea, porque nunca le encuentro final al culebrón.
La última confrontación de la que estamos siendo testigos es el dilema de Hong Kong. Para quienes no lo saben, Hong Kong pertenece a China y a la vez no. Ellos se rigen por la famosa máxima de “un país, dos sistemas”, que, en resumidas cuentas, quiere decir… no tengo idea. Y, a decir verdad, ellos tampoco. Nadie sabe. Hong Kong funciona de la misma forma que el experimento de Schrödinger, pero como si, en vez de tener un gato, el científico alemán hubiera utilizado un país. Hong Kong es China y a la vez no, depende de cómo te levantes ese día.
En todo caso, el dilema al que me refiero es que el Departamento del Tesoro de EE. UU. está evaluando la posibilidad de imponer sanciones a los funcionarios y activos chinos para presionar contra una propuesta de ley del país asiático, que reduciría los derechos y libertades de los ciudadanos de Hong Kong. Sanciones que, si se hacen efectivas, obviamente constituirían un enorme paso hacia la defensa de los derechos humanos, pero, también, constituirían una hermosa oportunidad para discutir y así reavivar la llama de la pasión.
Y China no se quedará con los brazos cruzados. No, no, no. Seguramente también atacará e impondrá nuevos aranceles, aparecerá en una foto dándose un abrazo con el presidente de la OMS o, simplemente, le dará like a un tuit de Vladimir Putin. Quién sabe. No sabemos por dónde aparecerá la disputa. ¡Es emocionante! Es más, pienso que, de haber una Tercera Guerra Mundial, comenzaría por una pelea en Twitter.
La política está llena de desencuentros, lo entiendo. De eso se trata hoy en día, de buscar y encontrar enemigos. Pero lo de estos dos países creo que está llegando al punto del fetiche. A estas alturas, estoy comenzando a sospechar que China y Estados Unidos se pelean a propósito solo por el sexo de reconciliación. En cualquier momento, un negociador de turno se levantará de la mesa y preguntará: “¿Por qué nos estamos peleando?”, y el otro le responderá: “Porque nos gusta”.
Pablo Alas