Lele Pons ha estrenado una docuserie por Youtube sobre su vida secreta.
Ambas cuestiones, lo documental de la serie y lo secreto que se pretende, deben ponerse entre comillas y con asterisco.
En primer lugar, el producto es un reality show que expone las dolencias de la protagonista, para vender un rostro diferente de ella a su mercado cautivo.
Un strip tease sentimental, tipo el cuento del acné de Kendall Jenner, con un cuerpo hipersexualizado, en busca de empatía y expansión de marca.
Una operación que suele atraer anunciantes, al precio de banalizar los problemas reales de la gente.
Nada nuevo si consideramos la cantidad de clones idénticos en las redes sociales y las parrillas del streaming, como los diarios audiovisuales de Lady Gaga, Taylor Swift y Calle Trece, verdaderas víctimas profesionales en el negocio de abrir el armario de las miserias y las aflicciones propias, con el preciso interés de diversificar el contenido estancado de una estrella, al querer humanizarla forzadamente a través de la estrategia de la autocompasión.
A tal técnica de persuasión se le conoce, en Norteamérica, con el título de “sadfishing” y describe la manía egocéntrica de buscar aprobación masiva, a costa del relato morboso de un padecimiento personal, de una enfermedad desconocida por el fandom, del síndrome de moda que afecta a tu influencer favorito de Instagram.
Cada quien puede hacer el ejercicio en casa, con miras a ponerlo en práctica mediante una narrativa publicitaria de caza bobos.
Si usted vive en Caracas tiene argumentos suficientes para añadir grados de complejidad a su historia de martirio y superación de la adversidad.
Pruebe usted hablar de su luto por perder la luz, el agua, el internet y el empleo durante la cuarentena.
Encontrará, posiblemente, una cámara de eco, una manera de realizar una catarsis aristotélica, desde el ego hasta descubrir la solidaridad de la comunidad digital.
En el peor de los casos, una generación de cristal del milenio se muestra huérfana de herramientas, casi en estado de abandono, a la hora de entregarse al último recurso de apelar a la lástima por extrema necesidad.
Algo comprensible en Venezuela, donde las instituciones psiquiátricas se fueron al garete y solo una minoría puede permitirse pagar por una terapia correcta.
Aquí viene mi “sadfishing” irónico.
Se los dice alguien que sufrió un cuadro depresivo en el 2014, del cual no se pudo reponer hasta el 2016, por los pésimos y lentos protocolos que prescribe nuestra precaria medicina de la mente.
Los especialistas criollos practican unos métodos anacrónicos y estereotipados, que empiezan en la receta inútil del psicoanálisis y terminan en la típica recomendación de tomar antidepresivos con calmantes, generando un círculo vicioso que inconscientemente desea esclavizar al paciente, mantenerlo atado a la red del consultorio del doctor.
Es un ciclo que entiendes y del que sales a golpes, cuando finalmente consigues a un especialista que prioriza tu salud, por encima de los beneficios comerciales. En el camino, es una moneda al aire, una ruleta rusa, una cuestión de suerte.
Yo me salvé de milagro. Pero vi cómo muchos compañeros no sobrevivieron para contarla, ahogados en pastillas, alienados por siempre en una casa de rehabilitación, condenados a un destino suicida.
Por tanto, el calvario de Lele Pons, delante de sus infinitos recursos de producción, me mueve bastante a la suspicacia. Más cuando se graba en limpio HD para Youtube.
No es nada personal, Lele. Considero que eres una comediante nata, que bailas de maravilla y que te ganaste tu lugar en el libro de récord Guinnes.
Sí difiero notablemente de tu carrera como cantante, la cual noto oportunista, frívola e inconsistente. No obstante, con el trabajo que llevas, tu imagen musical seguirá cosechando fortuna en el ambiente efímero del pop fresa.
Pero donde quisiera poner en foco es en tu exagerado y sobreactuado performance como víctima del TOC, del síndrome de Tourette, del bullying, de ser hija de un padre gay, de cualquier trauma que imaginemos en la lista.
El mismo dispositivo de la serie desmiente la venta de humo de Lele Pons, exhibiéndola al máximo descuido de diseño de una telenovela de Thalía, cual Marimar sin maquillaje y con ojeras.
Parece el inicio de aquellos culebrones nacionales, en los que “afeaban” a la protagonista, para luego mostrar su proceso de embellecimiento en los altares de los capítulos cumbres.
De repente equivoco la percepción crítica. Pero así veo a la Lele triste que cuesta emparentarla con la Pons feliz que modela impecablemente en traje de baño, para una audiencia de millones de followers.
Se afirma que lo que vemos en Instagram es consecuencia de una auténtica tragedia de perfeccionismo neurótico, estremecimiento, angustia, ansiedad, tics incontrolables y desesperación.
Supuestamente, es el precio que paga la fama: pasar horas concentrada para obtener una fotografía o un video de Tik Tok. De acuerdo, cool.
Aun así, la serie de Lele se desploma en el momento de revelar una verdad inocultable, que es que goza de unas atenciones y privilegios que ya quisiera cualquier mortal, que garantizan su sanación y que le restan credibilidad a su desahogo en primera persona.
¿Qué pensará una niña con TOC en Mérida, cuyos padres cruzaron la frontera y que la remesa que recibe apenas le alcanza para comprar comida?
Mi punto es sencillo.
Lele es guapa, inteligente, un ejemplo de independencia y de éxito individual. Pero la serie derrocha minutos y horas en victimizarla, cuando en realidad es una persona que logró un status por su trabajo, que le permite tener un profesor de canto, unos amigos talentosos, unos padres cariñosos que la aman genuinamente, una trayectoria digna de la consideración global.
Lele, no es nada personal, como te dije. Es solo trabajar las diferencias de un crítico de cine y documentalista ante una estrella de Tik Tok.
Mi recomendación es que sigas elaborando tu TOC como lo haces mejor, es decir, con humor.
Creo que a tu serie le falta picante, que es aburrida y redundante, porque se le pasa la rosca de la solemnidad, del drama.
En días recientes vi una comedia que nos interpela a la distancia, a los dos que sufrimos de trastorno obsesivo compulsivo (tu eres adicta a pasar la llave de la ducha, yo a contar los minutos y las horas del día).
La película se llama “Toc Toc” y es de origen español.
Pienso, Lele, que es más tu, más tu estilo, un filme que invita a superar la adversidad con gracia y la oportunidad de abrir los ojos a los demás.
Seamos, entonces, menos narcisistas y preocupémonos por visibilizar a víctimas auténticas de Venezuela, a las víctimas de la dictadura, de la tortura, del hambre, de la miseria extrema, del coronavirus.